“Los bloqueos, quizás, sirven para encontrar soluciones ingeniosas”

“Los bloqueos, quizás, sirven para encontrar soluciones ingeniosas”

Es uno de los escritores argentinos más leídos y traducidos. Autor de éxitos internacionales como Crímenes imperceptibles, llevado al cine en Hollywood por Alex de la Iglesia, y ganador de la primera y reciente edición del Premio García Márquez, aquí habla sobre su nuevo libro, la relación con su padre y su método de escritura.

30 Agosto 2015

Por Miguel Velárdez

 PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Está en medio de un trabajo de largo aliento. Es una novela extensa que trata sobre la experiencia de aprendizaje de los niños. Es tan larga que, según sus cálculos, podría terminarla a fines del año próximo. Guillermo Martínez escribe todas las mañanas, pero sólo durante cuatro horas y es tan meticuloso en la construcción de sus textos que, casi nunca, supera una carilla de word por día. Se separó de su mujer y, ahora vive en un departamento pequeño, pero con suficiente espacio como para recibir la visita de su hija Julia, de 10 años, y a alguna de sus amigas de la escuela. La nena tiene los ojos celestes del padre y una sonrisa permanente que le resaltan la blancura de los dientes. Ella lee todo el tiempo y también le gusta escribir. En las vacaciones de enero pasado creó un blog sobre moda.

- Hasta ahora lleva cargado más de 200 post (textos)-, presume el padre delante de su hija.

- Entonces, a ella le haré la próxima entrevista -respondo con un guiño cómplice. En el medio, Julia sonríe orgullosa y asiente contenta y entusiasmada como quien disfruta de la atención de los demás.

La noche cae en Buenos Aires en el penúltimo día de julio. El ruido de la lluvia entra por una ventana y la luz de un relámpago le da un aspecto fantasmagórico al living del departamento, ubicado en Colegiales, un barrio apacible y coqueto, considerado uno de los que regala mejor calidad de vida en Buenos Aires. Hay un sofá con tapizado de colores, en un extremo una lámpara de luz tenue, un escritorio con computadora, teclado y mouse y, en la pared, por encima de la pantalla de la computadora pueden verse portarretratos con fotos en blanco y negro.

- Este es mi lugar de trabajo; al menos por ahora -dice Martínez-. Las fotos son de la dueña de casa que me alquila el departamento. Ella es artista y se dedica a la fotografía.

La pequeña Julia vuelve a la habitación donde la espera su amiga del colegio, mientras su padre apaga la computadora. En esa pantalla, que ahora está en negro, el autor trabaja en su nueva novela.

- Son cinco historias entrelazadas; como si fuesen cinco libros en uno solo. Es una novela que tengo en la cabeza desde hace varios años y este es el momento de sentarme a escribirla. Es ahora o nunca. Es la historia de un niño que nace en una secta y hay un psicólogo que diseña unos experimentos para ver cómo se forman algunos conceptos en la mente de los niños. Es un recorrido sobre el tema de la inteligencia artificial.

La escritura siempre estuvo en la vida de Guillermo Martínez. Cuando niño, la familia vivía en Bahía Blanca, y su padre Julio Martínez reunía a los cuatro hijos para practicar un juego muy especial. El hombre se negaba a comprar un televisor para que sus niños no perdieran el tiempo frente a la pantalla; entonces los hacía escribir cuentos. Cada uno de los chicos debía escribir un cuento de una carilla. Como parte del juego, el padre pasaba a máquina los relatos breves en su añeja, ruidosa y eterna Olivetti. Al final, los cuatro participantes recibían chocolates y caramelos.

- No estábamos obligados, pero mi padre sabía cómo incentivarnos para disfrutar el ejercicio de escribir como él también lo disfrutaba escribiendo al lado nuestro. Nos calificaba la ortografía, la originalidad, la redacción, la prolijidad, y la resolución. Era todo un honor que él leyera nuestras cosas entre las suyas.

Tal vez de allí le quedó el método de escribir sólo una carilla por día. Julio Martínez, el padre, también les enseñó a sus hijos a jugar al ajedrez. Eran tiempos en que los cuatro hermanos estaban en la escuela primaria y les compraba libros de ciencia ficción, de policiales y de literatura fantástica. El jefe de la familia había nacido en 1928, estudió Agronomía en La Plata y se llevó a la esposa y a los hijos a vivir en Bahía Blanca. Consiguió empleo nuevo y fundó el primer cineclub. Fue un escritor anónimo, secreto, que una vez se impuso la tarea de escribir un cuento breve por día y después guardó todo en un cajón de escritorio. En 2002, Julio Martínez murió en brazos de una sus hijas, a causa de un enfisema pulmonar que le provocó un paro cardiorrespiratorio. La noticia le llegó a Guillermo cuando estaba en el aeropuerto de Jujuy, donde había llegado para hablar de literatura. De inmediato, tomó un vuelo de regreso a Buenos Aires y luego siguió viaje en micro a Bahía Blanca para llegar a tiempo a sepultar a su padre.

