Los trabajos que muy pocos quieren hacer

Los trabajos que muy pocos quieren hacer

 -CONECTADOS. Celina Paz no deja de sorprenderse por todo lo que aprende el pequeño Nicolás Zavalía. LA GACETA / FOTOS DE ANALÍA JARAMILLO. -CONECTADOS. Celina Paz no deja de sorprenderse por todo lo que aprende el pequeño Nicolás Zavalía. LA GACETA / FOTOS DE ANALÍA JARAMILLO.

Podría ser un aviso clasificado. El contenido del recuadro sería: “Provincia en recuperación necesita urgente cubrir cargos que requieren altísima dedicación y vocación. Faltan médicos terapistas, esos capaces de salvar una vida cuando todo parece perdido. No alcanzan las maestras especiales, las que tienen el poder de hacer un mundo más integrado y justo. No hay suficientes ingenieros, enfermeros, toxicólogos, meteorólogos y muchos otros etcéteras”. También podría ser más que un aviso clasificado. Un llamado de atención. La realidad habla de una situación cada vez más preocupante: hay escacez de talentos, dicen los expertos en Recursos Humanos. Lo paradójico es que en un escenario laboral donde no abunda el empleo, haya cargos que cueste cubrir. Sin embargo, sucede. Son trabajos que ya nadie quiere hacer porque requieren demasiado esfuerzo y compromiso. Exigen haber nacido marcado con esa vocación. Y acostumbrarse a que la mejor recompensa no sea siempre la económica, sino la de haber ayudado a una persona a sobrevivir. O, simplemente, a ser más feliz. Aquí, contamos historias de las figuritas que se han vuelto más difíciles de conseguir. 

Celina, la súper maestra

“Si realmente tenés vocación es el trabajo más lindo del mundo”, dice Celina Paz, maestra especial. Lo lleva en su ADN. No hay dudas. Se le nota en cada gesto. Cuando mira a su alumno, Nicolás de Zavalía, y sus ojos se encandilan. Cuando él se acerca y le pide insistentemente “vamos a tu casa”. Ella lo acaricia y le dice: “en un ratito, primero hay que hacer la tarea”.

Es media mañana y en el colegio Las Colinas, en Yerba Buena, suena la campana. Es hora de entrar a clases. Nico, de 9 años, se sienta en su banco de segundo grado. Celina le pide que saque el cuaderno. El la mira con sus faroles celestes. Quiere ir a tomar agua. “No, Nico. Después vamos”, le dice. “Cuando está cansado pide tomar algo”, aclara ella. Tiene 37 años. Pero no parece. Es menuda. Viste jeans y zapatillas. Siempre sonríe.

Desde hace siete años acompaña a Nico, que sufre hidrocefalia. Primero le daba clases particulares hasta que decidieron que era bueno integrarlo en un colegio. Su trabajo no es sólo en la escuela. También lo lleva a su casa o a pasear para enseñarle otras cosas de la vida cotidiana. “Vamos al súper, nos subimos al colectivo, salimos a caminar”, ejemplifica.

“Nico hasta hace poco usaba pañales, no hablaba ni quería hacer nada solito. Y ahora se expresa todo el tiempo, va y viene. ¡No puedo creer todo lo que ha avanzado!”, dice ella, como si no tuviera nada que ver con el proceso.

Se le empapan los ojos cuando ve al pequeño caminar decidido hasta el kiosco, comprar caramelos y volver hacia ella. Lo abraza fuerte. El le da besos. El amor salta a la vista.

“Lo bueno de esta profesión es que te sorprende constantemente. Nada es rutinario”, cuenta Celina, que por la tarde también es maestra integradora de otro niño, Ernesto, de 12 años. Además, tiene una decena de pacientes. Nunca para. Ni siquiera en vacaciones. Así y todo, algunas veces confiesa que no llega a fin de mes.

Celina cuenta apenada que cada vez se necesitan más maestras especiales (la inclusión de niños con discapacidad al sistema educativo convencional aumentó un 91% en la última década y sigue creciendo). “Conseguir una maestra integradora es muy difícil para las familias”, relata.

