Una actividad que roza lo sagrado
Es una verdad incontrastable. La gramática tiene mala prensa en el sistema educativo argentino. Y Tucumán no es la excepción. Aquí, en la gran mayoría de las escuelas incluso, hay pautas explícitas de no corregir los errores gramaticales de los alumnos, con el argumento de que lo importante es que el lenguaje sea un instrumento de comunicación: si el mensaje se entiende, no importa que esté mal escrito. Claro que, muchas veces, los problemas ortográficos y de puntuación pueden afectar el sentido de un texto. Pero eso es otra cuestión. Lo cierto es que pretender que un alumno tenga buena gramática sin hacer las correcciones en los primeros estadios de la carrera educativa es, cuanto menos, una contradicción de objetivos. Por el contrario, si la ortografía se enseñara desde el jardín de infantes, los chicos podrían aprenderla sin mayores dificultades. El problema, según plantean algunos expertos del Conicet como Ana María Borzone, es que “hay una enseñanza deficitaria”, ya no en el nivel inicial, sino a lo largo de la primaria. “Si los errores no se corrigen, terminan cristalizándose y se perpetúan”, advierte la experta, quien es una de las que reivindica el valor de la cursiva para el aprendizaje de la ortografía. En este sentido, sostiene: “la escritura en cursiva no solo es más rápida; permite retener mejor la ortografía porque la palabra forma una unidad. El cerebro aprende a escribir las palabras por patrones de movimiento de la mano; el trazo continuo de la cursiva activa justamente circuitos neuronales que favorecen la lectura y la ortografía”.

Esto requiere, por supuesto, la enseñanza de la caligrafía, una disciplina que en otros tiempos tenía un estatus de privilegio en las escuelas locales y que hoy ha caído en el más absoluto de los olvidos. No sólo porque en otras latitudes se la desprecia de manera lisa y llana, sino porque el papel ha ido cediendo su lugar ante los teclados de computadoras y las pantallas táctiles de tabletas y celulares. Inclusive algunos médicos, que a veces se especializan en trazar garabatos ilegibles, han empezado a imprimir las órdenes de estudios y recetas.

En este contexto, pareciera que la escritura manuscrita es un anacronismo imposible de reivindicar. Sin embargo, expertos de distintos lugares del mundo -la voz de alarma la dieron primero los alemanes- están planteando la necesidad de que la caligrafía vuelva a las aulas, tal vez como materia opcional o como asignatura complementaria, para tratar de mejorar el rendimiento escolar. Los docentes tucumanos pueden dar cuenta de esto: hay un alarmante número de estudiantes que presentan problemas de disgrafía y que, incluso, no pueden decodificar mensajes cuando están escritos en letra cursiva. Es una queja que, por estos días, reverbera en muchas aulas de la provincia. La habilidad de escribir en letra de carta se va perdiendo irremediablemente; incluso entre los adultos.

Pero lo que nadie dice es que existe una correlación entre el tipo de escritura y el modo de relacionarse con el otro. Así, en la escritura con letra de imprenta -la que usan los teclados- cada carácter funciona como un ser aislado, mientras en la escritura con letra de carta (cursiva) las letras se interrelacionan; como si tuvieran manos para agarrarse una de las otras, a fin de que la persona pueda dar y recibir. De hecho, los grafólogos insisten en la importancia de que no se abandone la enseñanza de la escritura cursiva en las escuelas porque favorece que los pequeños sean más sociables y se comprometan con sus compañeros. Además, desarrolla la continuidad y fluidez de las ideas, algo que preocupa sobremanera a los docentes en la actualidad.

El año pasado, la grafóloga porteña Verónica Romano desarrolló un proyecto de grafoterapia en la escuela San Francisco de Asís que vale la pena conocer y, tal vez, tomar como ejemplo. Las docentes de 4°, 5°, 6° y 7° año hicieron que los niños escribieran y dibujaran en cuadernos en blanco, durante los 10 primeros minutos de la jornada escolar, para relajarse. Una vez por semana, las gafrólogas analizaban los escritos de los chicos para detectar en los trazos ciertas emociones y, de ser necesario, abordarlas. Lo primero que salió a la luz fue una marcada mejoría de la concentración y la motivación de los alumnos y de sus relaciones interpersonales.

Es decir que practicar la escritura a mano no es una perdida de tiempo como muchos pregonan. Es, más bien, una manera de volver eficiente el aprendizaje. Y si bien está claro que las computadoras son en la actualidad un apéndice de nuestro ser, los expertos están empezando a parar la pelota para advertir que lo virtual favorece un pensamiento binario, mientras que la escritura a mano es rica, diversa e individual; diferencia a unos de los otros. Es decir: la escritura virtual nos masifica; la artesanal, nos personaliza.

Porque, como lo destaca Umberto Eco -que fomentó la polémica desde Italia- la escritura cursiva exige componer la frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la computadora no sugiere. En todo caso, la resistencia que ofrecen la lapicera y el papel impone una lentitud reflexiva. Muchos escritores, habituados a escribir en un teclado, desearían a veces volver a tomar la pluma y redactar sus historias en el papel para poder pensar con calma. Por eso Eco propone que, así como en la era del avión se siguen tripulando barcos a vela, sería bueno que los niños aprendieran caligrafía para educarse en lo bello y para facilitar su desarrollo psicomotor. Una sugerencia que también podríamos tener en cuenta todos los que abandonamos la belleza por la velocidad.

Existe en China una pequeña ciudad llamada Hangzhou, en donde la vida transcurre de manera singular. Allí sobrevive una costumbre que asombra: los hombres -sobre todo los ancianos- suelen pasar largas horas escribiendo con agua en el piso de los parques y en las veredas de las plazas. Concentrados y casi etéreos, trazan con un pincel de esponja delicados poemas que se evaporan momentos después por efecto del sol. Son, de alguna manera, ideogramas efímeros cuya belleza radica justamente en el trabajo que requiere su hechura. A menudo, estos sabios chinos reflexionan sobre la vida y hasta resuelven problemas durante ese momento de escritura mágica. Porque escribir a mano es verdaderamente mágico. Una actividad que roza lo sagrado, como advertía Pablo Neruda.

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