Empezó a fumar a los 11 años, y hoy vive con un tubo de oxígeno a cuestas

Tenía apenas 11 años cuando haciéndose el hombrecito comenzó con las primeras “secas”. Tal vez por imitar a su padre, que fue un fumador empedernido hasta que murió con cáncer de pulmón a los 59 años. Lo mismo le ocurrió a su hermana mayor, que falleció a los 58. “Es que el fumador es sordo... no escucha cuando le dicen que deje de fumar... me pasó a mí. Tenía 40 años. Un día sentí que me faltaba el aire y llegué agitado y medio asustado al médico. Me dijeron que tenía EPOC, me explicaron qué era la enfermedad, cómo dañaba los pulmones y que debía dejar el cigarrillo si quería ver crecer a mis hijos. No lo escuché. Seguí fumando sin parar hasta el año pasado, cuando me internaron, y sentí que me moría por falta de aire, tenía una respiración muy cortita...”, rememora Víctor Hugo Bejas, de 57 años, que sobrevive gracias al tubo de oxígeno que carga a cuestas las 24 horas.

- Si a raíz del tabaco había perdido a su padre y a su hermana, ¿por qué no dejó de fumar?

- No lo sé. Ya le dije: los fumadores somos sordos o creemos que a nosotros no nos va a pasar lo mismo. Tengo otro hermano que también fuma... Me internaron varias veces porque estuve muy mal, y no dejé el cigarrillo. Me asusté el año pasado cuando me esforzaba por respirar y sentía que no me entraba el aire. Pensaban que tenía embolia pulmonar, pero zafé. Tuve un flor de julepe y por eso dejé de fumar...

- Usted sabía que tenía EPOC... ¡y siguió fumando 17 años!

- Lamentablemente sí. Ahora lo dejé, y ya es muy tarde: tiré el pucho hace un año y dos meses. El pulmón izquierdo está destruido, ya no me sirve para nada, y del derecho me funciona un 50%. Estoy gestionando en la Anses una jubilación por invalidez. Hace tres meses me indemnizaron del trabajo porque no puedo hacer nada. No sirvo ni para administrativo porque tengo solo 7° grado... Y ya se me está acabando la platita... No estudié porque al morir mi papá tuve que salir a trabajar.

Víctor Hugo se dedicaba a la carga y descarga de camiones en un depósito de equipamiento comercial. Con su sueldo mantenía a su esposa y a dos de sus tres hijos (Nelson, de 29 años, trabaja), pero Víctor, de 17, y Edith, de 16, “estudian y felizmente ninguno de los tres ni mi mujer fuman”, aclara con alivio mientras pierde su mirada en el pasillo de los consultorios.

- ¿Cómo es su vida ahora?

- Antes, cuando levantaba bultos me faltaba el aire, me esforzaba mucho. Vivía resfriado, con tos y expectoraba muchísima flema... Jamás pensé que iba a tener los días contados o que podría necesitar oxígeno. Lo uso para dormir y para caminar. Por ahí, cuando estoy sentado en casa también lo necesito porque tengo los valores de oxígeno en sangre muy bajos. Voy a fisioterapia respiratoria para expulsar las flemas que me tapan los bronquios, a la fonoaudióloga para respirar bien cuando hablo, y también al psicólogo. Los días de lluvia no salgo, me falta el aire, y cuando hace mucho calor, tampoco. Cada vez que los médicos dan charlas para dejar de fumar voy y cuento mi historia de vida.

- ¿Sabe si alguien que lo escuchó dejó de fumar?

-Una fumadora me miraba como un bicho raro. Me preguntó por qué andaba con el tubo de oxígeno. Cuando le conté todo lo que me había pasado, la mujer sacó el paquete de cigarrillos, lo tiró y se fue muda. No la volví a ver. Creería que dejó de fumar...