Contundente triunfo de la hipocresía

Contundente triunfo de la hipocresía

Aún no se había disipado el humo de los gases en la plaza, luego del violento desalojo, y ya había fiscales intentando introducir votos de sus partidos en la Junta Electoral. Del oficialismo y de la oposición.

La sangre había llegado al río y Tucumán encabezaba vergonzosamente los titulares de muchos diarios internacionales. El país entero no salía del asombro y las marchas de la bronca se replicaban en distintas ciudades. Salvo la Presidenta, todo el arco de la dirigencia nacional repudiaba los hechos de fraude y violencia ocurridos durante el domingo electoral y el lunes sangriento.

Como en 2013, cuando los tucumanos contábamos los muertos mientras ella bailaba con Moria Casán en Plaza de Mayo, ahora Cristina sólo habló para felicitar a Juan Manzur.

Volviendo al principio. Con dirigentes y ciudadanos detenidos, manifestantes hospitalizados, entre ellos dos niños, 29 urnas quemadas, un camarógrafo internado por una golpiza, gendarmes heridos, urnas “embarazadas”, un Correo que publicaba cualquier cosa en la web, entre otras decenas de salvajadas antidemocráticas, punteros políticos insistían con intentar adulterar los resultados y violar una vez más la voluntad popular.

Si en este contexto la sangre fría de los ladrones no logró entibiarse ni un poco, entonces el problema no es el sistema electoral, ni la corrupción, ni la dirigencia, el problema somos todos nosotros como sociedad.

Dos urnas quemó la oposición y 27 el oficialismo. También los dos sectores repartieron humillantes bolsones con comida y arriaron gente como ganado hasta las escuelas. Claro que en una proporción de 10 a uno a favor del Frente para la Victoria, porque cuenta con la infinita caja del Estado provincial para financiar el clientelismo. Otro tanto aportó la ahora opositora billetera del municipio capital.

Está claro que la oposición no compró más votos porque no pudo; y cabe preguntarse, con cierta ingenuidad, cómo actuaría en caso de llegar a ser gobierno. Es una pregunta que casi se responde sola.

No se trata aquí se repartir responsabilidades por igual ni de afirmar que son todos culpables, porque toda generalización es una equivocación en sí misma, incluso esta.

Claramente es el Gobierno el mayor responsable de muchos de los hechos despreciables que ocurrieron, pero no de todos, y por eso se equivocan quienes intentan mostrar una foto en blanco y negro, producto de un enceguecido fanatismo. Hay demasiados grises como para dejarse atrapar por la troglodita batalla entre kirchneristas y antikirchneristas, gorilas y oligarcas, peronistas y antiperonistas, alperovichistas y antialperovichistas, lanatistas y victoruguistas, ceratistas y solaristas, o cualquier otra estupidez que sirva para dividir y reinar.

Porque la confrontación es el sello indeleble que le ha imprimido el kirchnerismo a su gestión, profundizada por el cristinismo, pero la oposición ha aceptado el convite hace años y es corresponsable de este obcecado enfrentamiento. Tan alucinado es todo, que el kirchnerismo, que es mayoritariamente de clase media, odia a la clase media, sobre todo a la clase media que se moviliza y no se calla.

La provincia está atravesando un momento institucional sumamente complejo, agravado por una dirigencia que está mostrando a todas luces no poder estar a la altura de los problemas.

Tenemos una Justicia ausente, o casi, que no es capaz de hacer cumplir la ley durante un comicio e impedir la compra de voluntades mediante decenas de artilugios.

Hace una década, LA GACETA debía hacer periodismo de investigación durante varios días para descubrir los galpones donde se escondían los bolsones. Y su distribución era sumamente clandestina. Hoy se reparten en la puerta de las escuelas con una impunidad que asusta. Eso sí, desde Manzur a Cano todos los candidatos repudian públicamente el reparto de bolsones, que por otra parte se financia mayoritariamente con dinero del Estado.

Tenemos una Junta Electoral que no puede impedir el fraude, ya sean una o 300 mesas, y tampoco da señales que garanticen un escrutinio transparente.

El lunes a la madrugada había mesas donde la suma de los votos totalizaba 107%, según datos cargados por la propia Junta, y otras donde la oposición figuraba con cero votos. Cerca de la medianoche apareció en pantalla que ya se había escrutado el 6% de las mesas. Una hora más tarde ese total era del 3%. El único escrutinio del mundo que retrocede a medida que avanza.

