“Con los años, las ilusiones se van puliendo”

“Con los años, las ilusiones se van puliendo”

Nieta de Baldomero e hija de César Fernández Moreno, la ganadora del Premio Sor Juan Inés de la Cruz habla sobre la influencia de esos dos grandes poetas argentinos en su vida y en su obra. “Me siento lejos del modelo del ‘escritor-intelectual’ con opiniones, decisiones e intenciones estéticas muy predeterminadas; escribo lo que puedo”, confiesa.

08 Noviembre 2015
Por Julia Saltzmann
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

- Hay ciertos datos de tu biografía que aparecen siempre en solapas, copetes y notas, y que seguramente resultaban insoslayables al comienzo de tu “carrera” de escritora, si es que a tu trabajo se lo pudiera relacionar con un término como éste, pero que a esta altura pueden generar una cierta incomodidad. Me refiero ni más ni menos que a tu filiación, como hija de César Fernández Moreno y nieta de Baldomero. Hoy querría empezar por ahí, tratando de profundizar en el tema. ¿Qué relación tuviste con tu abuelo? ¿Y con sus textos? Hablanos de tu familia paterna (tu madre será motivo de una pregunta aparte). ¿Cómo fue que el “Fernandez Moreno” llegó a vos, siendo que los apellidos dobles se componen en general del paterno más el materno? ¿Sabés de memoria poemas de tu abuelo? ¿Pensás que el sencillismo de Baldomero y el coloquialismo de César están de algún modo presentes en tu prosa, encarnadas en su naturalidad?

- El tema de la filiación es, como decís, insoslayable y me toca de manera profunda en ese lugar que llaman “identidad como escritora”. Recuerdo que una vez le hice un reportaje a Griselda Gambaro. Ella provenía de una familia muy humilde y en su casa no había ni un solo libro. Griselda trabajó contra esa realidad y se construyó a sí misma como lectora y después como escritora y dramaturga. ¿Qué duda puede tener acerca de su identidad? Lo mismo puede decirse de muchos otros escritores. Yo en cambio me siento en la franja sospechosa de los que tenemos una filiación. Viví rodeada de escritores: mi viejo, sus hermanos, los amigos comunes, todos eran escritores. En ese contexto, ¿elegí ser escritora? ¿O resulté ser un apéndice, un nuevo brote, más o menos feliz, del tronco familiar? Con eso convivo, con sus ventajas y sus desventajas. Por eso me cuesta decir “soy escritora”. Siempre me parece que hay algo de exceso en esa declaración, de “creérsela” como diría un porteño. No siento una necesidad compulsiva, apasionada, indeclinable de escribir. Más bien tengo que vencer siempre una resistencia interior, como si escribiera a pesar de mí misma. Me siento lejos del modelo del “escritor-intelectual” con opiniones, decisiones e intenciones estéticas muy predeterminadas. Escribo lo que puedo. (Aunque sin duda eso que puedo podrá después ser juzgado bajo tal o cual óptica). No soy una lectora ordenada y consecuente, y tengo enormes baches de conocimiento literario. Esa especie de desapego o de forma distraída de pertenencia debe responder a cierto tipo de personalidad pero, sin duda, se vincula con mi filiación. A sus hijos Baldomero los hacia hablar en redondillas en la mesa. A mi viejo lo oí descalificar una vez a un poeta muy cercano diciendo que su escritura era como tener un auto de carrera para no saber adónde ir. Más o menos lo mismo decía Truman Capote en el prólogo de Música para camaleones. Son sólo dos ejemplos, pero hay muchos más. De manera que con semejantes modelitos de exigencia detrás, mejor disimular ¿no? Más aún siendo una mujer.

A Baldomero lo leí, aunque no exhaustivamente. Y, desde ya, sabía de memoria algunos de sus poemas y los recitaba cuando era chica. No llegué a conocerlo (tenía tres años cuando él murió), pero lo tuve muy presente a través de mi viejo. El sí que vivió -sufrió y gozó- de manera poderosa el influjo de su padre. Por eso mismo hacía gala de una gran liberalidad con sus hijas: que sean lo que ellas quieran, subrayaba siempre. De hecho, yo empecé a escribir alrededor de los 35 años, después de haber agotado muchas otras posibles vocaciones: desde bailarina contemporánea a fonoaudióloga. De escribir, ni la menor fantasía. Sólo redacción publicitaria, mi trabajo central por décadas. El apellido doble fue una decisión de Baldomero que con semejante nombre bien podría haberse quedado con el Fernández solo, como el gran Macedonio. Pero él prefirió españolamente sumar el apellido materno al paterno (tal vez precisamente quería evitar el Baldomero). Y así quedó de incómodo y largo el Fernández Moreno para los que vinimos después.

