¡Cambio, referí!

¡Cambio, referí!

La oposición tomó la plaza. El enojo por muchos excesos de los últimos 12 años exacerbó la propuesta. Las planillas con problemas, la compra de votos y los bolsones no son algo nuevo. Es una costumbre que acepta la sociedad.

¡Cambio, referí!
No hay sorpresas. Al menos nadie debería sorprenderse. En Tucumán siempre se hizo trampa. Es como la droga, son muchos los que saben quien la consume y dónde la compran. Pero nadie denuncia. Al menos hasta que no le toca a un ser querido. El domingo pasado, cualquier ciudadano hubiera podido denunciar cientos de ilícitos. Como la marihuana, el “paco” o la cocaína, se han naturalizado el fraude, la trampa y la mentira. Para hacerlo más ameno, más divertido y menos vergonzoso se habla del folclore electoral, como si fuera algo propio o tradicional del pueblo.

Por eso cuando el lunes empezaron a rasgarse las vestiduras por los bolsones, por los telegramas truchos una sensación de vergüenza ajena empezó a correr. Las redes sociales –allí se dicen cosas propias pero se le echa la culpa al otro- empezaron a desangrarse con quejidos. Y los hombres públicos iniciaron el camino de la mentira que nunca tiene retorno. “Repudiamos esos hechos”, se animó a decir Juan Manzur, esbozando una sonrisa. Lo mismo había dicho antes su mentor, José Alperovich, y cuanto funcionario se animó a hablar. Mentira. No repudian esos hechos y si realmente lo hacen ahora, mintieron los últimos 12 años cuando vieron elecciones y no les importó que los bolsones y los acarreos le quitaran la dignidad y la libertad al votante. Hasta es divertido contar las anécdotas y las trapisondas electorales. Son un buen aderezo para los asados. Los opositores tampoco son ajenos ni pueden mostrar ningún rostro de ingenuidad. No hubo proyectos de leyes, ni manifestaciones en las calles ni se desgañitaron gritando “queremos cambiar la forma de elegir”. Al menos, no se los escuchó.

La jurisprudencia argentina los habría ayudado a todos. Las leyes de otros países hubieran servido también para hallar otro camino.

Silke Pfeiffer, quien fuera directora para las Américas de Transparencia Internacional, está citada en un fallo histórico donde el socialista Héctor Polino denuncia el clientelismo electoral. En él Pfeiffer es citada: “la compra de votos se presenta como la práctica típica del clientelismo políticoelectoral, que ha sido definida como el mecanismo en el que los votantes son ‘sobornados’ para que se comprometan a un particular y determinado comportamiento electoral”. Nadie se preocupó en los últimos 20 años por estos sobornos. Al contrario, todo aquel que decidió hacer política lo primero que pensó es de dónde sacar plata para ser candidato. Pfeiffer dice: “Se ha comprobado, por otra parte, que a medida que ‘la compra y venta de votos’ se enraíza en la cultura política de un país, se estimula al comprador para que busque más recursos con qué incentivar la actividad”. En Tucumán son muchos los sobreestimulados.

Cabe destacar que esta experta no habla de compra solamente sino también de venta de votos. Ocurre que en Tucumán, recubiertos de hipocresía, tratamos de “pobrecitos” a aquellos que reciben el bolsón o son acarreados por un voto y no lo son. Saben que están cometiendo un ilícito y que son cómplices. Aunque se los disculpa porque en realidad existe un abuso de poder donde los poderosos explotan la pobreza que debieron combatir. “Las acciones que tienen como fin lesionar de algún modo la sinceridad de los comicios y particularmente del sufragio son hechos ilícitos que constituyen en muchos casos delitos penales. Se trata de prácticas tipificadas como cohecho, malversación de caudales públicos, soborno, etcétera”, sentencia el fallo del juicio citado. Obviamente, nada de esto vieron los gobernantes, legisladores y opositores durante estos años que pasaron. Pero este domingo se escandalizaron.

La ceguera que provoca la soberbia impide ver lo que hacen otros países. El código mexicano prevé multas y prisión “a quien solicita votos por paga, dádiva, promesa de dinero u otra recompensa durante las campañas o en la jornada electoral”. La misma pena es para “aquellos transporten votantes, coartando o pretendiendo coartar su libertad para la emisión del voto”. Los ecuatorianos y los hondureños tienen códigos idénticos y el colombiano habla de “corrupción del sufragante y castiga por igual al que da como al que recibe algo por un voto. Si bien nuestro código es más permisivo con los que reciben dádivas, también se castiga con prisión al que quisiera inducir el voto. Lamentablemente, en la Justicia penal pasó inadvertido.

Cerooooooooo

Como era una costumbre, nadie dijo ni hizo nada. La diferencia con otras elecciones es que esta vez el resultado estaba más reñido. Y, por lo tanto, también hubo más “actividad folclórica”. Ergo, el resultado empezó a ponerse en duda. Como hongos empezaron a brotar planillas de fiscales firmadas por el presidente de mesa que después en el telegrama tenían exactamente cero el casillero del candidato a gobernador de la oposición. Esto se ve en mesas como la 143 de capital o la 3.466 de los Valles, por citar dos ejemplos. Los oficialistas hasta ahora no han encontrado ninguna irregularidad.

