El triunfo electoral costó una derrota moral

El triunfo electoral costó una derrota moral

 foto de diario.latercera.com foto de diario.latercera.com
La Casa de Gobierno luce desquiciada. En esta misma semana, cuando septiembre moría, el palacio estaba lleno, por fuera, de productores tucumanos que demandaban soluciones. Pero los despachos estaban vacíos: adentro ya casi no se ve a los funcionarios. De hecho, en los pasillos sólo hay un desfile de oficialistas con caras largas. Justamente, en esta misma semana, cuando octubre nacía, ya era conocido que el campo levantaría el campamento, y al mismo tiempo el palacio era ocupado por una ininterrumpida protesta de los dirigentes enrolados en el sector político que se impuso en los comicios del 23 de octubre.

No hay, para mayor esquizofrenia, ningún clima festivo en el edificio que alberga el sepulcro de Juan Bautista Alberdi. Por el contrario, como si hubieran perdido los comicios, todo lo que se consigue por estas horas son reproches y pases de factura.

Los papelitos

Legisladores y ediles certificados para los próximos cuatro años deambulan esperando definiciones. Las que aguardan son de dos clases. Por un lado, las personales: son legión los que, en la última semana de agosto, se presentaban ante propios y extraños como miembros del futuro gabinete. Pero ese futuro se presenta borroso… Las otras “definiciones” que esperan refieren a “contener” -ese verbo profundamente peronista- a los dirigentes que trabajaron con ellos durante la campaña. Pero el derrame de los beneficios del triunfo no llega. “Hay mucho descontento en el peronismo” y “crece la decepción entre los compañeros” son dos cantinelas con pretensiones de universalidad, por estas horas. En el caso de los que no consiguieron ser electos, el asunto adquiere visos de enojada desesperación: el llano, ese infierno tan temido, es un domicilio cada vez más cercano para ellos mismos, ya no sólo para “su” gente. Pero nadie encuentra respuestas. Todo por el contrario.

Juan Manzur, lejos de habilitar el período de “besamanos” previo a su asunción como gobernador, sólo habla con unos pocos. Lo que dice, por cierto, está desprovisto de euforia. De hecho, inauguró este mes paseándose con unos papeles inquietantes: contienen los primeros números “finitos” de los comicios provinciales, cuanto menos de algunos distritos. Cuando mira esas planillas de datos, por ejemplo, enuncia que no entiende cómo es posible que, en calidad de candidatos a intendente de Yerba Buena, el legislador Sisto Terán y el titular del Ente Tucumán Turismo, Bernardo Racedo Aragón, hayan sumado unos 10.000 sufragios más que los que él logró en la “Ciudad Jardín”. 

Nadie se anima a insinuarle siquiera que muchos “compañeros” de Yerba Buena (y de las otras 18 municipalidades y de las 93 comunas) no querían votarlo a él, y que para cualquier puntero que se precie de tal medio voto es mejor que ningún voto. Fertilizadas por el silencio que todos guardan frente al rezongo manzurista, germinan unas cuantas posibilidades. 

La primera es que Manzur asume que, directamente, mandaron a cortarlo. Y ese es todo un drama existencial dentro del oficialismo, teniendo en cuenta que, en uno de los actos de mayor irresponsabilidad institucional de que se tengan registros, él y José Alperovich fueron, en calidad de gobernador y vicegobernador en ejercicio, a alentar en la plaza Yrigoyen a los que habían colgado un cartel en Tribunales promoviendo la “Muerte a los traidores”.

La segunda es que a la hora de considerar colaboradores para su equipo, Manzur probablemente responderá a cada nombre con una cifra: si Fulano de Tal o Mengana de Cual anduvo “parejo” con la fórmula del Frente para la Victoria tendrá más chances que en caso de haber logrado diferencias escandalosas.

La tercera es que empleará igual parámetro, cuando le toque gobernar, en su relación con las autoridades electivas de su propio espacio.

Los fallos

En cualquier caso, la pregunta que sigue flotando en el aire político es por qué Manzur adopta semejantes posturas (aislacionismo, hermetismo, revanchismo) si ha sido proclamado ganador de los comicios. Por caso -hay que decirlo-, el mito de que Alperovich, desde 2003, usa chalecos blindados cuando sale de campaña no tendría que ver con la posibilidad de un atentado contra su persona, sino con la infinita cantidad de puñaladas que recibe por la espalda de muchos de los que le sonríen de frente. Pero al otro día de la votación, el todavía gobernador los abrazaba a todos...

Es cierto que Manzur ha anunciado tautológicamente que él no “es” su predecesor, pero hay una circunstancia política mucho más trascendente que los rasgos de personalidad. Si el ganador de los comicios no está exultante es porque la derrota moral es tan palmaria como el triunfo electoral.

