Los chicos y sus cuentos tomaron la Plaza

Los chicos y sus cuentos tomaron la Plaza

Durante la mañana de ayer, representantes de unas 20 escuelas mostraron sus esfuerzos logrados por formar lectores críticos.

ENTRE TODOS. A partir del cuento aprendieron que lo que cada uno sabe ayuda a entender la realidad. LA GACETA / FOTOS JUAN PABLO SÁNCHEZ NOLI. ENTRE TODOS. A partir del cuento aprendieron que lo que cada uno sabe ayuda a entender la realidad. LA GACETA / FOTOS JUAN PABLO SÁNCHEZ NOLI.
15 Octubre 2015
Ayer por la mañana la plaza Independencia también estuvo ocupada, llena de gente, voces y carteles. Pero nadie protestaba, todo lo contrario: la plaza esta vez se llenó de cuentos y de “cuenteros”. Alumnos y maestras de unas 25 escuelas (públicas y privadas) correspondientes a la zona de supervisión N° 2 (responsabilidad de la profesora Olga Ruiz) se pusieron al hombro el objetivo de “formar lectores críticos”, como rezaba la convocatoria del 1er. Encuentro de Lectura y Escritura, explicó la docente Fabiola Herrera.

Acompañados por el sol primaveral -que cerca del mediodía apretaba con ganas- levantaron carpas y las poblaron con libros, escenografías, disfraces y un entusiasmo a toda prueba. El denominador común: todos fueron felices con un libro entre las manos.

Ratoncitos

Cerca de la vereda, sobre la calle San Martín, los alumnos de la escuela nueva del barrio Crucero Belgrano habían trabajado con el cuento “Siete ratones ciegos”, ilustrador estadounidense nacido en China, Ed Young.

Enfundada en su traje color verde, Patricia Montenegro contó la historia: los ratoncitos se encuentran un día con algo raro. “Cada uno toca una parte y cree que sabe lo que encontró, pero no sabe”, añadió. La moraleja del cuento es clara: cuando los ratones aunaron saberes y experiencias, descubrieron que el “algo raro” era un elefante. El grupo contó con una importante participación de las mamás.

Caperucita, la mala

Muy cerquita una mamá “tendía” una camita, mientras Geremías Herrera, muerto de calor, se desesperaba por sacarse su traje de lobo lleno de pieles.

“Esperá, que viene la foto”, se oyó decir a Judith “Caperucita” Sala, cuya energía -de la mano de su capa roja- la sacaba del lugar de víctima y la convertía en heroína. Caperucita “sentó” por la fuerza al lobo en la camita y se dedicó a provocarlo con una flor amarilla... “Es que ella es la mala”, explicaron sus compañeros, alumnos de la escuela Estado de Israel, conducidos por las maestras Marcela Galip y Claudia Godoy. Entre todos habían armado una obra que se llamó “Pobre lobo”.

La FM

Más en el centro de la plaza, cerca del mástil, alumnos de cursos más altos de la escuela Bernabé Aráoz armaron una propuesta diferente: desde su FM Bernabé “transmitieron en vivo” relatos de terror.

Soñarse a sí mismo

Enfundados en sus guardapolvos blancos y atropellándose de la alegría, Gabriel, Sixto, Sofía, Martín, Leandro, Máximo, José Luis, Priscilla, Nicolás y José, entre otros, contaron que son alumnos de la escuela Guillermo Griet; la mayoría está cursando segundo grado, pero había también algunos “complementos” de otros niveles.

En su carpa, levantada en la diagonal de la Plaza que se abre en el ángulo de 25 de Mayo y San Martín de Mayo, tenían varios libros, pero el que más los entusiasmaba era “Los sueños del sapo”, de Javier Villafañe. Lo que mostraban en el encuentro era el fruto del trabajo que habían coordinado las “seños” Sandra Santucho y Alejandra Véliz.

“El sapo decidió ponerse a soñar y soñó que era árbol, después que era un río...”, arrancó una vocecita. “Y después, que era caballo”, interrumpió otra. “Y sigue soñando que era otras cosas, pero no le gustaba ser esas cosas. Hasta que por fin soñó que era sapo...”, añadió una tercera voz. O quizás fuera una cuarta; no era fácil identificarlas en este canon armónico y disonante al mismo tiempo.

“Y recién entonces descubrió que quería ser él mismo”, añadió de pronto, en un solo reflexivo, una voz claramente femenina, detrás de la cual brillaban unos ojos oscuros.

Inmediatamente las voces se atropellaron de nuevo: todos contaron qué quieren ser cuando sean grandes... ¿Qué más puede decirse que “misión cumplida”?

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