Mariló Bucci es la primera y única conductora de ambulancias del Siprosa

Mariló Bucci es la primera y única conductora de ambulancias del Siprosa

Su figura sorprende a todos cada vez que abre la puerta del servicio de emergencia.

ESTÁ EN TODO. Mariló viaja sola en su ambulancia, así que asiste a los pacientes (siempre que no revistan gravedad) y los traslada a los hospitales. LA GACETA / FOTO DE FLORENCIA ZURITA ESTÁ EN TODO. Mariló viaja sola en su ambulancia, así que asiste a los pacientes (siempre que no revistan gravedad) y los traslada a los hospitales. LA GACETA / FOTO DE FLORENCIA ZURITA
La mujer no se sentía bien esa mañana. Igual quiso viajar. Antes de entrar a la ciudad, por la ruta 301, se descompuso. Su auto terminó debajo de un camión y ella no podía parar de vomitar. La Policía llamó a Urgencias y la ambulancia tuvo que salir al instante, rápidamente, surcando como un cohete las calles de El Manantial.

Apretaba fuerte el volante de la ambulancia. Llevaba el aliento contenido cuando arribó al lugar del hecho. Se bajó y entró al vehículo accidentado como pudo. “La víctima ya se estaba broncoaspirando con su propio vómito. No sé cómo hice para sacarla”, recuerda. Y antes de subir nuevamente al móvil apareció un policía y le preguntó: “doctora, ¿y el chofer dónde está?”. “El chofer soy yo”, respondió ella con determinación.

Era la primera vez que salvaba una vida. Ella es María Lorena Bucci. La conocen como “Mariló”. Tiene 37 años. Es robusta, de pelo castaño y sonrisa constante. Nada de maquillaje. Su figura sorprende a todos cada vez que abre la puerta de la ambulancia que maneja desde El Manantial hasta el sur de la provincia. No es para menos. Es la única mujer, entre 680 choferes. Y es la primera que se anima a tomar uno de los volantes de las emergencias de la provincia.

Su pasado

Antes de entrar al Siprosa, estuvo en el Ejército durante cuatro años (hasta que tuvo un accidente cuando el paracaídas no se le abrió). También integró el cuerpo de Bomberos Voluntarios de Parque Patricios. Ahí era la única mujer que se atrevía a pilotear la autobomba. Siempre le gustaron los desafíos, cuenta. Y estudiar. Se recibió de técnica en Recursos Humanos, es radiooperadora nacional y actualmente prepara sus últimas materias de la carrera de licenciatura en Seguridad e Higiene. Como si fuera poco, también cursa magisterio.

Y dentro de todas esas vocaciones que tiene, la de chofer de ambulancias es la más fuerte, la que más le hace latir el corazón, revela Mariló. ¿Cómo fue que se dio cuenta? “Siempre me gustó manejar. A los 15 ya conducía el camión de la sodería que tenía mi papá. Además, me apasiona el rescate de personas. No lo hago por plata ni placer; tengo vocación de servicio”, dice Bucci.

Es soltera, pero no pierde la ilusión de formar una familia. Por ahora vive con sus padres en una casa en medio del campo, en Los Villagra (Cruz Alta).

Mariló ingresó al servicio de emergencias hace un año. Estuvo 11 años tratando de entrar, presentando su currículum, golpeando puertas... “Cuando era más joven iba a bailar a Ranchillos. Había muchos accidentes a la salida del boliche y la asistencia tardaba en llegar. Desde entonces quería estar al mando de una ambulancia para llegar cuanto antes. Por suerte, ahora el sistema cambió. Hay muchísimos móviles en todas partes”, cuenta.

“Pienso que no me tomaban por ser mujer. Es un oficio especial, no cualquiera puede hacerlo. Se necesita mucho aplomo”, señala Mariló. Y en ese sentido agradece a Héctor Barrientos -jefe de Comunicaciones, Logística y Transporte del Siprosa- por haberle dado la oportunidad de ser pionera en este trabajo.

No fue fácil llegar. Tampoco seguir. “Mi familia no me apoya mucho. Creen que no es algo para una mujer. Y la gente en la calle no se acostumbra. No faltan los pacientes que suben, me ven y preguntan: ‘¿llegaré bien al hospital?’ o ‘¿tendrá la fuerza necesaria para levantar la camilla?’. Después agradecen que sea mujer; porque los entiendo, los contengo, estoy en los detalles”, explica.

Mariló siente que siempre se debe esforzar el doble. “Hace poco estaba sola y tenía que trasladar a un obeso mórbido a un hospital por una urgencia. No sé cómo hice, pero lo levanté y lo llevé sin decir ni una palabra. Adonde me mandan voy. Tengo que demostrar que puedo; es como que siento que están esperando que me equivoque y que digan ‘no puede porque es mujer’”, resalta ella.

Desde una piecita en el CAPS de El Manantial, donde espera que suene la radio, Mariló cuenta que conduce un móvil llamado “Delta”: generalmente van choferes solos, sin médicos ni enfermeros y se dedican más que nada a trasladar pacientes que no revisten gravedad. Igualmente, cuando hay hechos muy complicados tienen que colaborar sí o sí. Esto ocurre con frecuencia en su zona, donde hay constantes accidentes de tránsito (la ruta 301 es una de las más sangrientas de la provincia). “Sueño pasar al otro servicio, el que interviene en hechos más graves”, resalta. Cuenta que hizo cursos sobre primeros auxilios y reanimación cardiopulmonar. “También soy confidente, asistente social y terapeuta”, agrega bromeando.

Pese a que ya se ha acostumbrado a ver todo tipo de desgracias, la tragedia de un niño siempre la desarma. “El 3 de enero me tocó ir a Monteros. Había un accidente entre un camión y una moto, sobre la ruta 38. Junto con personal de otra ambulancia asistimos al conductor de la moto. El acompañante era un niño que ya había muerto; no se podía hacer nada”, recuerda.

Después de cargar al herido para trasladarlo, cerró las puertas, se puso frente al volante y condujo atronando con la sirena, buscando huecos y atajos entre el tránsito. Reconoce que tenía un fierro en la boca del estómago. Cuando llegó de nuevo a la base se puso a llorar sin consuelo.

Mariló no se salvó por ser mujer de vivir una situación violenta. “A veces los familiares de un paciente se ponen furiosos. No tengo miedo ni siquiera de entrar sola a los barrios marginales. Cuando vos respondés y ayudás no te maltratan”, sostiene.

También le pasó llegar a lugares donde no pasa nada. Fue víctima varias veces de la legión de bromistas que llaman al 107 a diario. “Una vez me dio mucha bronca porque habían informado de un accidente. Voy rápido y no era. Ahí me indican que pegue la vuelta porque un niño se había atragantado con un chizito y no podía respirar. Ese pequeño podría haber perdido la vida”, reniega. Pero ama lo que hace: un trabajo que transcurre todo el tiempo del hecho trágico al de la vida plena, como ir a auxiliar a una madre que está dando a luz a su bebé. “Y basta ver a ese bebé -resume- para sentirse recompensado, aunque después te pregunten adónde se fue el chofer”.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios