La tucumana que vivió el atentando a las Torres gemelas

La tucumana que vivió el atentando a las Torres gemelas

“Allí estaba el primer avión incrustado en la torre, se veía sólo la cola del avión y de pronto llamaradas por los costados”, cuenta Lilia Chelala, rememorando lo que vio el 11 de septiembre de 2001 desde su balcón

22 Noviembre 2015

Por Carlos Duguech - Para LA GACETA - Nueva York

Una apacible tarde noche de Nueva York, desde el balcón del departamento de un cuarto piso se divisa, como muy cercana, la torre de 541 metros de altura que reemplaza a las ya legendarias Torres gemelas (World Trade Center). Las que eran un ícono de Nueva York, en el sur de Manhattan, que se desplomaron por el muy sorprendente accionar terrorista del 11 de setiembre de 2001. En agosto de 2006, cuando se inició la construcción, quien escribe estas líneas pudo observar la complejidad de los trabajos en el basamento de lo que sería el One World Trade Center, denominación actual de la descomunal torre de acero y cristal, que se yergue como “Monumento a la libertad”. Ninguna guerra en la que EEUU tomó parte, ni aún la de Vietnam -frecuentemente cuestionada y hasta en el propio país- hirió de manera tan brutal la conciencia de superpotencia invulnerable. El corazón financiero de los EEUU y casi del mundo todo en Nueva York, (El World Trade Center) junto al centro cúspide del poderío militar (El Pentágono) fueron los blancos elegidos por el terrorismo internacional. Ya dejaba de ser invulnerable la superpotencia. Ello determinó que la construcción de la nueva torre estuviera planificada y resuelta desde la ingeniería con el máximo margen de seguridad que la más nueva tecnología brinda.

El avant-scene

El balcón desde donde se puede ver la imponente torre nueva es una especie de palco avant-scene: el departamento del cuarto piso de Lilia Chelala quien, con alguna reticencia (se comprenderá), accedió a referimos lo que vivió.

- Recordar lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001 no es una cosa que me resulta fácil. Fueron días, semanas, meses muy tensos y la ciudad parecía tomada por el ejército, sitiada desde la calle 14 hacia el sur el primer y segundo día, y después desde la calle Canal hacia abajo por un tiempo que parecía interminable.

Así comenzaba su relato esta tucumana que vive en Nueva York, desde 1972. Por más de 20 años fue representante de artistas plásticos en la gran ciudad además de desarrollar tareas en la gerencia de hoteles emblemáticos (Sheraton y Regis).

-¿Cómo recuerdas ese día de septiembre?

-Esa hermosa mañana, después de regar mis plantas y admirar la diafanidad del cielo, entré a bañarme para ir al trabajo. De pronto oí un avión que se aproximaba y creí que chocaría con mi edificio. Cuando sentí el impacto con la primera torre creía que había caído una bomba.

-¿Qué hiciste en ese momento?

-Me cubrí con una toalla y salí al balcón a ver qué pasaba. Los pájaros en la placita al frente de casa volaban; las alarmas de los autos sonaban. Allí estaba el primer avión incrustado en la torre, se veía sólo la cola del avión y de pronto llamaradas por los costados.

-¿Qué atinaste a hacer entonces?

-Llamé a un amigo en el edificio que tenía la misma vista desde su balcón y no podíamos creer lo que sucedía ante nuestros ojos.

-¿Viste por TV cómo chocaba el otro avión?

-¡Pero Carlos, si yo estaba aquí, en el balcón, viendo todo directamente!

-Es que en Tucumán y en todo el mundo el segundo avión contra la torre se vio por TV en directo.

-Inmediatamente supuse que nos estaban atacando. Los aviones siempre van de sur a norte por el río Hudson, a dos cuadras de casa, y éste vino directamente por Greenwich Street, mi calle, de norte a sur y se incrustó en la torre.

-Imagino tu desesperación. ¿Qué intentaste hacer entonces?

- Salí a la calle a buscar a una vecina mayor que no estaba en su casa. En el camino de vuelta a mi departamento paré a votar. Era el día de las primarias demócratas en el estado de Nueva York.

-Resulta asombroso. ¿Qué hiciste luego?

-Cuando subí a mi departamento, el teléfono empezó sonar. Eran llamados de gente que se había enterado. De mi amiga Mailena, que manejaba por la autopista en Brooklyn y podía ver el avión metido en la torre; de vecinos que se preocuparon; de amistades que lo estaban viendo en televisión o escuchando por radio...

-Es de suponer lo que significó ese episodio. ¿Y lo del segundo avión, cómo lo viviste?

-Mientras estaba en el teléfono contestando las mil preguntas que me hacían los que llamaban, sentí otro avión. Cuando miré por el balcón lo vi chocar con la segunda torre. Entonces me di cuenta de que nos estaban atacando.

-¿Que pasó -imagino tu conmoción- a partir de ese tremendo panorama?

