Agua que has de temer

Agua que has de temer

En Yerba Buena, los daños de infraestructura que quedaron del verano pasado siguen a la vista. Debajo del puente del río Muerto, todo es desolación. La imagen de posguerra ha quedado congelada también frente a los countries Las Yungas y Los Azahares. El canal Yerba Buena, entre las calles San Martín y Savalía, se encuentra bloqueado por estructuras de hormigón. Y en el Canal Sur se ha recuperado la capacidad conductiva del agua, pero faltan las paredes, las barandas de protección y los pavimentos, en algunos sectores. ¿Cuáles son las reparaciones prioritarias en esta ciudad? ¿Por qué todavía no se las hizo?

ELOCUENTES. Los daños de infraestructura que quedaron del verano pasado siguen a la vista.  ¿Cuáles son las reparaciones prioritarias? ¿Por qué todavía no se las hizo?  LA GACETA/FOTOS DE ANALIA JARAMILLO ELOCUENTES. Los daños de infraestructura que quedaron del verano pasado siguen a la vista. ¿Cuáles son las reparaciones prioritarias? ¿Por qué todavía no se las hizo? LA GACETA/FOTOS DE ANALIA JARAMILLO
Aquí hubo niños. Uno lo intuye por ese pedazo de triciclo, por esa muñeca de plástico desnudo y por ese auto sin ruedas. Pero ya no están. Se fueron hace seis meses, la madrugada en que el río Muerto cobró vida, creció siete metros en su altura de agua, volteó los paredones que lo contenían y dejó las casuchas de los niños a ochos pasos del barranco. Ocho pisadas. Entonces aparecieron los gobernantes, les dieron casas en otra parte y los padres de los niños demolieron éstas, para llevarse los ladrillos. Por eso, aquí el suelo es como una alfombra de adobe picado. Las que alguna vez fueron paredes, hoy son escombros. Sólo han quedado en pie tres cosas: las piletas de lavar las ropas, empotradas en bloques de cemento (¿tal vez era difícil llevárselas?); los baños, que son habitáculos de madera a los que les han quitado las puertas y dejado los inodoros blancos; y algunos cuartos de las casas. Todavía está, por ejemplo, el dormitorio machihembrado en el que aquella noche vi a los seis hijos de Romina Arce. Estaban acurrucados entre sí y contra esa pared a ocho pasos del abismo. Parecían pollitos mojados. También ha quedado el cuarto en el que Angela Pistán cayó de rodillas al piso. Y me rogó que no le hiciera más preguntas, porque no tenía fuerzas ni para hablar. Pero hoy, ni Romina ni Angela se encuentran aquí. En esta parte del río, debajo del puente de El Corte, viven actualmente cuatro de las 22 familias que llevaban hasta cuatro generaciones en el asentamiento. En marzo pasado, luego de unas lluvias que fueron torrenciales, la Municipalidad evacuó a quiénes se hallaban más próximos al lecho. Los otros no quisieron irse. Y tampoco ahora piensan hacerlo. Pese a que -saben- los meteorólogos han dicho que este verano podría llover más y peor. En vez, reniegan de la "negligencia" del Estado. Es que, en todo este tiempo, ni los gobiernos municipal, provincial o nacional han hecho nada para transformar este paisaje de posguerra. Han pasado seis meses. Se vienen las tormentas, otra vez. ¿Será posible?

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Es la hora del desayuno en la casa de Hugo Pistán. Para llegar a su umbral, el visitante tiene que animársele a la quincena de perros que vigila el caserío. Algunos tienen pinta de que han salido a ladrar, nomás. Pero otros gruñen y parecen decir: "si das un paso más, te salto al cuello". Entonces aparece don Hugo ("hi salio a vé qué le pasa al perrerío"). El viejo tranquiliza a los animales, que vuelven a echarse en el polvo. A sus 65 años, él es uno de los que ha quedado. Ni loco subía sus cosas a los camiones -dice-, por más poco que uno tenga. Cómo hacerlo, si 45 de esos 65 años los ha vivido a la par del río. Y como se quedó, vio cómo el vecindario se iba cubriendo de olvido. Cómo las viviendas iban siendo desmanteladas. Cómo los camiones se iban llevando las chapas, los muebles y las gentes. 

- Aquí lo que ha pasao es que hicieron mal ese camino para que bajen las máquinas a llevarse el ripio. Y por esa culpa, la agua pecha. En un segundo se descalzaron los paredones. Cuando se cayeron, hicieron un ruido de explosión. Esa noche, los vecinos nos quedamos ahí arriba, mirando cómo la agua comía todo. No se íbamos a venir tranquilos a la casa viendo cómo estaba la agua. Y después de eso, los otros se asustaron y se fueron. Pero yo no pienso irme. No señor, tsk, tsk, tsk (chasquea su lengua, en señal de contrariedad). Aquí hi hecho mi vida. El tema es que tienen que arreglar eso rápido. Sino, no sé....

