Del Tucumanazo a la Policía desbocada

Del Tucumanazo a la Policía desbocada

Si una piba se saca una selfie en medio de una marcha y la tuitea, ¿está banalizando el Tucumanazo? Por supuesto que no. Un hashtag no tapará nunca el bosque de la historia provincial. Las redes sociales son una apasionante marca de época, tiempos que no son mejores ni peores de los que pasaron, apenas distintos. De allí que haya mucho de sobreactuación en quienes están indignados por la presunta afrenta al Tucumanazo que implica ese hashtag. #Tucumanazo sirvió como paraguas para las movilizaciones de la semana pasada y para las que puedan venir. Es un rótulo, una etiqueta, tan líquida como la cultura dominante. No hay que enojarse tanto.

A nadie se le cruzaría la idea de comparar las luchas populares que se opusieron a la dictadura 1966-73 con estos reclamos en la plaza Independencia. Para quienes no conocen lo ocurrido durante aquellos años se recomienda el documental de Rubén Kotler, colgado en YouTube y de consulta gratuita. También hay libros, como los de Emilio Crenzel, Eduardo Rosenzvaig, Silvia Nassif y Roberto Pucci, entre muchas otras investigaciones. Y está, claro, el testimonio de quienes fueron protagonistas o testigos. El Tucumanazo fue único e incomparable; por ende, irrepetible.

Para ilustración de nuevas generaciones o para refrescar a algún desmemoriado es más que suficiente un apunte: muchísimos de los actores de aquellas jornadas terminaron asesinados. El cierre de los ingenios y la pérdida de la autonomía universitaria derivó en un frente policlasista conformado por estudiantes y obreros. Unidos pusieron en jaque al onganiato y a la vuelta de los años, con el terrorismo de Estado desatado, les pasaron la factura. Hay demasiadas memorias para honrar y respetar en nuestro Tucumán, y están por encima de discusiones ocasionales.

Entre los miles de manifestantes que acudieron a la plaza Independencia los jóvenes se hicieron notar. Es una generación que nació, creció y vive en democracia, un tesoro para un país que se desangró durante medio siglo de golpe en golpe. Que se hayan movilizado para exigir calidad institucional es un paso gigantesco y habla de una evolución social. Nuestra democracia es perfectible y el sistema electoral es uno de sus talones de Aquiles. No da para más, y así quedó expresado por una importante franja de la ciudadanía. Entre la polifanía de voces que se alzaron y se alzan -porque son las reglas del juego cuando una multitud se concentra- ese fue el mensaje más valioso.

Se puntualiza entonces: ¿dónde están todos ellos cuando marchan las madres del pañuelo negro? ¿Dónde están cuando se mueven los jubilados que piden el 82% móvil? ¿Dónde están cuando el admirable Alberto Lebbos carga en soledad contra los poderosos? ¿Dónde están cuando las organizaciones de base agitan en la puerta del Ministerio de Desarrollo Social porque Tucumán se cae a pedazos? La respuesta pasa por ver el vaso medio lleno. Nadie nació marchando, siempre hay una primera vez. Para muchos, este reclamo por una provincia mejor es una primera vez en la calle. Lo deseable es que el compromiso haya prendido para siempre, porque resultaría la prueba palpable de un cambio definitivo, el comienzo de una etapa de participación plena y decisiva. Apropiadas del espacio público y embarcadas en el ejercicio de asumir sus contradicciones las sociedades adquieren una potencia formidable.

Mientras tanto, hay problemas gravísimos para los que no se encuentran soluciones. El de la Policía es central. La misma Policía que en diciembre de 2013 llevó a Tucumán al caos salió la semana pasada a repartir palazos y balas de goma, desnudando que su matriz represiva permanece intacta. Sigue siendo la Policía del “Tuerto” Albornoz y del “Malevo” Ferreyra, la misma que maltrata a las mujeres que acuden a una comisaría para denunciar violencia de género. ¿Cómo se modifica de raíz a una institución que le falla en esa medida a la provincia? Es una cuestión en extremo compleja y 32 años de frustradas gestiones democráticas lo atestiguan. El fracaso de la política de seguridad del alperovichismo, queda subrayado, fue clamoroso.

A todo esto, la pelota sigue en la Junta Electoral y allí quedará. La política continúa su juego con alguna que otra perlita, como la clase de peronismo que Victoria Donda le dio a Betty Rojkés. Es que cada vez que el alperovichismo está a punto de apagar un incendio la senadora abre la boca y al Gobierno le llenan la canasta de goles. Al PJ no sólo le arrebataron la calle; hasta tiene que recibir lecciones de doctrina impartidas por extrapartidarios. Con todo este clima más que nunca vale preguntarse ¿y esto cómo sigue?

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