“Son muy pocos los que estudian la carrera. Y muchos de los que empiezan abandonan con las prácticas”, especifica. Confiesa que a ella le costó decidirse. Antes pasó por varias facultades. “Es que no es nada fácil ser integradora. Aquí tenés que hacer de todo, desde enseñar hasta cambiar pañales, saber actuar ante convulsiones...”, describe. Y llora. “Disculpá que sea tan llorona”, dice.

En tres años cumplirá los 40, está en pareja y sueña con una familia. ¿Sentís que tuviste que postergar tu vida personal por tu profesión?. “Tal vez sí, pero no me arrepiento de trabajar todo el día para mis alumnitos. En esto hay muchas desilusiones y angustias. Pero las alegrías ganan por goleada. Te llenan el alma”, resume.

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En la batalla contra la muerte

El silencio llena cada espacio de la unidad de terapia intensiva del hospital de Niños. Es durísimo. Llegar, ponerse el delantal y recorrer, cama por cama, los casos de aquellos niños que están librando una verdadera batalla contra la muerte. Están ahí, atados a la vida a través de sondas y tubos. Y cada día que pasan es un triunfo.

“Uno se acostumbra a trabajar aquí. Pero nunca deja de ser difícil, estresante, muy triste cuando perdemos un paciente”, dice Gladys Correa, una médica de 46 años que hace 16 trabaja en la terapia intensiva del nosocomio. Piensan de la misma manera sus colegas Priscila Botta (37 años), Valeria Ruiz (37) e Isabel Nicastro (31); y el propio jefe de la unidad, Lorenzo Marcos (63).

Reconocen que eso que ellos hacen, cada vez menos médicos lo quieren hacer. “De aquí se fue más de un médico. Y cada vez que queda libre un puesto pasa un buen tiempo hasta que se vuelve a cubrir. Por ejemplo, tendríamos que tener un médico cada seis camas y tenemos uno cada ocho. No es que falta la oferta de trabajo; el problema es que no conseguimos interesados”, expresa Marcos. Como docente de la carrera de Medicina trata de buscar explicaciones a esta realidad: “muchos de los jóvenes que hoy estudian Medicina quieren dedicarse a una subespecialidad que sea rentable. No les interesa la terapia intensiva. Esto es muy sacrificado. Exige estar estudiando todo el tiempo. Para formarte necesitás primero hacer la residencia en pediatría y después en terapia intensiva. Hay que hacer muchas guardias. Y la paga no siempre es buena”, describe.

Aclara que la situación es crítica en todo el país. Según la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) faltan al menos 1.500 médicos para cubrir esas áreas en hospitales y sanatorios.

“Más de un allegado nos dice que estamos locas por haber elegido esta especialidad. Yo sentí que sí era mi vocación. Además, alguien tiene que hacerlo”, sostiene Correa. Las médicas reconocen que se postergan muchas cuestiones personales por el trabajo, especialmente por las guardias que hacen.

La carga emocional que tiene esta especialidad hace que muchos médicos la esquiven. La intensidad se respira con o sin barbijo en esta sala donde hay pequeños que, se supone que deberían tener toda una vida por delante, y sin embargo mueren.

“Creo que lo más duro de esto sigue siendo dar la mala noticia a los familiares”, resumen las doctoras. “Si perdemos un chico sentimos un dolor inexplicable. Sobre todo con aquellos que pasan varios días aquí. Uno se encariña, es inevitable”, describe Correa. Y todas las médicas aclaran que hay algo muy gratificante en su trabajo: “la emoción más grande es cuando uno los ve salir caminando. Y después vuelven a mostrarnos lo bien que están. Eso recompensa todo el sacrificio”.

 Anticipar cómo está el tiempo para acercarse a la gente 

Es una profesión con mala fama. Cuando fallan los pronósticos del tiempo, ¿de quién es la culpa? Del meteorólogo. No importa de cuál. Es del meteorólogo. Eso, sumado al desinterés de los jóvenes por la ciencia, ha puesto en crisis a un servicio fundamental para la sociedad. Hay escacez de profesionales en los organismos estatales y también en los privados. En la actualidad faltan especialistas para pronosticar, para comprender mejor el cambio climático, para prevenir desastres, para mejorar la información que usan en los aeropuertos y para optimizar la agricultura.

