En la canchita del barrio encuentran el incentivo para esquivar la droga

En la canchita del barrio encuentran el incentivo para esquivar la droga

“Juventud unida. No a la droga” es un equipo de chicos fundado por un vecino que fue un niño de la calle. La mayoría no va a la escuela.

LA GACETA / FOTOS DE ANTONIO FERRONI. LA GACETA / FOTOS DE ANTONIO FERRONI.

No es una exageración: en el barrio Juan Pablo II o “El Sifón”, ir a jugar al fútbol en “la canchita” es tan importante como la vida misma. Aunque por los alrededores acechen los dealers para venderles “papelitos” con droga. Sí, incluso ahí, al lado del basural que no se puede erradicar porque hasta ese lugar no llega el camión recolector. Ahí, donde termina la Alsina al 1.800, cortada por las abandonadas vías del tren y una laguna pestilente. Con todo eso, ese lugar es más seguro que cualquier otro del barrio, porque ahí no entra la droga.

La idea de fundar “Juventud unida. No a la droga” se le ocurrió a Rubén Viscarra, al ver el drama de los chicos adictos y el peligro que corrían sus cinco hijos. Él mismo fue un niño que pedía en las calles y limpiaba parabrisas en la esquina de Casal. Pero en aquel tiempo no había droga. “Hoy la cosa está en ganarle de mano a los dealers. Atrapar la atención de los chicos antes que ellos”, dice.

En “El Sifón” hay una sola plaza. “Esto era un monte lleno de basura. Lo limpiamos para que jueguen los chicos. Hacemos todo a pulmón. Nadie cobra un peso. Y gracias a eso logramos incorporar a un chico, Josué Celiz, en Atlético. En realidad eran dos chicos, pero uno no tenía recursos para salir del barrio”.
 
No hay días fijos para el deporte porque el coordinador trabaja en seguridad privada y descansa semana de por medio. “Cuando no laburo los chicos entrenan todos los días, incluso los feriados”. Los chicos son materia dispuesta para jugar en cualquier momento, porque la mayoría no va a la escuela ni tiene dinero para salir del barrio. La dura realidad no es sólo económica: “los padres de casi 20 chicos están presos o son adictos. ¿Ve aquel gordito de siete años? Le han dado 17 años de cárcel a su papá”, cuenta con un gesto de amargura.

“Es impresionante cómo el fútbol aleja a los chicos de las cosas malas. Después del partido vuelven cansados a la casa y ya no salen”, describe Luisa del Carmen Soria, madre de 11 hijos, dos de ellos en edad escolar, aunque ninguno va a la escuela. La pensión de los siete hijos no le alcanza para vivir y le quitaron la Asignación Universal. Todos, incluidos sus siete nietos van a comer al comedor comunitario.

Sergio Zamorano y Leo Ponce ayudan a Viscarra a organizar el grupo de unos 60 niños y adolescentes. “Nos gustaría que nos ayuden a sacar el basural, que pase el recolector, que cierren la cancha para que no se metan los ‘transas’ a vender droga cerca de aquí, que pongan juegos para los más chicos y que nos ayuden a conseguir palos de hockey para que las chicas también puedan jugar”, ennumera Viscarra.

Muchos no estudian

En un alto del partido, los chicos se reúnen a conversar a un costado. Se ve que están orgullosos de pertenecer al grupo que no se droga en el barrio. Ariel Gallardo, de 19 años, está terminando la secundaria y trabaja con su papá como albañil. Cuenta que no siempre tiene para comer, pero que se las aguanta porque le da vergüenza ir al comedor. “Ya soy grande”, opina. En cambio a Jorge Gutiérrez, de grandes ojos y sonrisa fácil, eso lo tiene sin cuidado. “Somos 10 hermanos y prácticamente vivimos en lo de la Irma Monroy (la dueña del comedor)”, bromea. Con sus 17 años no va a la escuela ni trabaja, porque en su casa tuvieron que vender el carro, que era el único medio de sustento de la familia. “¿Votar? ¡No... no tengo documentos!”.

Mauro, más conocido como “El loco jaja”, tiene la suerte de trabajar y de aprender un oficio, el de herrero, en el taller de su papá. Pero por esa misma razón no va a la escuela. Tiene 17 años y dejó en 7° grado. Él cree que nunca más va a volver, no le interesa y no tiene tiempo. Trabaja desde las 8 hasta las 19.