Por último creo que sí, que vengo del sencillismo de Baldomero y del coloquialismo/existencialismo de mi viejo. Esa “naturalidad” está en relación con los temas que abordo, vinculados con mi vida cotidiana, con los intercambios emocionales entre las personas, con una mirada atenta a hechos aparentemente nimios… Y, desde ya, con un tipo de escritura. César declaraba que poeta es el que dice lo que va viendo. Me gusta esa declaración de principios. Pero claro, hay que ver qué se va viendo y cómo se “dice”. En esa cruza se constituye el estilo. La escritura demanda un trabajo y allí hay decisiones poéticas que tomar. A título anecdótico, detesto colocar, comenzar o dirigirme hacia algún lugar y evito hasta lo ridículo escribir palabras como rostro o vientre. Ni hablar de abdomen. Si el personaje se tiene que pegar un tiro o le duele algo, el cuerpo ofrece lugares mucho mejores de nombrar. A veces, cuando me parece que me engolosiné con alguna voltereta literaria, reescribo hasta sentir que alcancé el equilibrio justo entre evitar la planicie y escaparle al énfasis.

- Tu madre ha sido la fuente de creación de un personaje literario con una presencia sostenida en tus libros y un brillo particular. ¿Ese personaje es un reflejo, una estilización, una caricatura, un ajuste de cuentas? ¿Cómo lo trabajás? ¿Lo buscás, le reservás un lugar o se cuela en tu literatura?

- Después de tantos años de psicoanálisis -como tenemos los de mi generación-, no tengo la respuesta exacta. Supongo que un cóctel de todo eso que decís. Mi madre era bella, extravagante, híper lectora, inteligente, narcisista y filosa hasta la crueldad, aunque sin alcanzar la perfección en ninguno de esos rubros. Y ya se sabe el efecto del discurso materno sobre las hijas. Hay una parte de ella que ya está instalada en mí y otra de la que me pasé la vida huyendo. La exploto literariamente, por supuesto. Con toda alevosía.

- La fuente más evidente de tus relatos es la vida cotidiana, parecés dueña de un radar que te acompañara siempre cuyos datos obtenidos convertís en relato literario. ¿Cómo es esa transmutación que no desemboca en crónica sino en fina literatura? ¿Cómo conviven en vos vida y arte?

- La vida cotidiana es extrañísima y te puede llevar muy lejos o muy al fondo del misterio. Y para mí la observación es un arma tan poderosa como la pura elucubración. O tal vez el punto de partida. Tenía un médico que escribía tu ficha de paciente con una obsesión notable: usaba una regla, una goma de borrar, una lapicera de tinta y varias biromes de color para hacer subrayados. Yo me quedaba hipnotizada al ver con cuánta satisfacción lo hacía. El paciente le importaba un pepino, el tema era su ficha. Esa observación me lleva después a pensar otras cosas. Las estrategias para convivir con los horrores del cuerpo. Y cómo sería este médico operando. Cómo escribiría con el bisturí sobre un cuerpo tan inerte como una ficha de cartulina. Ese personaje aparece en uno de los cuentos de Malos sentimientos relacionado con la crueldad. La crónica también trabaja con la atención puesta en este tipo de detalles, en lo que surge de ellos si uno tira de ese hilito. Alguien dijo por ahí que los cronistas trabajan con los despojos que les deja la noticia. En ese punto coincide con la actitud literaria. Y después, o al mismo tiempo, se integra la escritura. Esa transmutación de la que hablás es lo más inasible. Tiene que haber un ritmo, una temperatura, una precisión y al mismo tiempo una la levedad en el texto. Hay que tener cierto don para lograrlo, y dedicarle después muchas horas de trabajo. Y aún así, siempre podría estar mejor… ¿Vida y arte? Nunca me pienso como una “artista”, más bien como una mujer que escribe. Entonces escribir está integrado a mi mundo como la relación con mis hijos, con mis amigos, los viajes, o el placer de ver la casa ordenada.

Pero la escritura es el lugar más personal, el más intransferible.

- Yendo más en particular a Malos sentimientos, la inadecuación parece ser una presencia y denominación común en este libro, una incomodidad expresada desde el título en relación con pasado-presente, pobres-clase media, dinero-robo. ¿Decidiste enfrentar ciertos fantasmas? ¿Lo ves como un signo de los tiempos? ¿Cómo fue eso?

