De lobos y corderos
En el mundo FIFA, decía el chiste que se escuchó durante décadas en Zurich, AC y DC no significaba Antes de Cristo y Después de Cristo. Quería decir: Antes de Coca Cola y Después de Coca Cola. Los rumores sobre ese contrato de Coca Cola incluían fuertes sospechas. “¿Es cierto que usted cobró una coima de un millón de dólares?”, preguntó una vez el periodista David Yallop a Joao Havelange. El presidente brasileño de la FIFA terminó casi echando de su oficina de Río al periodista británico, autor del libro “Cómo nos robaron la Copa del Mundo”. El Mundial que marcó el inicio de la histórica y estrecha relación FIFA-Coca Cola fue, justamente, el de Argentina 1978. Y es Argentina, hoy mismo, la selección que lidera el ranking mensual que lleva por nombre “FIFA-Coca Cola”. Es Coca Cola la que, ahora, a casi 40 años de matrimonio, le dice ya basta a la FIFA. Y le sugiere a Joseph Blatter que se vaya de una vez por todas.

“Con cada día que pasa, la imagen y la reputación de la FIFA se seguirá manchando”. Lo dijo un comunicado inédito de Coca Cola el viernes pasado. La multinacional, que paga U$S 100 millones cada cuatro años como patrocinador global de las Copas Mundiales, habló junto con McDonald’s. “Creemos que sería mejor para los intereses del juego -afirmó la casa de comidas rápidas- que el presidente de la FIFA Blatter dimitiera de inmediato”.

La cervecera Anheuser-Busch InBev calificó a Blatter de obstáculo para que avancen las reformas en la FIFA. Y Visa afirmó que ninguna reforma profunda puede hacerse con el actual liderazgo. Fue un plan conjunto y coordinado. Son cuatro patrocinadores líderes, que aportan buena parte de los U$S 1.620 millones que recibe la FIFA sobre su presupuesto de U$S 5.700 millones. Como lo hacían Sony, Emirates, Castrol, Continental Tyres y Johnson & Jonson, que ya se retiraron. Los cuatro grandes se unieron ahora para decirle a Blatter que ni siquiera puede permanecer hasta el 26 de febrero, cuando la FIFA celebre elecciones y tenga nuevo presidente. Quieren que se vaya ya.

Son, además, todas poderosas corporaciones de Estados Unidos, el país, justamente, en el que nació la investigación del FBI que provocó arrestos, delaciones que todavía siguen y, obvio, el anuncio de caída de Blatter y, acaso, el final de toda una era. Tres de estas empresas (Coca-Cola, McDonald’s y Visa), más IBM, Kodak y Panasonic, se habían unido en 1999 para expresar públicamente su preocupación por las acusaciones de corrupción que jaqueaban ese año a la otra gran corporación del deporte mundial, el Comité Olímpico Internacional (COI). El español Juan Antonio Samaranch, que era el presidente, buscó entonces aliviar la tensión designando como asesor especial para arreglar los problemas a Henry Kissinger, que, décadas atrás, era acaso el nombre más influyente de la política de Estados Unidos.

La presión de esos patrocinadores obligó a Samaranch a declarar ante el Senado de Estados Unidos e influyó inclusive en su opaca salida después de 21 años. Se quería ir como el gran renovador del olimpismo. Tuvo que irse por la puerta de atrás. Blatter, que lleva 17 años en la FIFA, replicó el mismo viernes pasado que seguirá pese a los reclamos de los patrocinadores. Puede terminar peor que Samaranch. En una cárcel de Suiza o de Estados Unidos.

“No importa lo que diga Blatter. Si la gente que financia la FIFA quiere un cambio, habrá un cambio”, dijo Greg Dyke, presidente de la Federación inglesa (FA). Por mucho dinero y poder que ejerzan, los patrocinadores no deberían imponerse por sobre las decisiones de la dirigencia deportiva. Es como la puja, en otro contexto, entre el poder económico y el poder político, que, según parece, está cada vez más desbalanceada a favor del primero. Como le sucede al poder político, cada escándalo de corrupción debilita a la dirigencia deportiva. Porque ya no sólo es Blatter el presidente débil. Igual que el jugador que ya está expulsado y decide llevarse consigo a la estrella del rival, Blatter podría haber ayudado ahora a que el último escándalo de la semana pasada, lo arrastre junto con Michel Platini, el presidente de la UEFA, candidato natural a sucederlo el 26 de febrero.

