Traumatizados
En los últimos 10 años, la elección de autoridades de la Corte pasó de ser un trámite más o menos rutinario a convertirse en el acontecimiento central del poder judicial (con minúsculas). Tal cambio de paradigma guarda relación con el proceso de concentración de atribuciones y prerrogativas en cabeza del presidente. Guste o no, el jefe del cuerpo maneja los tiempos de toda la familia tribunalicia. Y eso, que es mucho en cualquier circunstancia, se potencia en un órgano colegiado acosado por los intereses mezquinos.

Al igual que en 2013, la Corte ha mostrado su talón de Aquiles: la división y el bloqueo. Por estricta microfísica del poder, al oficialismo que colocó a tres jueces le conviene la atomización de la institución que debería controlarlo. Encerrada en su cápsula de intrigas, la Corte exhibe desinterés por el mensaje que envía a la sociedad justo cuando aún está fresca la descarnada contienda electoral de agosto y se impone un remanso. A contrario sensu de la lógica del diálogo y la reconciliación, la Corte ha optado por exacerbar las parcialidades. Antes no había votaciones así de traumáticas y ningún vocal sufragaba por sí mismo en primera vuelta. Antes, la Justicia defendía valores supremos. Ahora parece que no.

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