El final de un ciclo y un cambio fundacional

El final de un ciclo y un cambio fundacional

El final de un ciclo y un cambio fundacional
No habrá “fin de ciclo” si llegaran a la presidencia Daniel Scioli o Mauricio Macri. Tampoco si triunfaran Margarita Stolbizer o Adolfo Rodríguez Saá. En cambio, sí se producirá un claro “fin de ciclo” si resultaran electos Sergio Massa o Nicolás del Caño.

En Tucumán, sea Juan Manzur o José Cano el próximo gobernador, habrá inexorablemente un “fin de ciclo” en la provincia.

No hacemos referencia a un ciclo ideológico o de modelo político, de gestión, sino a un ciclo generacional, tanto biológico como cultural.

Scioli (58 años), Macri (56), Stolbizer (60) y Rodríguez Saá (68) son dirigentes que alcanzaron la mayoría de edad, que ingresaron a la vida cívica, entre fines de los 60 y mediados de los 70. Son contemporáneos a Cristina Fernández de Kirchner (62), Néstor Kirchner (hoy tendría 65 años), José Alperovich (60), Aníbal Fernández (58), Juan Carlos Romero (64), Domingo Amaya (57) o Carlos Zannini (61), por citar algunos ejemplos.

Es la generación que hoy, en gran medida, conduce el país. También en el sector privado, es la edad que tiene la mayoría de los directores y gerentes de las grandes empresas. Son las personas que están cerca de jubilarse o están recién jubiladas. Es, por otro lado, la generación que se está yendo. De los lugares de poder, de los puestos de mando, de la conducción efectiva.

A los tiros

Son los hombres y mujeres que aterrizaron en la vida política, o cívica, en medio de los tiros y las bombas, marcados por la violencia, la guerrilla y el terrorismo de Estado. Son los que una o más veces no pudieron votar por las dictaduras o que tampoco pudieron ser elegidos porque estuvieron proscritos, detenidos, exiliados o directamente desaparecidos. Es la misma generación de los jefes Montoneros Mario Firmenich (67), Fernando Vaca Narvaja (67) o Fernando Abal Medina (hoy tendría 68), por ejemplo.

Son los herederos de los que ya se fueron y condujeron el país hasta poco más de una década: Carlos Menem (85), Raúl Ricardo Alfonsín (hoy tendría 88), Fernando de la Rúa (el 15 de septiembre cumple 78 años), o Eduardo Duhalde (77). Una generación también con profundas cicatrices de violencia, golpes militares, proscripciones y detenciones políticas.

Son los grupos etarios que fundaron la grieta. Los creadores de adjetivos como gorila, oligarca, cipayo, peroncho, cabecita negra, entre otras agresiones de uno y otro bando.

Son los que lucharon y murieron por la democracia y también en contra de ella. Son los que se formaron en un mundo bipolar, de Guerra Fría, entre capitalistas y comunistas, yanquis o marxistas.

Un mundo analógico, sin cinturones de seguridad ni prohibiciones de fumar. Sin productos dietéticos, teléfonos celulares, computadoras, televisión satelital ni decenas de canales por cable. Gente que cuando ingresó a la vida cívica se informaba por diarios impresos, revistas, libros o, escasamente, por la radio y los pocos o nulos canales de TV, según la localidad.

Todo era blanco o negro y había poco espacio para los grises y menos para los colores. El mundo iba mucho más lento y el tráfico de datos también. Por eso quizás las posiciones eran más obstinadas y una vez que se plantaba bandera, en general, se moría con ella.

Es la generación que llegaba virgen al matrimonio, que tenía al sexo como tabú y a Isabel Sarli como sinónimo de pornografía. Es la generación que jugaba en la vereda, tomaba agua de la manguera y sólo veía películas en el cine. Es el mundo que ya fue.

Un cambio fundacional

La generación que viene, la que los está empezando a reemplazar, es la que alcanzó la madurez en democracia. Que, a lo sumo, los más grandes, fueron niños en la última dictadura. Que siempre pudieron votar o ser elegidos. Que no conocen otra forma de gobierno que no sea la democracia. Es una generación que tiene otro chip en la cabeza. Más allá del partido al que suscriban o de la ideología que defiendan. Y este cambio no es menor, es fundacional para el país.

Son los Massa (43), Del Caño (35), Manzur (43) o Cano (50). Los Juan Manuel Urtubey (45) o Gustavo Sáenz (46), en Salta. En Buenos Aires los Horacio Rodríguez Larreta (49), Mariano Recalde (43), Martín Lousteau (44), o Axel Kicillof (43), o a nivel local Pablo Yedlin (48), Mariano Campero (33) ,Germán Alfaro (50), Gerónimo Vargas Aignasse (45) y Mariana Arreguez (28), por nombrar algunos ejemplos de distintos espacios.

Si bien no puede hacerse un corte tajante, porque la realidad es mucho más compleja, y hay dirigentes que no están totalmente de un lado o de otro, ya que las generaciones se mezclan, o hay algunos que están más o menos influenciados por otras generaciones, no es menor que este sector prácticamente no conozca una dictadura en persona y que todos cuando cumplieron 18 años pudieron votar.

“Muchas disputas políticas que son de naturaleza ideológica aparecen hoy bajo la forma de disputas generacionales: la nueva política contra la vieja”, afirmó Pablo Vommaro, autor del libro “Juventudes y políticas en la Argentina y en América Latina”, durante una entrevista con Página 12.

Perón y Balbín, ya fueron

“En política y a nivel social en general decir que un político es joven o una fuerza política es joven ya significa un atributo positivo. Y está bueno pensar cómo se construyó eso, porque hace 30, 40 años ¿qué se valoraba en política? La experiencia. Es el típico discurso de Perón, de Balbín: “Yo sé gobernar y como ya goberné, los quiero seguir gobernando…”. “Hay una lectura de conflictos políticos en clave generacional. Es decir, conflictos que en realidad son de modelos políticos, de objetivos, de ideología, no se presentan como disputas ideológicas o de modelos políticos: se presentan como disputas generacionales: la nueva política contra la vieja política”, opinó en otro pasaje de la nota Vommaro, Posdoctor en Ciencias Sociales e Investigador de Clacso.

Es decir, no se trata de que esta generación que empieza a ocupar los espacios de poder sea más o menos honesta o capaz, ese es otro tema, se trata de que se formó en otro molde, diametralmente diferente a la anterior. Eso no ocurrió entre las generaciones de Menem y Kirchner, por ejemplo, porque su formaciones políticas fueron muy parecidas, analógicas y bipolares.

El fin de la bipolaridad

Para Cristina, por ejemplo, sólo hay amigos y enemigos, grandes conspiraciones en todas partes (propio de la Guerra Fría), uno o dos diarios que manejan el país (como en los 70), y habla de la dictadura, mucho más que de problemas actuales, como si no hubieran pasado ya 32 años.

Pese a que esta semilla bipolar y extemporánea ha germinado en algunos sectores jóvenes del kirchnerismo y por reacción también en la oposición, es improbable que pueda desarrollarse en el tiempo y a medida que avance el recambio generacional, con un mundo multipolar, híperinformado y conectado, bastante más libre que hace 40 años, con jóvenes que son mucho más independientes y menos influenciables que en el siglo pasado, y efectivamente con más conocimiento de sus derechos.

Estamos a las claras ante un fin de ciclo concreto, a los tumbos y con no pocas dificultades, ingresando a un período donde todos los actores principales han crecido en democracia y sin amenazas reales de que este proceso pueda interrumpirse. Sin dudas se trata de un nuevo y muy buen comienzo para la Argentina.

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