Luis Lescano tiene 14 años y tampoco va a la escuela. Vive con su abuela y un hermano “mental”, dice por toda explicación. Juega a la pelota de ojotas. Su amigo Fabricio Luna lo codea: decile a la señora que no tenés zapatillas. “¡No tengas vergüenza. Vergüenza es robar!” Luis sólo baja la cabeza.

Fabricio alucina con ser futbolista profesional. Confiesa que era de San Martín hasta que un día lo llevaron a conocer la cancha de Atlético. Quedó perplejo, se cambió de equipo y empezó a soñar con los ojos abiertos.


Les falta todo

Los hermanitos Cabrera no van a la escuela y viven en una casa de madera a punto de caerse

El fútbol no sólo es su pasión, sino quizás la única actividad de su vida. Juan José Cabrera tiene 14 años y como sus dos hermanos, de 7 y 17 años, no va a la escuela. Todos comen en el comedor Conejitos Felices de donde su padre, Osvaldo Cabrera, es cocinero. Su casa se reduce a una pieza de madera que parece a punto de caerse, con una cama por todo mobiliario y un colchón donde duermen los cuatro. Juan tiene una discapacidad que nunca se hizo tratar. Nació con el brazo y el pie izquierdos más débiles, atrofiados, pero aún así es un buen arquero. No recibe pensión por su discapacidad y el salario universal por hijo, el de los siete hermanos que son en total, los cobra su madre que los dejó cuando eran más chicos, según cuenta el padre y confirma la abuela materna de los niños. Juan ni siquiera puede entretenerse con una revista. No sabe leer.

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Se suicidaron otros dos adolescentes adictos en el barrio Batalla

Ya son ocho los adolescentes que, víctimas de la adicción a las drogas, se quitaron la vida este año en Tucumán. Entre el domingo y el lunes, Cristian Daniel Lizárraga y Hernán Peñalva, ambos de 18 años, tomaron la drástica decisión en el barrio Batalla de Tucumán, detrás del parque Guillermina. Cristian formaba parte del grupo de jóvenes de la parroquia Cristo Rey. “La abuela solía ir a buscarlo a altas horas de la noche por las calles del barrio Batalla y La Mago. Hernán, a quien todos conocían como ‘Macana’ intentó recuperarse pero no pudo”, contó el padre Andrés Ortega, devastado por la situación.

“Necesitamos trabajar articuladamente con dispositivos estatales como la Sedronar”, dijo el párroco de Cristo Rey, que asistió a los familiares en el sepelio de ambos jóvenes. “Los chicos y sus familias lucharon hasta donde más pudieron, pero no lo lograron. Nosotros también sentimos que hay un límite. No podemos trabajar solos y desarticulados”, lamentó el sacerdote que trabaja con los Grupos de Esperanza Viva (GEV) que preparan a los chicos para ingresar a la Fazenda de la Esperanza.

Sin fe en el Estado

La situación se agrava con los días y los meses. El lunes los vecinos del barrio “El Sifón” realizaron una procesión de antorchas por las calles del barrio para pedir a Dios que los salve de las garras de la droga, porque no creen en los organismos del Estado. En el mismo momento en que se desarrollaba la triste manifestación, detrás del parque Guillermina un joven se quitaba la vida.

No era la primera vez que manifestaban. El 3 de agosto un grupo de vecinos de El Sifón cortó la plazoleta Mitre con megáfonos y casacas que portaban la leyenda “no a la droga”.

Sin embargo, continuaron los suicidios. El domingo 20 de septiembre Horacio Zamorano de 18 años, se convirtió en la sexta víctima de la droga, en el mismo vecindario.

El equipo de psicólogos de la Secretaría de la Prevención de la Drogadicción se mostró abatido con la muerte de Zamorano, que había estado bajo tratamiento. Consignan son muchos los programas del gobierno que funcionan en los barrios más humildes, pero no dan abasto.

Al “paco” se le sumó una nueva sustancia conocida como “alita de mosca”, por su transparencia. Es muy adictiva y en mínimas dosis puede dejar al consumidor al borde de la muerte.

La droga avanza en los barrios más precarios y se lleva a los más jóvenes y pobres de la sociedad.

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