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El caserío en el que Hugo mide su valentía -El Corte- está situado en el límite oeste de Yerba Buena. La madrugada del sábado 7 de marzo, cayó un diluvio de esos que los climatólogos ponen en un estante. Venía lloviendo de modo incesante durante las semanas anteriores. El agua ya no penetraba, sino que circulaba hasta acumularse.
Así las cosas, el diluvio fue la gota que colmó el vaso: en el río Muerto, el agua arrastró los muros de hormigón construidos una década atrás por la Dirección Provincial del Agua (DPA). 
Eso provocó un desborde descomunal. La ruta que corre unos 15 metros por encima del lecho terminó sembrada de piedras, que antes estaban adentro del cauce. En las horas posteriores, las rocas fueron puestas de nuevo en su lugar. Pero las murallas siguen aún hoy acostadas en el lecho. A eso se refiere Hugo cuando habla de "arreglos", pues esas defensas protegían a los chaléts y a las casuchas humildes, asentados todos a la vera del cauce. 191 días han pasado. Medio año.
Otra zona con la que se ensañó la tormenta aquella vez fue la Ciudad Oculta, un caserío de pobres que queda a unos 12 kilómetros de El Corte, en la llanura yerbabuenense. Ahí -a la misma hora en la que se caían las paredes del río Muerto- desbordaba el canal Caínzo. Fue tal el denuedo del agua, que levantó el asfalto de una cuadra completa. Completa, de esquina a esquina. Al despuntar el alba, los vecinos se amontonaron a ver lo que parecía una película de ciencia ficción: una calle en la que el agua arrastró el pavimento.
El tiempo pasó y la trocha jamás fue emparejada. De todos modos, eso no es más que un camino pedregoso. Quedaron cosas peores. Porque las escenas de desolación en este distrito se suceden también en los parajes de La Rinconada, el pedemonte hacia el sur de El Corte. Allí, hay un puente que tambalea -el que está frente al countrie Los Azahares- y una avenida que ha quedado al filo del terraplén -la Lorenzo Domínguez-. En esa trocha, el agua embistió los bordes del canal que corre paralelo a la calle, hasta derrumbar tramos de pavimento. 
La devastación se prolonga cuesta abajo y adentro, por los canales Yerba Buena y Sur. Da miedo meterse a recorrerlos, porque parecen que han sido bombardeados. Todavía hoy siguen sueltos los bloques de hormigón que la correntada desprendió de sus paredes y depositó donde quiso. 

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Son dos las dependencias del Estado provincial encargadas de velar por el buen estado de las redes vial e hídrica: la Dirección Provincial de Vialidad (DPA) y la Dirección Provincial del Agua (DPA). ¿Por qué, seis meses después de las inundaciones, los daños todavía están a la vista en Yerba Buena? ¿Qué hicieron en todo este tiempo? Si en unas semanas se desata otro diluvio, tal como pronostican los expertos, ¿qué ocurriría? ¿Sacarán los paredones del río Muerto? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Arreglarán los caminos de La Rinconada? ¿Terminarán a tiempo las obras en los canales?
Dice Juan Sirimaldi -titular de la Dirección del Agua- que pronto acabarán las tareas en el Canal Sur. Y que, cuando eso ocurra, habrá recuperado la capacidad conductiva del agua. Eso sí -reconoce- no se reconstruirán las paredes laterales de ciertas zonas, porque no hay dinero. Con respecto al Canal de Yerba Buena, asegura que en breve meterán máquinas dentro, para que demuelan las piezas de hormigón. Además, da su palabra de que, antes de concluya septiembre, habrá reconstruido las defensas en la zona de Las Yungas. Pero señala que aún no se decidió qué hacer con el puente que tambalea frente a Los Azahares. Sobre el río Muerto -admite- la dependencia a su cargo no ha hecho nada. Nada. Absolutamente, nada. "No tenemos proyectado de dónde vamos a sacar la plata para reconstruir las defensas". 
En este punto aparece Luis Divizia, el jefe de obras de Vialidad. Por estos días, su gente anda trepada a las piedras, con mamelucos de color naranja. El funcionario explica que se encuentran construyendo gaviones en los estribos del puente, y que es probable que ellos se encargen de remover las defensas y otros obstáculos. "No sé cómo lo van a demoler y tampoco conozco el cronograma. Pero hay que sacarlos", dice. Luego jura que una vez que la DPA finalice sus obras en la zona del Camino del Perú, harán la repavimentación de las arterias carcomidas y colocarán las barandas en los bordes del canal.
Máxime si se tienen en cuenta las previsiones del director del Laboratorio Climatológico Sudamericano, Juan Leónidas Minetti, quien hace unos días pidió una reunión con funcionarios del Gobierno, para advertirles que la primavera vendrá con mucha agua y que, de acuerdo a sus mediciones, habrá inundaciones entre octubre y diciembre.

