Fraudulentos y defraudados
La política ha embaucado, nuevamente, a los ciudadanos. La política, ese “arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados”, o esa “actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos” -como define el diccionario de la Real Academia Española- se convirtió en una suerte de holding empresario, del que participan y sacan provecho unos pocos. La política, esa herramienta que los padres de la patria y de los partidos reivindicaban como la única viable para cambiar y mejorar la vida de los ciudadanos, hoy desilusiona y golpea a la sociedad. La política se bañó de desprestigio, otra vez, en la tierra de la Independencia.

Los tucumanos que ponen en duda el resultado electoral se cuentan de a montones. El oficialismo, ofuscado, ensaya teorías conspirativas diversas en su contra. Podría haberlas, en especial de una oposición nacional que saca rédito del escándalo tucumano. Pero no aceptar que se produjeron irregularidades y que una porción de la sociedad expresa genuinamente su descontento con la clase dirigente es equiparable a negar que la tierra es redonda y gira sobre su propio eje. ¿Cuál será el remedio? ¿Condenar a los que protestan, como la Inquisición a Galileo Galilei por defender esa teoría, que por cierto era correcta? Aquí radica, justamente, el corazón del problema del oficialismo: qué hacer con el halo de ilegitimidad que cubre al resultado electoral. Porque entre la tropa manzurista no hay dudas respecto de que se mantendrá el triunfo que le asignó el escrutinio provisorio. Para ellos también es una certeza que no prosperará ninguno de los planteos para que se suspendan los comicios y se llame otra vez a votar. Lo que sí les preocupa es cómo tratar y abordar el “problema” de los indignados. Hasta aquí, optaron por la negación. Para ellos, como dijo el multipremiado periodista Víctor Hugo Morales, la “gente” copó la plaza durante días impulsada por un grupo de golpistas, entre los que se cuentan políticos, dirigentes, periodistas y medios. Con el diagnóstico errado, igual de fallido viene siendo el remedio.

¿Se habrán preguntado por qué esa “gente” se siente defraudada? Porque ellos mismos plantean a viva voz los motivos: les molesta el reparto de bolsones, el acarreo de votantes, el clientelismo en general, la quema de urnas, la adulteración de telegramas, la vinculación de funcionarios con integrantes de otros poderes u organismos del Estado, el patoterismo, las urnas “embarazadas”, las urnas vacías que deberían estar llenas y el intento de fiscales y/o dirigentes de ingresar con votos a la Junta Electoral, entre otras irregularidades. Todas y cada una de las anomalías mencionadas existieron y fueron corroboradas, aunque no con la repetición necesaria -según marcan las leyes provinciales- como para que se declare la nulidad de la elección.

Todas esas acciones fueron fraudulentas y por ello existe la sensación de fraude, aunque no pueda hablarse de que los comicios hayan sido fraudulentos. Superado el juego de palabras, lo serio es que lo que está en juego no es la legalidad, sino el grado de legitimidad.

Pero no es sólo un grupo “opositor” de la sociedad el que refunfuña contra el resultado provisorio. También muchos dirigentes del ahora viejo alperovichismo despotrican contra la martingala que le garantizó el triunfo a la dupla Manzur-Jaldo: la de colocar dos popes del propio oficialismo como candidatos en comunas y municipios. Ello provocó estragos en la que supiera ser la sólida base del interior en la que supo apoyarse, elección tras elección, el oficialismo. Ahora, ganó la fórmula gubernamental, pero perdieron líderes del interior como los Khoder (en Banda del Río Salí), como Alejandro Martínez (en Tafí Viejo), como Luis Espeche (en Bella Vista) y como el trío Toledo-Terán-Racedo Aragón (en Yerba Buena). Los heridos en la propia tropa abundan y reaccionan de manera disímil. Habrá que ver cómo se encolumnan en las elecciones nacionales de octubre y durante el gobierno manzurista. Ellos también se sienten defraudados.

En la vereda opositora también abundan las caras largas. Seguramente dentro de 20 años se mostrará la foto de José Cano copando la plaza y la Casa de Gobierno peronistas como un hito histórico. Pero el líder radical no estuvo a la altura de las circunstancias. Su discurso no motivó ni emocionó ni pacificó ni nada a los miles de personas que acudieron ese día -y los anteriores- a la plaza. Habló durante siete minutos sin que sus palabras sonaran como una pieza más dentro de una estrategia que apunta a algo. Justamente, ¿qué es ese algo? ¿Qué busca Cano? ¿Qué pretende con su reclamo? ¿Cuál es su estrategia? ¿Hay estrategia? Las irregularidades en los comicios, como las propios hechos lo de muestran, existieron. ¿Fueron tantas como para que cambiaran el resultado final? ¿Por qué Cano nunca dijo que ganó los comicios? Tras participar de la marcha y hablar ante la multitud, las manifestaciones se debilitaron. Es una prueba concreta de que su mensaje no fue claro. O, quizás, fue clarísimo.

Así estamos hoy, a 11 días de los comicios. Con fraudulentos y defraudados conviviendo a los gritos. Y sin que nadie se detenga a escuchar.

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