La randa, de cantar
“ESTIRPE DE RANDERA”. Con motivo del Día de la Tradición, esta foto de Margarita Toledo de Núñez fue publicada en LA GACETA de noviembre de 1976. la gaceta / archivo “ESTIRPE DE RANDERA”. Con motivo del Día de la Tradición, esta foto de Margarita Toledo de Núñez fue publicada en LA GACETA de noviembre de 1976. la gaceta / archivo
24 Octubre 2015

Sebastián Rosso - LA GACETA

Limpio y prolijo el encaje / bajo el percal de la saya / aparecía, si en misa / la dueña se arrodillaba; / y por la tarde en el baile, / al son de canto y guitarra, / lucíalo en las “chilenas” / la randera tucumana.

Randa y randera son dos palabras de especial sonoridad para la cultura tucumana. Sus significados son claros, pero sus orígenes no. Veamos: “randa” se usó en España como sinónimo de “encaje” en todo el Siglo de Oro. Pero, aparentemente, mientras en Castilla predominó el segundo, en Cataluña se popularizó el primero. Vendría del occitano “randar”, que significaba “adornar”; en la misma lengua, el sustantivo daba nombre a “extremidad, seto o cercado”. Esta versión es muy aceptable pues ese origen coincide con la región donde predominó el término. Otra versión la hace tener un origen alemán, donde “rant” dio nombre al borde los escudos, y luego “rand”, a los bordes en general. Así, tanto la acepción de adorno, como la de borde, se asemejan al uso que damos actualmente al término: el de nombrar una malla bordada, que se usa para decorar los bordes de las prendas o accesorios domésticos. Incluso, la de cercado, tiene la extraña coincidencia con el nombre del poblado monterizo donde esa artesanía se conservó.

Entre hilos

Tardes de estío la vieron / bajo un naranjo sentada, / ágil la mano pequeña / tejer laboriosa randa… / y oyeron mañanas tibias / la copla doliente y vaga, / que iba, al tejer, entonando / la randera tucumana.

Quién sabe como habrán viajado los nombres en su Europa natal; al continente americano llegaron con los españoles que, a mediados del 1500, entraron en nuestra región tucumana. Su misión era conquistar e instalarse. Los primeros grupos estuvieron integrados por jinetes rudos, la mayoría soldadesca con alabardas, sables, lanzas y mosquetes. Las agujas tienen que haber venido traídas por las pocas mujeres que los acompañaban, aunque se deduce que las randas llegaron después. No es de imaginar que hubiera mucho espacio para encajes ni para oficios decorativos, en esos primeros tiempos de la colonia.

El monarca a quien representaban, era el Emperador Carlos V, cuyos dominios en Europa occidental fueron de los más vastos de la historia. Ocupaban casi toda la península ibérica y una enorme franja en la región central europea, desde Alemania y los Países Bajos en el norte, hasta la Sicilia italiana, en el sur. De ahí que tanto los artesanos como las palabras circularan de uno a otro extremo del imperio, enriqueciendo los distintos reinos. Si bien la randa puede haber tenido un renacimiento o auge en este período, no caben dudas que existía mucho antes. Incluso, caracterizaban a la vestimenta española; ya en el 1400 español, el poeta sevillano Francisco Imperial describía una doncella “de muy estraña partida / segvn venia vestida (…) enforrada en cendal vis, / de juncos una guirnalda: / non traya esperavanda / axuaycas, nin carcillos / nin mangas á bocadillos, / nin traye camissa randa”.

Las primeras randas de que se tienen noticias en estas tierras de Tucumán, se compraban en el Alto Perú ya en el siglo XVII. Es de imaginar que en el transcurso de esa centuria comenzó, también el oficio de confeccionar randas en Ibatín. Y cuando el gobernador Mate de Luna ordenó trasladar la ciudad más al norte, parte de la población decidió quedarse en la zona. En esos húmedos bosques monterizos donde las mujeres sostuvieron la tradición de la randa. El día de hoy, se conoce el caserío como El Cercado. Queda unos pocos kilómetros al norte del sitio de Ibatín, donde se fundó la primera Nueva Tierra de Promisión de San Miguel de Tucumán.

Entre agujeros

Entre las manos ligera / pasaba, sutil, la malla… / la aguja, en ella, al antojo / bordaba casas soñadas… / y luego, piadosa y triste, / con randa altares ornaba / -para que el novio volviera- / la randera tucumana.

Escribir es el arte de hilar. De la misma manera que tejer y relatar van de la mano, o de la voz, como tejer y cantar. Parece que la médula misma de la actividad literaria es la creación de una trama y la necesidad de mantener el hilo de algo. Hilar con las palabras es lo que hacemos para aprender y también para enseñar. Para alegrarnos y para entristecernos. O para esperar, mientras pasa el tiempo, siguiendo el oficio de Penélope y Scherezade.

La literatura, las canciones y hasta el cine, han sostenido la vieja leyenda del tejer, como una actividad femenina de espera y de sostén del amor. En la película “O cangaceiro”, de Lima Barreto, se cantaba: “Olé, mujer randera… / Olé, mujer de randar, / tu me enseñas a hacer randa, / yo te enseño a enamorar”. La espera de la enamorada, mientras “tejía randas”, en este caso no era para esperar al rey de Itaca sino al irredento Lampiao, el bandido más famoso de los cangaceiros brasileños. Estas versiones románticas quedan por el suelo, cuando las toca el realismo sarcástico de Don Miguel de Cervantes, quien le hace decir a Sancho: “Pues no he visto en toda mi vida randera que por amor se haya muerto, que las doncellas ocupadas más ponen sus pensamientos en acabar sus tareas, que en pensar en sus amores”.

Volviendo a nuestras tierras, y al romance, la poesía que vamos entresacando en esta nota, es de Amalia Prebisch de Piossek. Posiblemente sea la más popular y famosa de las dedicadas a las randeras tucumanas. La escribió en 1915 y llegó a cantársela en las escuelas, con música de Andrés Chazarreta. Comienza y termina con estos versos: Naranjos con fruta de oro, / cedrones de copa blanca, / dama de noche silvestre / y rubia flor de la caña; / tardes calientes de estío, / límpida y tibia alborada / ¡llorad que se va muriendo / la randera tucumana!

“¡Qué más quisiera la escarcha / sino randa en El Cercado / casi garúa quebrada / semisueño deshojado!” cantaba, ya a mediados de ese siglo, el poeta santiagueño Nicandro Pereyra, quien dedicó varios de sus poemas a las randeras.

Mucho se ha escrito sobre estas mujeres que tejen; pero de la malla en sí, el literato inglés Julian Barnes, tiene algo para decirnos. Para definir una red, escribe, se pueden tener dos puntos de vista. Se puede la puede ver como un instrumento de malla tejida, que sirve para adornar, atrapar o sostener cosas, sean peces o cualquier cosa, incluso el pelo. Pero, “sin perjudicar excesivamente la lógica”, podríamos invertir la imagen, y definir la red como “una colección de agujeros atados con un hilo”.

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