Por Carlos Páez de la Torre H
03 Septiembre 2015
JOSÉ NICOLÁS MATIENZO. El destacado jurisconsulto en una caricatura de la revista porteña “Fray Mocho”, en 1914. LA GACETA / ARCHIVO
El célebre jurista tucumano José Nicolás Matienzo (1860-1936) concedió, en la década de 1920, un largo reportaje a la revista porteña “Caras y Caretas”. Tiene interés porque evocaba sus años de juventud.
En esa época, narraba, “los muchachos no frecuentaban las carreras, ni jugaban al fútbol. Tampoco perdían el tiempo en los cafés, entre hombres solos, hablando de caballos o discutiendo sobre algún puntapié más o menos olímpico”. Lo que hacían era “estudiar; y, sobre todo, nos enamorábamos de las mujeres”.
Se reunían “en la casa de algunos amigos para leer nuestros versos, para cambiar ideas, para polemizar con energía sin desarreglarnos la corbata. Nos congregábamos en lo de Julio Mitre –hijo del general Emilio Mitre- o en lo de Rodolfo Araujo Muñoz”. Nostálgicamente, contabilizaba como únicos sobrevivientes actuales a “Rodolfo y Enrique Rivarola, Norberto Piñero, Ernesto Quesada, Carlos Monsalve, Leopoldo Díaz… y yo”.
En 1878 fundaron el “Círculo Científico Literario”, donde se discutían “todos los problemas de la tierra, del cielo y del infierno”. Estaba la fracción de los clásicos y la de los románticos. Ambas, recordaba Matienzo, “hacían esfuerzos colosales de erudición y de elocuencia”. Afirmaba: “no podré decir imparcialmente quién triunfó, si los románticos o los clásicos, porque yo pertenecía, naturalmente, a los románticos. La mayoría se incorporó al romanticismo. Era natural. El romanticismo representaba la libertad, alma del mundo, culto de los corazones jóvenes en los cuales la vida sobreabunda”, recordaba Matienzo. Mostró al periodista algunas poesías y traducciones de esa época: lo enorgullecía especialmente una de “Rapelle toi”, de Alfred de Musset.
En esa época, narraba, “los muchachos no frecuentaban las carreras, ni jugaban al fútbol. Tampoco perdían el tiempo en los cafés, entre hombres solos, hablando de caballos o discutiendo sobre algún puntapié más o menos olímpico”. Lo que hacían era “estudiar; y, sobre todo, nos enamorábamos de las mujeres”.
Se reunían “en la casa de algunos amigos para leer nuestros versos, para cambiar ideas, para polemizar con energía sin desarreglarnos la corbata. Nos congregábamos en lo de Julio Mitre –hijo del general Emilio Mitre- o en lo de Rodolfo Araujo Muñoz”. Nostálgicamente, contabilizaba como únicos sobrevivientes actuales a “Rodolfo y Enrique Rivarola, Norberto Piñero, Ernesto Quesada, Carlos Monsalve, Leopoldo Díaz… y yo”.
En 1878 fundaron el “Círculo Científico Literario”, donde se discutían “todos los problemas de la tierra, del cielo y del infierno”. Estaba la fracción de los clásicos y la de los románticos. Ambas, recordaba Matienzo, “hacían esfuerzos colosales de erudición y de elocuencia”. Afirmaba: “no podré decir imparcialmente quién triunfó, si los románticos o los clásicos, porque yo pertenecía, naturalmente, a los románticos. La mayoría se incorporó al romanticismo. Era natural. El romanticismo representaba la libertad, alma del mundo, culto de los corazones jóvenes en los cuales la vida sobreabunda”, recordaba Matienzo. Mostró al periodista algunas poesías y traducciones de esa época: lo enorgullecía especialmente una de “Rapelle toi”, de Alfred de Musset.
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