-En estado de desesperación caminaba por mi departamento como si estuviese en una nube, buscando mi pasaporte, dinero. No sabía qué otra cosa podía necesitar. Mi teléfono seguía sonando. La gente en la calle corría desde la zona de las torres, algunas ya cubiertas por cenizas, otras con los zapatos en la mano. Sonaban sirenas de bomberos, de ambulancias, de autos de policía. Un clima que jamás antes habíamos vivido. ¡Jamás!

-¿Cómo pudiste alejarte del lugar?

-Mi hermano me llamó para decirme que saliera de esa zona, cuando bajaba la escalera de casa. Ya no teníamos electricidad. Sentí como si el piso se moviera. Al salir de mi edificio se veía gente caer por las ventanas de las torres. Según me explicaron, parece que éstas explotaban y despedían a la gente por la fuerza. El primer edificio se desmoronó frente a mí. Empecé a caminar muy rápido hacia lo de César (el médico César Chelala). Cuando llegué, vino otra amiga que vivía en mi edificio y los tres salimos a la escalera de incendio y vimos la otra torre desmoronarse. Era impresionante esa vista. ¡Impresionante!

-Dime, Lilia, ¿Cómo era el panorama de la zona?

-Estaba todo lleno de humo, olor a quemado y entonces decidimos ir a mi oficina, unas cuadras más al norte del área. El teléfono en la oficina no dejaba de sonar. Nuestros artistas y colegas -de todos lados- llamaban preguntando si era verdad, cómo estábamos, si necesitábamos algo, qué podían hacer. Esa noche, mi amiga Marité y yo dormimos en mi oficina.

-Ahora una pregunta sobre algo que probablemente recuerdes: ¿Y el día siguiente?

-Al día siguiente vino la Guardia Nacional y evacuaron el edificio donde vivo -no teníamos, luz, agua ni otros servicios- al que no pudimos volver por diez días. Llevaron a la gente de mi edificio que no tenía donde ir a una escuela cerca de mi oficina. Allí fui a ver en qué podía ayudar y tuve oportunidad de apreciar el espíritu de colaboración de esta ciudad. Aunque el Ejército de Salvación ya había puesto catres y comida para los que allí estaban, la gente del barrio venía con toallas, jabones, champú, almohadas, sábanas, peines, etc. Y hasta los restaurantes del área traían comida y bebida. La zona alrededor era como de un estado de sitio: militares, policías, perros rastreadores…

-Seguramente había una necesidad absoluta de colaborar entre todos.

-Lo bueno de todo esto fue ver cuán generosa puede ser la gente de Nueva York. Hay quienes la creen una ciudad fría, sin sentimientos, pero los neoyorquinos demostraron un espíritu muy altruista. Se veían por las calles y en las esquinas pilas de botellas de agua, naranjas y otras frutas. Los restaurantes de downtown proveían comida a los vecinos, libre de cargo, en mesones en las veredas para quien viviera en la zona.

-¿Cómo fueron los tiempos siguientes?

-Vivimos un año entero con los ruidos provenientes de Ground Zero; de los camiones que traían escombros a un bote en el río Hudson, detrás de mi edificio; de los olores a cosa quemada. Vivimos limpiando a diario y siempre encontrando arenilla, polvo, cenizas…

El lugar, hoy

Un edificio altísimo que se destaca, además, por la forma facetada de sus cuatro costados, reemplaza aquellas figuras de postal a la que nos habíamos acostumbrado: las enhiestas “torres gemelas” en el lugar más denso de la isla de Manhattan, corazón de Nueva York. Hubo un sinnúmero de opiniones previas hasta decidir sobre dos asuntos que los neoyorkinos -los estadounidenses en general- deseaban que ocurriese: edificios que sucedieran a “las gemelas” y el homenaje a las cerca de 3.000 víctimas fatales que dejó el atentado del 11 de septiembre. Una sola torre y otros nuevos edificios reemplazan a los destruidos. Además dos enormes fosos, piletas, que fueron construidas en el sitio exacto desde donde se erguían cada una las esbeltas “gemelas”. La concepción arquitectónica de esos monumentos -nada ortodoxos en su conformación- impresiona por su significado: dos piletones cuadrados del tamaño de la base de las torres destruidas por el atentado terrorista en los que fluye el agua desde todo su perímetro hasta una superficie de fondo, varios metros abajo. El agua, finalmente, halla su destino en un foso oscuro, en el centro de esa superficie. Su fondo no puede divisarse desde el borde de las piletas. Todo un conmocionante y silencioso monumento doble en cuyo perímetro se inscriben caladas -en bronce plateado- los nombres de todas las víctimas. Entre esos piletones se yergue el monumento de la memoria, con profusos detalles de lo sucedido en ese día de septiembre de 2001 en el que los EEUU sufrieron el peor atentado de su historia.

(c) LA GACETA

Carlos Duguech - Escritor y periodista especializado en política internacional.

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