- Es la persona que más quise en el mundo. A él le encantaba que yo me moviera en las matemáticas y en la literatura.

Con las matemáticas, Guillermo Martínez se ganó una beca para llegar a Oxford (Gran Bretaña), donde estudió durante dos años. El escritor es Doctor en Ciencias Matemáticas por la Universidad de Buenos Aires y finalizó el posgrado en Inglaterra. Después recorrió el mundo y se compró su primera casa, mientras seguía escribiendo, aunque lo hacía más por costumbre, como si fuese algo natural en la familia. Sin embargo, en 2003, cambió su vida para siempre. Aquella vez ganó el concurso de la editorial Planeta con la obra Crímenes Imperceptibles. Esa novela fue adaptada al cine con el título Crímenes de Oxford, bajo la dirección de Alex de la Iglesia. Entonces se convirtió en el autor argentino más traducido junto con Julio Cortázar. En aquel momento, Guillermo Martínez resolvió que dedicaría su tiempo a la literatura.

- Puedo hacer hasta seis o siete borradores antes de publicar y siempre difieren uno de otro. A veces, uno siente que la novela avanzó por un camino que no es el más conveniente y debe resolver si es mejor retroceder, esperar o modificar algo más adelante. Los bloqueos, quizás, sirven para encontrar soluciones ingeniosas, aunque durante el proceso me pongo un poco irritable. Desmembrar una pieza puede ayudar a encontrar un giro inesperado que lo transforma en algo mucho más interesante.



La primera vez que recibió un reconocimiento por sus textos era estudiante. Se había organizado un concurso de cuentos, pero debía enfrentarse al desafío de escribir más extenso. Estaba acostumbrado a organizar la historia en una carilla. En aquel tiempo, le parecía imposible superar ese espacio. Incluso le sonaba discriminatorio ese punto del reglamento que exigía seis carillas como mínimo. Sin embargo, lo resolvió uniendo tres o cuatro cuentos en uno solo y ganó el premio.

Uno de los premios más recientes, lo recibió en noviembre del año pasado, cuando ganó el primer certamen del “Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez” con su libro Una felicidad repulsiva. Estaba dictando una clase de literatura en la universidad de Virginia, en Estados Unidos, cuando sonó el teléfono.

- Me dijeron que había cinco finalistas y que debía viajar a Bogotá, Colombia, para asistir a la ceremonia. Tuve que cambiar la agenda de viajes. Recuerdo que fueron días muy tensos hasta que se anunció al ganador.

Su padre había muerto 12 años antes de recibir aquel premio colombiano. Guillermo Martínez lamentó esa ausencia, porque le habría gustado verlo en la ceremonia oficial. Minutos antes de recibir el reconocimiento de manos del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, mientras esperaba el apretón de manos y los fotógrafos disparaban sus flashes, el autor argentino recordó los viejos tiempos de la familia en Bahía Blanca. Guillermo vivió allí hasta 1985, cuando se mudó a la Capital Federal para estudiar Matemáticas, pero nunca postergó el ejercicio de escribir.

Desde Buenos Aires, le enviaba los escritos por correo postal a su padre. El hombre los leía con detenimiento y se los devolvía con comentarios y otros textos de su autoría, como aquellos juegos de la infancia. Ese hombre fue su lector y su primer maestro. Todavía lo recuerda repitiendo una frase que se hizo famosa en la familia: Para educación y salud, siempre va a haber dinero en esta casa.

Con el paso del tiempo, después de la muerte del padre, al revisar sus cajones, hallaron los papeles que guardaba como un tesoro. Había poemas de juventud, más de doscientos cuentos, una obra de teatro, un libreto para cine, tres guiones de historietas, entre otros cientos de papeles con más y más textos. Guillermo resolvió reunir los cuentos en un libro, publicado por editorial Planeta, que se tituló Un mito familiar (2010).

Así fue como el autor famoso, reconocido en el mundo literario, y traducido a más de 40 idiomas, rescató a su padre, el escritor anónimo, secreto, íntimo. Ahora Julia, la nieta de aquel entusiasta de las palabras, sigue el mismo camino. La niña no escribe en una añeja, ruidosa y eterna Olivetti, sino que lo hace en un blog. Ella no guarda los papeles en un cajón. Los tiempos cambiaron y la tecnología ayuda a la difusión. Ella los comparte a través de la web. En la familia Martínez, las palabras se llevan en los genes y el ejercicio de leer y escribir se practica como un juego.

En este libro Una felicidad repulsiva, el último publicado por editorial Planeta y con el que ganó el premio colombiano, el autor bahiense firma una dedicatoria muy especial.

- Para Julia; con la esperanza de que quiera en el futuro leerlos -escribió.

- ¿Julia ya te lee?, pregunto, mientras la niña sigue en su habitación con una amiga de la escuela.

- No. Todavía no. Pero tiene su blog.

© LA GACETA

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