Blatter fue acusado por la justicia suiza de hacerle un pago desleal a Platini. Si hay condena, es porque el pago es desleal. Y la deslealtad debería incluir al pagador y al receptor. Europa perdería a Platini. El último número del semanario France-Football sugiere que el propio Blatter podría haber provocado la maniobra. “Si caigo yo, caemos todos”.

Convencidos de que la dirigencia deportiva no podía autodepurarse, periodistas, ONG’s y otros sectores comenzaron a pedirle presión a los patrocinadores. En las redes sociales se lanzaron inclusive boicots contra algunos de ellos. Fueron los principales aliados de la FIFA cuando Joao Havelange asumió en 1974 ganándole las elecciones al inglés Stanley Rous. El brasileño precisaba su dinero para cumplir sus promesas de campaña de expandir el fútbol a todo el mundo. Para eso lo habían votado. “United Passions”, la ridícula película de autopromoción que la FIFA estrenó este año, muestra ese momento. Havelange contrata en 1975 como director de desarrollo a un suizo que se jacta del acuerdo con Coca-Cola. Y, también, de generar dineros extras con Adidas-Tango, la pelota del Mundial 78 que ideó junto con Horst Dassler, el hombre Adidas, creador también de ISL, la agencia de marketing que, en rigor, terminó siendo una agencia de sobornos, hasta su escandalosa quiebra de 2002. A cambio del dinero para ayudar al desarrollo del fútbol en África y Asia, Coca-Cola se convirtió en patrocinador exclusivo de los Mundiales. Lo mismo valió para la Adidas de Dassler. Y los Mundiales, que antes eran negocio del país organizador, pasaron a ser negocio de la FIFA. A mayor cantidad de dinero, más exclusividad. Carteles exclusivos y consumo exclusivo dentro de los estadios FIFA. Si hasta los fotógrafos tenían prohibido pararse dentro de los carteles. Ni qué decir de querer tomar la cerveza rival. Ni dentro del estadio, ni en sus alrededores. Zona FIFA. Ley FIFA. Los Mundiales, antes para 16 selecciones, crecieron a 24 en España 82. Y a 32 en Francia 98. Los patrocinadores se convirtieron en un poder paralelo. Y, cada contrato nuevo, contratos directos, sin licitaciones, abrían una nueva sospecha.

Los cambios en la legislación suiza y el interés del FBI cambiaron el escenario. Años atrás, había Federaciones que tenían hasta reglamentado que sus dirigentes tenían derecho a cobrar un 10% de comisión por cada contrato de patrocinio y de TV que firmaran. El hombre que denunció que eso era corrupción fue un argentino, Mario Goijman. Rompió los códigos. Lo echaron del voleibol mundial. Algunos especialistas afirman hoy que los patrocinadores suelen mirar históricamente hacia otro lado porque, de algún modo, participan de esas reglas de juego que hoy están bajo discusión. Y que, si ellos se fueran, llegarían otros patrocinadores dispuestos a mirar hacia otro lado, conscientes del lugar único que suele ofrecer una Copa Mundial.

Allí están, por ejemplo, Gazprom, que representa a la Rusia de Putin, sede del próximo Mundial de 2018. Está Kia, de Hyundai. Y está Adidas, socia desde 1970 y todavía con contrato hasta 2030, y que pide trasparencia, pero no exige la cabeza de Blatter, ex hombre de las tres tiras y al que el propio Dassler llevó a la FIFA. Tan juntos estaban que celebraban juntos sus cumpleaños todos los 11 de marzo fumando puros en el restaurante Auberge. Dassler murió en 1987. Y Blatter está cada vez más solo.

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