Según el Centro Argentino de Meteorólogos, sólo en el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) se necesitan 60 profesionales. En ese contexto fue que se empezaron a otorgar becas de $ 7.000 mensuales para el que quiera estudiar la carrera en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

“Cuando estudié la carrera, en 2004, se recibía un meteorólogo por año. Aunque siguen haciendo falta profesionales, la cosa ha mejorado un poco”, sostiene el meteorólogo Christian Garavaglia (foto), que el mes pasado se hizo famoso cuando pronosticó una nevada en Tucumán, en pleno octubre. Nadie le creía, pero él acertó. “Tafí del Valle me salvó”, dice. “Pese a la mala fama de esta profesión hoy los pronósticos son mucho más certeros. La tasa de aciertos es del 70% al 85%. Contamos con mucha tecnología y más formación que antes”, resalta el joven. Dice que lo que más le gusta de su trabajo es el contacto con la gente. “Es algo que todo el mundo quiere saber”, comentó el empleado en Buenos Aires del SMN.

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PUNTO DE VISTA I

Puestos con alta demanda y escasa oferta

Lic. José María Blunda / Consultor en Recursos Humanos


La escases de talento es un emergente global y obedece a diferentes razones: la aparición de nuevos puestos de trabajo es cada vez más rápida y el ciclo de vida de algunos oficios y habilidades es cada vez más corto. Además, hay una desproporción entre la sobre-oferta de mano de obra en relación a las posibilidades del mercado laboral en algunas áreas, y puestos con alta demanda y escaso capital humano para cubrirlo, en otras.

Se suman otros emergentes: el desfasaje entre sueldos ofrecidos y requeridos por los postulantes, propuestas poco atractivas en el mix de beneficios que demandan los trabajadores actuales (falta de flexibilidad horaria, ausencia de planes de carrera para los ingresantes, baja calidad de inducción, etc).

En mi experiencia y según la opinión profesional de colegas, se perciben dificultades para cubrir posiciones como: gerencias en determinadas áreas como finanzas o mantenimiento industrial; ingenieros para áreas de tecnología, logística y minería; técnicos y oficios calificados para el manejo de máquinas con alta tecnología en rubros como textil; geotécnicos y conductores de equipos como grúas; eterminados oficios en la construcción.

Esta problemática que dificulta la contratación termina también impactando negativamente en temas como alta rotación, disminución de la calidad productiva y sobrecarga de trabajo en algunas áreas o etapas del proceso productivo.


PUNTO DE VISTA II

Pocos deseos de hacer una carrera desafiante

Graciela Chamut / Experta en Recursos Humanos


Las especialidades más difíciles de conseguir en nuestro país, y sobre todo en el NOA, son las que tienen que ver con las Ciencias Exactas, y más con las Ingenierías. La “estrella” más difícil es el Ingeniero Químico, una de las profesiones más escasas y más solicitadas por el mercado.

Las razones por las que no se eligen las carreras más difíciles son múltiples: por un lado, está la débil formación en ciencias de nuestros estudiantes en general.

También vemos pocos deseos de hacer una carrera desafiante, prefiriendo lo más fácil, lo más light. Una tercera razón es la mala base de los estudiantes egresados de secundaria, que, aún cuando quieren, les gustan y les resultan fáciles las ciencias exactas, eligen una orientación diferente porque ahí van sus amigos. Creo que algo de culpa tenemos los padres, al hacer críticas fuertes a la educación y citar ejemplos de casi-iletrados que son millonarios, mientras que muchos sabios son pobres o, en el lenguaje del consumismo, “fracasados”.

“Lo quiero todo y lo quiero ya” parece ser el himno de esta sociedad que desvaloriza los logros con la misma facilidad con que los obtiene, y busca rápidamente cambiarlos por otros más nuevos, más lindos, más caros, más a la moda... Y miran con un poco de desprecio la idea de trabajo desafiante, el esfuerzo como crecimiento, la vida y el trabajo con un objetivo de servicio a los demás. Por suerte, no son todos, pero sí una amplia mayoría.

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