Desde el domingo el frente oficialista dijo que había ganado por 14 puntos que es lo que el gurú Hugo Haime les había dicho. Y esos números fueron el combustible para arrancar algún Tango para volar hasta el “folclórico Tucumán”. Pero en las urnas ni con un oflador se iban a poder estar las cifras. Un ingeniero en matemáticas podría desmentir las encuestas previas que hicieron equivocar a Manzur porque la diferencia entre el 54% y el 41% con que cerró el escrutinio provisorio equivale a 13 puntos sobre el 80% que se había escrutado. Pero si además se proyecta a 100 (percentiles) suponiendo una proporción idéntica la diferencia bajaría a un 43% a 33% y la diferencia quedaría en 10 puntos.

En la apertura de urnas que viene realizándose la oposición aparece con un 52% porque se tratan de urnas de la Capital donde el Acuerdo para el Bicentenario es notablemente superior. Si se proyecta ese 20% se le podría sumar aproximadamente un 13% a Cano y un 7% a Manzur. Siguiendo este razonamiento un esbozo de resultado final (sin impugnaciones ni otras suciedades que aparecen cuando se abren urnas, si es que no aparecen abiertas, como muchas) podría acercarse a un 50% para Manzur y un 46% para Cano.

Esa diferencia de 4 puntos es la que envalentona e irrita especialmente a los radicales (algunos peronistas del Acuerdo ansían que esto termine cuanto antes, no vaya a ser que todo se desbande y se queden sin el pan, sin las tortas y sin las bancas o las intendencias). “Si se logra demostrar fraudes en varias mesas esos 4 puntos podrían revertirse”, se ilusionan hombres y mujeres antialperovichistas. Por esto salieron a la calle y se quedaron con la plaza que siempre fue un emblema peronista.

Se rompió el dique

Pero no fueron los únicos que se plantaron frente a la Casa de Gobierno. Allí hubo muchos alperovichistas desilusionados, antialperovichistas que no contienen el odio, hombres y mujeres que ven que hay muchos atajos para llegar a distintos lados bajo el nombre de la corrupción, jóvenes ilusos, adultos hartos porque a esta película la vieron siempre y también se las contaron sus padres cuando se reían de las andanzas de conservadores de otros siglos y también estaban aquellos que se desgañitaron pidiendo reglas claras e institucionalidad durante 12 años y les respondieron con la fuerza de la popularidad. Por eso la plaza rebalsó. Fue como un dique cuyo paredón se hizo añicos.

Aturdido, temeroso, desconcertado, el Gobierno reaccionó como no debía. Echó nafta al fuego al reprimir y después nadie pagó los costos. Alperovich y su candidato salió a defender el resultado electoral y no a corregir sus errores. “No estamos de acuerdo con la represión policial”. “Vamos a esperar la investigación de la Justicia”. Una vez más el Gobernador defendía a su gente sin pensar en sus yerros institucionales. La madrugada del martes debió haber echado al ministro de Seguridad, Jorge Gassenbauer, principal responsable de que Tucumán una vez más fuera noticia nacional por la violencia de la Policía. Cero y van dos, dirían los apostadores que recuerdan episodios parecidos hace poco tiempo. Por la mañana, después de los estragos, en la casa particular del Gobernador, los “sijosesistas” se hacían dos preguntas: ¿Ganamos? y ¿Vienen por nosotros? En ambos casos se respondieron sí. Por eso después la indómita senadora y primera dama salió a defenderse y destacó que eran ataques casi individuales cuando habían hecho tanto por Tucumán. No estaban esas cosas en discusión. Un mal diagnóstico volvió a equivocar al alperovichismo.

Cano, en tanto, encontró más aliados en Buenos Aires que en su provincia y mientras en la plaza se profundizaba el descontento su popularidad se iba a las nubes. En cambio, Manzur sentía que la fuerza y el poder de los votos se convertían en kriptonita. Por se tomó el avión para seguir el raid de Cano.

Baquiano magullado

Dos senderos se bifurcan en el horizonte. Uno lleva irremediablemente a la ruptura institucional y podría terminar en una intervención federal. La otra es conservar la institucionalidad a como dé lugar. Para elegir este camino el baquiano es el presidente de la Junta Electoral. Antonio Gandur es de quien depende de la llegada a destino sin que nadie se pierda. Su autoridad y el respeto por ella pueden despejar la maleza. Llega a esta instancia con magulladuras. Hasta el sábado pasado, provocadas por la prepotencia oficialista que porfió para que Edmundo Jiménez no se vaya y después para que la inexplicable re-re de Sergio Mansilla rigiera. Desde el lunes los destratos vinieron de la oposición que llegó a hablar de asociación ilícita. En el medio, una conferencia de prensa incómoda no tuvo los cuidados para defender la figura del árbitro de este dificilísimo y reñido partido.

El affaire Toblerone

En los años 90 la sueca Mona Sahlin era la candidata segura a tomar el poder en el país nórdico. Una noche pagó con la tarjeta oficial del gobierno unas compras particulares entre las que figuraba un Toblerone. Pagó el error. Pero también renunció porque había el hecho un uso indebido de la tarjeta que le habían dado para su trabajo. Renunció y así cortó su carrera política. La palabra renuncia no figura en ningún diccionario tucumano. Claro que no es la único vocablo olvidado. Estos días el pueblo se ha reunido para que se incorpore la construcción sustantiva “comicios transparentes”. El diálogo y el consenso esperan su turno.

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