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Las palabras deben tener una pizca de impetuosidad porque son la embestida de los pensamientos contra la irreflexión. La frase no es suya, sino de John Maynard Keynes, un influyente economista del siglo XX. Pero a ella acude Franklin Adler para justificarse. Lo hace, porque sus dichos suelen incomodar. Como ahora, cuando dice que las inundaciones no son desastres naturales, sino una construcción social. "Hay muchos responsables, desde gobernantes hasta meros ciudadanos", añade.
Adler tiene más de setenta años. Lo tratan de usted. Hace casi medio siglo que vive en esta ciudad recostada. Hoy, se sienta en una confitería y ordena un café con leche y dos medialunas.
"En lo que va del año, se produjeron hasta tres desbordes en los canales Sur, Yerba Buena y Caínzo. Estos son los grandes cuerpos colectores de las aguas pluviales que se acumulan en la ciudad. Todos atraviesan zonas pobladas. Por eso, si fallan en la conducción de las aguas hacia el río Salí, pueden producir riesgos a los habitantes", explica Adler.
Hay quiénes lo consideran uno de los hombres que más sabe de hidráulica en la provincia. Egresó de la Universidad Nacional de Tucumán como ingeniero civil, y desde 1969 se especializa en hidráulica. Sin embargo, en esta confitería yerbabuenense, lejos de los catedráticos y de los políticos, interrumpe su charla varias veces para decir que la destrucción de la infraestructura ha sido de una magnitud descomunal. "Basta con recorrer los caminos de sirga de los canales para observar, a lo largo, enormes estructuras de hormigón arrancadas y arrastradas", dice. 

- ¿Por qué ocurrió esto?
- Resulta evidente la concurrencia de los siguientes factores: la enorme expansión de la urbanización; el escaso manejo de las aguas pluviales; la abundancia de pavimentos y de construcciones impermeabilizantes de los suelos, que han aumentado la escorrentía de las aguas; y la inexistencia de infraestructura de drenaje pluvial, puesto que las aguas escurren y se concentran descontroladamente.

En este punto, y ante la amenaza de nuevas tormentas, surgen otros interrogantes. ¿Por qué se inunda Yerba Buena? ¿Qué está ocurriendo? ¿Hay negligencia medioambiental? 

La fundación ProYungas -que tiene su sede en esta ciudad y que lleva adelante actividades para la conservación de las selvas de montaña- ha divulgado un duro documento. En ese texto, sostiene que una inundación suele tener más causas políticas que naturales. 

- Las consencuencias de las lluvias se multiplican año tras año, porque a medida que las poblaciones crecen, invaden más áreas inadecuadas. Eso es lo que está sucediendo. Aquí hay que echarle la culpa a las urbanizaciones mal planificadas y a la falta de estructuras -dice Alejandro Brown, director ejecutivo de PoYungas, ecólogo y experto en biodiversidad y desarrollo sustentable.

Alejandro Ríos -profesor de la cátedra de Sociología Agraria de la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de Tucumán- abona esa teoría. Según él, llegará el día en que Yerba Buena amanezca a la altura de La Banda del Río Salí, arrastrada por los aluviones. "Sigan sigan construyendo countries en medio de la montaña", ironiza. 

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Pasado el mediodía, el caserío empieza a alborotarse. Los cuatro o seis niños que han quedado vuelven de la escuela, y sus padres de los oficios. El patio de Raúl Cuello y de Soledad Puerta, su mujer, desemboca en uno de los brazos del río Muerto. También ellos han decidido quedarse. Aunque no tengan luz eléctrica porque -dicen- la Municipalidad se niega a devolverles el servicio que se encuentra cortado desde marzo, para forzarlos a irse. Aunque diluvie otra vez. Aunque se vayan los demás. Y no es que no tengan miedo. Tampoco, terquedad. Sino que -confían ellos- si respetan al río, éste no les causará problemas.

- Me gusta vivir aquí. Mis hijos respira aire puro. Y no hay drogas. No los llevaré a El Manantial -afirma Raúl, en referencia a la comuna donde el Estado trasladó a los demás inundados. Pese a su arrojo, enseguida aprieta el ceño. Y murmura que le preocupa que no se hayan quitado los bloques que permanecen atascados. 

- Soy nacida y criada a la orilla del agua. He visto la crecida del 2001, que fue la peor. Después de eso, no tengo miedo. No va a pasar nada. Pero tienen que limpiar el río -añade Soledad.

Entonces, si ese desastre llegara a suceder, los Cuello deberán marcharse. Y los juguetes de Lautaro y de Juliana, sus niños, serán también mojones entre ruinas. 

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