Hay que respetar lo viejo

Hay que respetar lo viejo

Nicolás Avellaneda y la Pirámide de Mayo.

Hay que respetar lo viejo
En 1883, a algunos concejales de la Municipalidad de Buenos Aires se les ocurrió la peregrina idea de demoler la famosa Pirámide, que hoy está al centro de la Plaza de Mayo. El ex presidente Nicolás Avellaneda, entonces senador por Tucumán, se opuso vivamente a la iniciativa, en una extensa y documentada carta dirigida al presidente del Concejo porteño.

Expresaba Avellaneda que, en primer lugar, no era posible que una simple ordenanza municipal resolviera sobre ese monumento que, “por la veneración general con que se lo rodea; por su origen; por los sentimientos que despierta en todo argentino, no pertenece verdaderamente al patrimonio de una ciudad”. Y subrayaba que, por encima de sus humildes líneas, “tiene raíz tan honda en el sentimiento patrio y en nuestra historia”.

No encontraba una razón para que se la demoliera. “Para hacer lo nuevo, por ostentoso que se proyecte, no se necesita demoler lo viejo, a lo se adhieren tantos recuerdos”, decía. A su juicio, el monumento histórico era diferente al artístico. Este último buscaba las formas plásticas de la belleza, mientras el primero era “el reflejo de una época, y se le mantiene y se le conserva en este carácter, tratando tan solo de establecer fielmente su autenticidad”.

Pensaba que sin duda la vieja pirámide era “la obra de una aldea”, y no defendía su mantenimiento “bajo los aspectos del arte”. Pero, destacaba, “ella servirá para mostrar lo que éramos cuando se inició, con débiles medios y con esfuerzo portentoso, el colosal intento de la emancipación política”.

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