Hechos como estos se sucedieron por decenas y sólo sumaron más sospechas a un día que ya venía bastante cargado de suspicacias, trampas y demasiada violencia.

Tenemos un sistema electoral que es una vergüenza, advertido reiteradas veces por el periodismo y por politólogos y muy pocas veces, y aquí otra vez, por la oposición. Si hoy se implementara la boleta única en Tucumán para elecciones como la del 23 de agosto, la boleta mediría en algunas localidades unos 50 metros. Más de 25.000 candidatos para ocupar 345 cargos y hasta 30 fiscales por mesa no es democracia, es una lotería donde gana el que compra más números. El sistema de acoples es un fraude en sí mismo.

Tenemos desdoblamientos especulativos de elecciones, según le convenga o no al gobernador, de acuerdo a cómo vengan los comicios nacionales. Así, las campañas electorales en Argentina empiezan en febrero y terminan en octubre. Como si este país pudiera darse el lujo de estar casi todo un año votando y gastando fortunas siderales en publicidad política.

Tampoco tenemos PASO en Tucumán, ni voto electrónico, como establece la Constitución, y hasta 24 horas antes del comicio la Junta Electoral estaba controlada por el Gobierno. Y aún después, según denunció la oposición, la mayoría de las personas encargadas de volcar los telegramas al sistema pertenecen al Frente para la Victoria.

Tenemos una elección nacional que ha tomado de rehén a la provincia y está haciendo uso y abuso del conflicto, agravándolo de forma perversa.

Casi todo lo que se ha dicho desde Buenos Aires, o se ha dejado de decir, como en el caso de la Presidenta, está teñido de electoralismo con vistas a octubre. Da la sensación de que, en el fondo, poco y nada les importan los tucumanos a los presidenciables.

En 2003 en Catamarca se quemaron 10 urnas y la elección se realizó de nuevo. Claro que veníamos del anárquico “que se vayan todos” y la clase política era una carmelita descalza. Hoy está todo bien, la democracia goza de buena salud y todas las denuncias son intentos golpistas de las corporaciones. Pese a llenarse la boca de derechos, nadie subestima más a la ciudadanía que el kirchnerismo, que insiste con que el 70% del país está hipnóticamente controlado por un canal de cable. Un argumento que atrasa medio siglo, como el relato mismo.

En aquel 2003, la entonces senadora Cristina Fernández de Kirchner pidió la expulsión del Congreso de Luis Barrionuevo por la quema de urnas. Este lunes Cristina sólo le pidió a Cano que reconozca su derrota.

En semejante contexto de egoísmo, resulta imposible imaginar una salida racional a este grave conflicto.

Cano sabe que pierde en las urnas, quizás injustamente y producto de un sistema corrupto, pero ya debería haber admitido su derrota para contribuir a la pacificación social. Después de todo su espacio viene aceptando estas reglas de juego desde hace años. La prioridad es que las instituciones funcionen, si acaso es posible. Ahora es el turno de la Justicia, que por otro lado acumula demasiadas deudas con esta sociedad.

Manzur, por su parte, debería ser el primer interesado en que el escrutinio sea realmente transparente, porque arrancará con un gobierno muy magullado, sospechado por todos lados y con escasa legitimidad. Manzur debería pararse en la puerta de la Junta Electoral y exigir a los gritos que se abran todas las urnas, en vez de soslayarlo tibiamente en los canales de TV porteños.

Produce escalofríos pensar que hay gente que es capaz de hacerse pasar por un muerto para ir a votar con su DNI. Es tenebroso. Pero nos pinta de cuerpo entero como sociedad y a qué nivel de putrefacción hemos llegado. Ni hablar de la cantidad de imágenes y datos falsos que circulan por las redes sociales, de ambos bandos, con el solo fin de dañar al adversario. Y casi todos somos cómplices de ese fraude también.

Porque basta de mentirnos que los delincuentes son un puñado y que Argentina es un país con buena gente. Veinticinco mil candidatos no son un puñado, ni tiroteos en cinco localidades, ni sedes baleadas o decenas de telegramas adulterados.

El fraude está probado. Como sociedad somos un fraude, y hasta ahora la única que ganó de forma contundente es la hipocresía.

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