Un inspector sin armas

Un inspector sin armas

Mankell reniega de ser un escritor de “policiales”. Advierte que el crimen es un fiel reflejo de la sociedad, por lo que sus vericuetos son el mejor camino para mostrarnos el mundo en que vivimos y hacia dónde vamos. Por eso siente y dice que la mejor historia criminal que leyó es nada menos que Macbeth

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11 Octubre 2015

Por Juan Manuel Montero - Para LA GACETA - Tucumán

Henning Mankell es un admirable narrador. Nunca deja de pintar con paleta despojada de eufemismos el ámbito en el que cada una de las investigaciones se desarrolla. Desde una casa vacía hasta un desolado paisaje del sudoeste de Suecia, o la misma comisaría de Ystad, donde primero Wallander y luego su hija Linda prestan servicios.

Movilizar al lector

Las primeras páginas de sus libros siempre son un cachetazo. Con truculencia relata los detalles de cada uno de los crímenes que los protagonistas de sus historias deben dilucidar. Pero antes de comenzar a escribir, el sueco se plantea un paradigma que lo diferencia de sus muchos colegas. No se trata sólo de llenar las páginas de un libro. El pretende sorprender, denunciar, sacar del letargo al lector y movilizarlo. Por eso las tramas sobre las que giran sus investigaciones nunca son sencillas. A lo largo de sus novelas, Mankell desnudó temas como el racismo, los problemas de la juventud, el tráfico de órganos, la criminalidad de la política, la trata de personas, el avance tecnológico o el fundamentalismo religioso. Ante semejante reto se entiende que Wallander deba sobrellevar, además de los casos, una vida caótica.

Perro de presa

Admirador de María Callas y obsesivo con el trabajo (los únicos dos puntos que Mankell acepta tener en común con su personaje), el inspector parece vivir derrumbándose. Triste, sombrío, desencantado, abandonado por su esposa, con una hija distante a la que pretende acercarse de a poco, con un padre al borde de la senilidad, el alcohol le gana casi a diario. Pero es un perro de presa. Escapar de él no es tarea fácil. El inspector es un hombre analítico, que muchas veces lo lleva a hacer una semblanza de la sociedad en la que le toca vivir, y sobre la falta de identidad de sus habitantes. “Quiero hacer que el lector se plantee preguntas y reflexione sobre la situación y las condiciones de otras personas”, confesó Mankell.

Tanta exposición, tarde o temprano, iba a tener sus consecuencias. Y, como suele suceder, la víctima fue el propio Wallander, que vio cómo le llegaba la jubilación para dejar en el centro de la escena a Linda, su hija, quien, a su pesar, se encargaría de seguir sus pasos.

Tan frontal como siempre, Mankell afirma que Wallander nunca le cayó simpático. “No habríamos sido amigos en la vida real”, profundiza el escritor. La despedida del inspector fue en realidad un redescubrimiento: La pirámide es un compilado de cinco relatos que nos retrotrae al pasado del policía, cuando creía que podría cambiar al mundo. Mankell aún sostiene esta utopía. Uno de los datos que más llaman la atención de Wallander es que no usa armas. La razón siempre le gana a la fuerza. La prosa del sueco es un ejemplo acabado de ello.

© LA GACETA

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