A esa derrota moral, por cierto, no se la propinó el fallo de la Sala I de la Cámara en lo Contencioso Administrativo que declaró nulos los comicios, sino la sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la provincia, que consideró válidas las elecciones. Porque este último pronunciamiento judicial contradice al anterior en su parte resolutiva, y termina estableciendo en definitiva lo que Manzur quería, pero no tiene más opción que admitir lo que ningún gobernante desea leer: coincide con los camaristas en que la votación estuvo signada por un clientelismo desaforado, oprobioso e impune, practicado sobre tucumanos pobres.

La paradoja

Es sobre la base de esas prácticas inmundas que Salvador Ruiz y Ebe López Piossek sostienen que la libertad del votante ha sido corrompida. Los integrantes de la Corte, en cambio, sostendrán que en el cuarto oscuro el elector es libre de escoger la boleta que quiera. “¿Es realmente libre una persona vulnerable sometida un sistema clientelar feudal que opera en todos los ámbitos de su vida para votar por quien realmente quiere en la soledad del cuarto oscuro?”, se preguntó el constitucionalista Andrés Gil Domínguez en Un día cero contra el clientelismo, publicado en Clarín el jueves. “Paradojalmente, una respuesta positiva se asemeja bastante a los argumentos que exponen los tratantes de mujeres cuando sostienen que en última instancia la mujer, ejerciendo su ámbito de autonomía, puede decidir si tiene o no tiene relaciones sexuales con su ‘cliente’”. 

Que se entienda: el autor material del delito es quien entrega bolsones, amenaza con interrumpir un beneficio social, otorga un contrato precario unas semanas antes de la votación, promete una ayuda estatal para los días posteriores, o paga dinero a los votantes que acarrea en taxis. 

El autor intelectual, en cambio, es quien gobierna durante la década más rica de la historia reciente y mantiene a grandes segmentos de la población sumidos en una pobreza estructural que los torna víctimas inevitables del clientelismo.

Dicho en términos de ese enorme jurista argentino que fue Carlos Nino, la democracia requiere precondiciones. Y entre ellas, el igualitarismo es impostergable. En términos de uno de sus discípulos más notables, Roberto Gargarella, no se puede defender la centralidad del diálogo público, tan esencial para la democracia, frente a la tragedia multitudinaria de ciudadanos que han sido privados de lo suficiente para subsistir. No hay, para el menesteroso, igualdad alguna desde la cual participar de lo público, porque su único menester es sobrevivir. Sólo los indignos pueden tomarles lecciones de igualdad a los condenados a la indignidad de la miseria.

Los interrogantes

Pero las precondiciones de la democracia no sólo interrogan el fallo de la Corte sin obtener respuestas. También desnudan que la Junta Electoral Provincial habla un idioma distinto que el lenguaje de la realidad. Alberto Dalla Vía es el vicepresidente de la Cámara Nacional Electoral que, en su voto en minoría en el fallo “Polino”, en 2009, describe el atraso del derecho electoral argentino no frente a Europa, sino ante otros países populistas latinoamericanos como Brasil o México, donde es delito el solo hecho de ir a buscar a un ciudadano a su casa para llevarlo a votar. Él, avergonzado como muchos argentinos por el clientelismo tucumano completado con urnas quemadas, vaciadas, refajadas y embarazadas, opinó que esta y otras provincias de institucionalidad arrasada tenían dudosa capacidad para celebrar elecciones libres y transparentes (porque son perfectamente capaces de garantizar votaciones oscuras y sometidas a todas las irregularidades conocidas). Y la Junta Electoral Provincial se declaró ofendida.

Dos sentencias, contradictorias en su resolución, han coincidido en certificar la inexistencia de la administración de un órgano de control comicial independiente. Son los mismos fallos que certificaron las prácticas clientelares frente a las cuales la ofendidísima Junta Electoral nada hizo. O peor: antes de los comicios, dictó la resolución 961 e identificó las prácticas prebendarias, pero el 23 de agosto se olvidó de que tenían que hacerla cumplir. Por toda respuesta, la ofendidísima Junta Electoral Provincial respondió, increíblemente, que no actuó porque no recibió denuncias. ¿Ese es el nuevo paradigma? 

Hay angustia oficialista tras un triunfo electoral que fue una derrota moral. Hay, también, angustia de los ciudadanos que se encuentran frente a instituciones del Estado que, en nombre de la democracia, sentencian que el clientelismo es inofensivo; y declaran que si no hay denuncia, no hay delito. Vivimos el desasosiego de soportar lo que ya no puede seguir siendo. Ya no hay margen para más alperovichismo cultural. 

Cada día que pase sin que este Estado de Excepción sea abolido, cada día que mantenga a esta provincia en el limbo del derecho suspendido y de la malversación del poder, será otro día sin paz social.

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