- Como argentina, he atravesado todo tipo de crisis que me afectaron de forma personal. Y con los años, ya se sabe, las ilusiones se van puliendo. No puedo dejar de ver las situaciones de injusticia, de violencia y de deterioro que se manifiestan en la ciudad, donde yo me muevo a diario (y ni hablar del mundo). De manera que naturalmente ese contexto se refleja en algunos de mis cuentos. Pero se juega sobre todo como conflicto interno del personaje, como tensión ética. En otros cuentos, más allá de lo material, se trata de otros planos de inequidad. Pienso en la paradoja de los dos ladrones en la cruz, en la que sólo uno se salva. La espeluznante lotería de Babilonia de Borges. Más recientemente, la novela de Emmanuel Carrère Vidas ajenas. Desde una perspectiva más modesta, me interesa lo que cada uno hace con el lote que le toca y cómo dirime las diferencias con los otros y sus destinos.

- Tus relatos, más allá de que fueran cuentos o novelas, circulaban por un carril bastante homogéneo. En tu última novela, El cielo no existe, sin abandonar tu poética, construiste una trama de investigación e intriga, y en este libro que se acaba de publicar unas fábulas que cercanas a la poesía, o cuentos con una deriva fantástica. ¿Cómo fueron esos deslizamientos?

- Es verdad. En El Cielo no existe partí de un episodio real –un robo- y lo que este hecho desencadenaba en la relación entre una madre, su hija y la chica responsable del hecho. Inevitablemente esto me llevó a enfrentar un aspecto policial. Cuando descubrí en lo que me estaba metiendo, me agarraba la cabeza. Lo policial, no es mi fuerte para nada. Di muchas vueltas antes de resolverlo y creo que no es lo más sobresaliente de la novela. Pero me resultó muy útil como vehículo para escribir sobre otras cosas que sí me interesaban: la forma inesperada y loca en que suceden las cosas, los vínculos entre esas mujeres, los bandazos de la vida en la ciudad, el peso de las palabras… Estoy muy contenta de la experiencia que recogí en ese camino. En cuanto a la poesía, “preferiría no hacerlo”, por razones bastante obvias. Sin embargo las fábulas, algunos cuentos con sesgo fantástico, son como bien decís, un deslizamiento hacia lo poético. No sé muy bien cómo aparecieron, tal vez sean el principio de algo nuevo. Un brote inesperado, pero estaban dentro del mismo clima emocional de la mayoría de los cuentos y entonces decidí incluirlos.

- Por último, me gustaría que describieras la mirada que te echás a vos misma, lo que querías alcanzar cuando empezaste a escribir, cómo fuiste contándote a vos misma tu trayectoria de escritora. Y si hacés planes sobre lo que viene ahora.

- Me miro con cierta sorpresa. Sobre todo cuando me doy cuenta de que pude hacer cosas que inicialmente me parecían muy improbables (como escribir novelas). Si me miro de afuera puedo pensar que soy mejor de lo que me creo. Pero como estoy metida adentro mío suelo ser presa de mis inseguridades. Casi siempre desconfío de mis éxitos. Al principio cuando descubrí que después de tantas vueltas lo mío era escribir, fui muy feliz. Algo que tenía tan cerca y para alcanzarlo, sin embargo, tuve que dar tantos rodeos. ¡Sigo dándolos! Y fui muy fiel al cuento como herramienta. Necesitaba tal vez una estructura que me sostuviera y me importaba cumplir con sus preceptos. Sistemáticamente, como quien pone un huevo, se me ocurría una idea que me gustaba. En esos primeros años estaba llena de entusiasmo, pero los dioses se ocupan de uno sólo por un tiempo. Después, como todo, hay que sostener las decisiones con trabajo, con voluntarismo, con oficio. Cosas arduas que dan sus frutos, o sus frutitos. Adquirí más tranquilidad, un poco de astucia y voy evolucionando hacia cuentos más simples que trabajan con tramas leves, como es el caso de la mayoría de los cuentos de Malos sentimientos. Por otro lado pude romper con el miedo a la novela. Y lo que vendrá, no lo sé. Estoy con un proyecto que está a caballo entre la crónica, un episodio autobiográfico y la novela.

© LA GACETA 

PERFIL

Inés Fernández Moreno nació en Buenos Aires, en 1947. Es licenciada en Letras de la UBA y autora de nueve libros. Con La última vez que maté a mi madre, reeditada varias veces y traducida al italiano, ganó el Premio Municipal de Buenos Aires y el Premio Letras de Oro 2000. En 2003 y 2007 ganó en España el Premio Max Aub y el Premio Hucha de Oro respectivamente. Por su última novela, El cielo no existe, recibió el año pasado el prestigioso premio Sor Juan Inés de la Cruz en la Feria del Libro de Guadalajara.

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