Premio a la periodista bielorrusa que inventó un nuevo género literario

Premio a la periodista bielorrusa que inventó un nuevo género literario

Svetlana Alexievich cronicó con dolor acontecimientos decisivos de la caída de la URSS.

-Reuters. -Reuters.
09 Octubre 2015
Convivir con el sentimiento de la derrota

“Vivo con el sentimiento de derrota, de pertenecer a una generación que no supo llevar a cabo sus ideas”, afirmó en 2013, en un reportaje con el diario “El País”, de España. “Nadie quería el capitalismo, queríamos el socialismo con rostro humano. En los años 90 éramos muy ingenuos, creíamos que existía una nueva vida y que éramos capaces de crearla; que la culpa de nuestros males estaba tras los muros del Kremlin ¿Y qué tenemos más de dos décadas después? Un líder medio bandido y autoritario, y un entorno provinciano en Bielorrusia, y en Rusia, un presidente que habla como un ‘govnik’ (individuo con escasa educación); y lo peor es que eso es lo que pide la sociedad”, expresó. 
Vale aclarar que los textos de Alexievich traducidos al español son escasos. A raíz del galardón, es posible que en poco tiempo empiecen a llegar a las librerías locales.


“Ya no les resultará tan fácil a los poderosos en Bielorrusia y en Rusia rechazarme con un gesto con la mano”. No son los ocho millones de coronas suecas (unos 930.000 euros), ni la popularidad que vienen de la mano del Nobel. Para la bielorrusa Svetlana Alexievich, el Nobel de Literatura que le adjudicaron ayer es -o al menos ella lo espera- la puerta para poder ser reconocida y aceptada en su país.

Alexievich, nacida en 1948, acaba de crear un récord en la historia del galardón: es la primera vez que un Nobel de Literatura reconoce la labor periodística. Sus textos, a medio camino entre ambos géneros (literatura y periodismo) a partir de la técnica del collage y yuxtaponiendo testimonios individuales, se sumergen en el impacto de tragedias como la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Afganistán o la catástrofe de Chernobil, y a la desintegración de la URSS.

“Sus escritos polifónicos son un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”, afirma el fallo de la Academia sueca. “Ella inventó un nuevo género literario. Trasciende formatos periodísticos y ha continuado el género que otros han ayudado a crear”, añadió a título personal Sara Danius, secretaria permanente de la Academia Sueca.

“¿Quién es esta chica”?

Sus padres, ambos maestros, hicieron de ella una “cruza” de Bielorrusia y Ucrania. Entre 1967 y 1972 estudió periodismo en la Universidad de Minsk, y enseñó historia y alemán, aunque pronto optó por dedicarse a su pasión, el reportaje.

Dura crítica del régimen del presidente bielorruso Alexandr Lukashenko, vive la mayor parte del tiempo fuera de su país -últimamente, en Alemania-, pero vuelve de tanto en tanto a su casa de Minsk, la capital de Bielorrusia: “necesito oír las voces de la calle”, confesó en una entrevista con “El País”, de España, aunque sienta “un gran vacío”, y los escritores y sus amigos estén “muertos, emigrados o envejecidos prematuramente”.

Su primer libro, “La guerra no tiene rostro de mujer” (1983) basado en entrevistas a cientos de mujeres que participaron en la II Guerra Mundial- le costó un litigio con las autoridades soviéticas, que impidieron su publicación. Y aunque ingresó en 1984 a la Unión de Escritores de la Unión Soviética, no pudo publicar hasta la Perestroika, en 1985, el primer volumen de su ciclo “El hombre rojo. La voz de la utopía”. En él se propuso -según el prólogo- “escuchar honestamente a todos los participantes del drama socialista”, y narra el costo de la victoria sobre la Alemania nazi en la Gran Guerra Patria (1941-45), que es como se conoce, en esa zona del mundo, la II Guerra Mundial.

Pero también la apasiona otro tipo de literatura: ha escrito tres piezas teatrales y 21 guiones para cine; y, según contó, el Nobel la encontró dedicada a escribir una nueva novela, esta vez centrada en el amor. 


Fragmento de "El final del hombre rojo"

 
“Cuando entré a trabajar en la N.K.V.D me puse terriblemente orgulloso... Con el primer sueldo me compré un buen traje... Para mí la guerra era un descanso. Disparas a un alemán, grita en alemán; luego disparas a un ruso, grita en ruso. A lituanos y polacos era más fácil matar, ellos en ruso te gritaban: “¡Idiotas monolíticos! ¡Acaben de una vez!”. Después nos limpiábamos la sangre de las manos y el pelo. A veces hasta nos daban delantales de cuero. Joven inexperto, crees en la perestroika, crees en los charlatanes. Vas por la calle corriendo, gritando, ‘libertad, libertad’, pero ahí yace el hacha, el hacha del amo. Soy soldado, ¿entiendes? No me des trabajo, Dios; el que se rebela caerá y gritará como un cerdo. Escupirá sangre... Al final nos traían un balde de vodka y otro de agua de colonia. El olor de la sangre es acre, un olor muy particular, parecido al del esperma. Cuando encontrábamos un guardia al que le gustaba matar, lo alejábamos de la tarea. A esos no los queríamos, la mayoría eran campesinos... Los campesinos matan más fácilmente que los de la ciudad; están más hechos a estos menesteres. En mis primeros días me llevaban a mirar, los reclutas sólo mirábamos las ejecuciones, algunos se volvían locos. Con ellos el asunto se vuelve más fino, hay que saber darle caza a la liebre, no todos se habitúan. Imagínate... tener al tipo de rodillas, el tiro se lo daban a quemarropa, en el occipital izquierdo. A mí me quedó sordo el oído derecho. Porque disparas con la derecha. Pronto llegué a comandante. Dos veces a la semana me hacía dar masajes en la mano derecha”. (Fuente: Letterra.org) Traducción especial para LA GACETA de Lorenzo Verdasco.

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