Mire que adelante no es atrás
En “Los viajes de Gulliver”, esa fantástica novela que conocimos de niños y que se ha convertido en uno de los clásicos más versionados de la literatura infantil, Jonathan Swift hace un alarde de agudeza política en la Inglaterra del siglo XVIII que puede extrapolarse perfectamente -por su actualidad y vigencia- al atribulado Tucumán de nuestros días. A partir de sus expediciones por tierras inapropiadas -Lilliput, Brobdingnag, Balnibanb y Houyhnhnms- Swift analiza uno a uno los males de su tiempo. Especialmente el de la mentira política. Y lo hace no sólo con asombrosa crudeza, sino también con un singular sentido del humor. Dice, por ejemplo: “al igual que el más vil de los escritores tiene sus lectores, el más grande de los mentirosos tiene sus crédulos. Y suele ocurrir que si una mentira perdura una hora, ya ha logrado su propósito, aunque no perviva. El ruido y la confusión harán su trabajo”. Ninguna frase podría resumir de manera tan certera lo que sucede en Tucumán como esta de Swift. Sí porque hoy la falsedad vuela por los aires mientras la verdad se arrastra tras ella por las calles revueltas. A pocas horas de culminado el escrutinio definitivo ¿quién puede señalar a ciencia cierta quién es el ganador moral y ético? ¿Quién podría asumir la conducción de la provincia con la legitimidad necesaria como para garantizar la paz de los años por venir? Como se ve, la situación de Tucumán es realmente inquietante. Tan inquietante como los sombríos países imaginados por Swift.

Según el escritor irlandés, la mentira en política funciona de manera tan eficiente que ni siquiera es necesario manejarla con arte y destreza. Le funciona tanto al oficialismo como a la oposición. Y funciona porque se cumple otra de las premisas expresadas con maestría en el libro de Swift: porque hay una sociedad de mentirosos. Una masa servil de crédulos que creen todo sin cuestionar nada. Un gremio que admite la falsedad y no le importa vivir de ella. Militantes, intelectuales y hasta referentes sociales que inmolan su credibilidad en pos del bien del partido en cuestión y avalan esta incomprensible distopía. “A río revuelto, ganancia de pescadores”, dicen mientras cargan en sus canastas el hábil premio de una cosecha fecunda.

Sin embargo, insultar al ciudadano a través de la mentira no es la única forma de hacer campaña; también está la siempre efectiva estrategia de tratar como estúpidos a los votantes. Aunque en este caso hay que hablar de infantilización del discurso político, con las disculpas sinceras hacia los niños, que son capaces de hacer mucho más que aquello que los políticos ofrecen. Por estas horas estamos soportando una campaña repleta de discursos autistas. Lo de la presidenta quebrada en esa absurda diatriba en la que se refirió al niño muerto en una playa de Siria, mientras en la Argentina moría por desnutrición un adolescente qom, fue realmente patético. Tanto como el empecinamiento del Gobierno Nacional en proclamar ganador absoluto a Juan Manzur, cuando su legitimidad -por no hablar de su proyecto político- ya está gravemente herido. ¿Cómo serán entonces los días por venir? ¿Cómo será caminar en una provincia donde el clientelismo, la mentira, el favoritismo y la desvergüenza siguen siendo reyes y señores? La historia ya ha demostrado que un país se estanca cuanto todas estas baratijas éticas rigen como leyes. Y la prueba está a la vista. La Argentina de 2015 no es muy diferente de aquella de 2002. La pobreza sigue creciendo (pero el gobierno lo niega), la desnutrición se impone otra vez como la raíz de todos los males en muchas provincias argentinas (aunque el gobierno no la registra), el endeudamiento del Estado crece a niveles récords (a pesar de que el gobierno lo desdeña), la educación se ha derrumbado a niveles vergonzosos (pero el gobierno la avala), el campo se reseca, agobiado por la carga tributaria y la falta de financiamiento (aunque el gobierno los ignora). El país volvió a ser aquel páramo aturdido por los gritos que imploraban “que se vayan todos”; pero -paradójicamente- “todos” siguen ahí sentados, conduciendo los destinos de la Nación, proclamando nuevas leyes que habrá que cumplir, o haciendo promesas que nunca van a concretarse.

Una realidad dura, por cierto, pero infinitamente promisoria. Sí, porque las crisis ayudan a ver mejor; a caminar con más firmeza; a exigir respuestas de una buena vez. El grito de los indignados en la plaza es una clara señal de esto. Demuestra que no todo está perdido. Que hay ánimo para exigir un cambio concreto. Por eso, tal vez sea hora de unirnos al anhelo de Mario Benedetti (que ayer hubiera cumplido 95 años) y que quedó plasmado en su inolvidable poema “Las palabras”. “No me gaste las palabras / No cambie el significado / Mire que lo que yo quiero / Lo tengo bastante claro / Si usted habla de progreso / Nada más que por hablar / Mire que todos sabemos / Que adelante no es atrás”.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios