La violencia, según pasan los años
“Los desmanes de los hinchas son amparados por los dirigentes. De la impunidad de un pequeño grupo de espectadores ha nacido el ambiente de desagrado e intolerancia en los fields. Todos se quejan pero nadie se siente culpable ni piensa en la necesidad de corregirlo”. El comentario puede adaptarse perfectamente a los tiempos actuales, salvo por un par de detalles: la palabra fields ya no se usa en las crónicas deportivas y el párrafo pertenece a una publicación realizada por la revista “El Gráfico” a comienzos de la década del 30 del siglo pasado.

Cuatro décadas después, en 1972, “Clarín” titulaba una nota “La tribuna de la vergüenza” y escribía en sus páginas de deportes: “El vandalismo y la delincuencia desatadas. Una sociedad pacífica en manos de increíbles patotas. Están en el futbol. Aprovechándose de él. Ya denunciamos hace seis años que muchos clubes protegen a esas barras, que son el fundamento electoral de algunos dirigentes. En la intendencia de un club hallaron las armas que usaban esas patotas. Esa delincuencia sin castigo no sabe de ley ni de respeto. Sólo sabe de violencia”.

Estos testimonios, publicados en el libro “Boquita” que escribió el periodista Martín Caparrós, reflejan que la violencia en el fútbol no es nueva. Nació y creció con el profesionalismo de un deporte que despierta pasión en millones de personas y mueve fortunas que son la tentación de aquellos que quieren vivir mejor que los futbolistas, pero sin saber patear una pelota.

El dinero puede ser una causa, pero de ninguna manera una justificación a todo lo que sucede alrededor del fútbol. La torta es grande y muchos quieren una porción generosa. Pertenecer a ese mundo genera ciertos privilegios. Se convierten en personajes que aparecen en los medios, ostentando vehículos importados o pasando sus vacaciones en lugares inaccesibles para el común de los mortales. Pueden viajar por todo el mundo para alentar a su equipo o al seleccionado cuando juega un Mundial.

Pero en Tucumán la realidad es otra. Completamente diferente. Aquí no llegan ni las migas de la torta. Los objetivos son más modestos. Salvo Atlético y San Martín, el resto de los clubes no tienen nada para ofrecer a las barras. Entonces, ¿por qué la violencia? ¿Por qué pelean, agreden, hieren y hasta matan? Difícil entender. Mucho más complejo resulta explicar.

Los violentos no tienen límites. Se intentó frenarlos de diferentes maneras. Ninguna fórmula fue exitosa. Hay partidos casi todos los días y a diferentes horarios. Se prohibió la presencia de hinchas visitantes; se obligó a equipos jugar a muchos kilómetros de sus escenarios naturales y hasta se programaron partidos a puertas cerradas. A pesar de todo, los incidentes se repiten semana a semana sin que nadie pueda detenerlos.

El miércoles, en Río Seco, superaron todo lo que podía imaginarse. Allí debían jugar Villa Mercedes y Trinidad, por el torneo de la Primera B liguista. El encuentro se programó a puertas cerradas. Sin embargo, hinchas del primer equipo se hicieron presentes y aprovechando que no había policías -el árbitro lo suspendió por falta de seguridad- atacaron el micro que trasladó al plantel rival. Daños múltiples y varios heridos fue el resultado de una combinación que no debería haberse producido: la presencia de violentos y la ausencia de policías.

El aumento de la violencia en los estadios no es casualidad. Nada se hizo para frenarla. En el 99,9 por ciento de los casos, no hay detenidos. Los barras bravas saben que pueden desplazarse sin temor a ser atrapados por la Policía. La impunidad es su principal arma. Los operativos de seguridad fracasan rotundamente y nadie intenta modificar el sistema que se utiliza. Cada vez cuestan más y sirven menos.

Desde el sur de la provincia salió una señal de esperanza. El fiscal Fabián Rojas demostró que cuando se quiere, se puede.El funcionario judicial llevó adelante la investigación por los incidentes producidos durante un partido que jugaron, por el Federal A, Deportivo Aguilares y Almirante Brown y tomó una medida sin precedentes: identificó a los agresores, juntó las pruebas necesarias y pidió el arresto para los responsables. El juez Raúl Fermoselle apoyó su trabajo y ordenó la detención de los acusados. Entre ellos se encuentra Sergio Lobo, jugador del equipo de Aguilares que, según pudo constatar el fiscal, participó de los incidentes. No hay antecedentes en el país de un caso así. Ojalá el ejemplo se multiplique y aparezcan más fiscales dispuestos a entablar una batalla que, por el momento, parece perdida

Mientras Rojas envía señales de esparanza, otros funcionarios se encargan de poner un manto de incertidumbre. El secretario de Seguridad Ciudadana, César Nieva, reconoció que es prácticamente imposible frenar a los violentos y que el tema se les escapó de las manos. Las autoridades lucen desorientadas y ese no es el mejor mensaje. Los funcionarios deben encontrar la manera de sacar a los violentos del fútbol y devolverle a este maravilloso deporte la posibilidad de convertirse en un entretenimiento familiar, más allá de la pasión y el fanatismo.

Pero también es necesario que los políticos dejen de apañar a esos personajes nefastos y no utilicen más a los clubes para sus campañas en tiempos electorales. Si no se toma el tema en serio, dentro de 100 años se seguirá hablando de lo mismo.

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