30 Agosto 2015
INVESTIGACIÓN
TIERRA ARRASADA
DARÍO ARANDA
(Sudamericana - Buenos Aires)
Toda minería es “extractivista”; la “megaminería” y la explotación petrolera lo son a mayor escala. Si se flexibiliza el concepto, las papeleras (basadas en plantaciones forestales) y el agronegocio sojero pueden encuadrarse en una lógica económica similar; una a la que gente como Darío Aranda detesta. El libro se enfoca en los conflictos asociados a estas actividades, que típicamente incluyen capitales transnacionales, gobernantes hipócritas o corruptos, y comunidades mayormente rurales y suburbanas que, “invisibilizadas” por la prensa cómplice, pagan los costos ambientales, principalmente en forma de distintos tipos de contaminación.
Los optimistas del tecno-liberalismo chocarán con una advertencia reiterada aunque pertinente: innovaciones muy creativas (transgénicos, fracking) pueden ser vehículo de abusos ejercidos por mayorías y poderes económicos sobre minorías marginales. La izquierda ecologista consecuente apreciará una casuística diversa reducida a una dicotomía simple de usanza ortodoxa: Barrick, Chevron, Monsanto, Alto Paraná, Vale, Alumbrera, Botnia son malísimos; mapuches, qom, kollas, diaguitas, buenos vecinos y chacareros tradicionales conforman una resistencia querible, heroica e inimputable. Quince años atrás, muchos de los ahora creyentes en la década ganada habrían disfrutado este libro; en 2015 se incomodarán: un anecdotario extenso indica que la pretensión de un gobierno independiente de las corporaciones y virtuoso en materia de derechos humanos es una exageración, cuando no una estafa.
Otros lectores interesados en la temática reconocen que el mundo demanda abundantes proteínas, papel, metales y energía; y consideran que para encontrar el complejo balance entre producción y costos socio-ambientales podrían aprovecharse algunas cualidades de las tecnologías de punta, la economía de escala y capitalismo global. Ellos se sentirán frustrados por el reduccionismo ideológico, la renuncia a la objetividad y el desbalance informativo.
© LA GACETA
RICARDO GRAU
TIERRA ARRASADA
DARÍO ARANDA
(Sudamericana - Buenos Aires)
Toda minería es “extractivista”; la “megaminería” y la explotación petrolera lo son a mayor escala. Si se flexibiliza el concepto, las papeleras (basadas en plantaciones forestales) y el agronegocio sojero pueden encuadrarse en una lógica económica similar; una a la que gente como Darío Aranda detesta. El libro se enfoca en los conflictos asociados a estas actividades, que típicamente incluyen capitales transnacionales, gobernantes hipócritas o corruptos, y comunidades mayormente rurales y suburbanas que, “invisibilizadas” por la prensa cómplice, pagan los costos ambientales, principalmente en forma de distintos tipos de contaminación.
Los optimistas del tecno-liberalismo chocarán con una advertencia reiterada aunque pertinente: innovaciones muy creativas (transgénicos, fracking) pueden ser vehículo de abusos ejercidos por mayorías y poderes económicos sobre minorías marginales. La izquierda ecologista consecuente apreciará una casuística diversa reducida a una dicotomía simple de usanza ortodoxa: Barrick, Chevron, Monsanto, Alto Paraná, Vale, Alumbrera, Botnia son malísimos; mapuches, qom, kollas, diaguitas, buenos vecinos y chacareros tradicionales conforman una resistencia querible, heroica e inimputable. Quince años atrás, muchos de los ahora creyentes en la década ganada habrían disfrutado este libro; en 2015 se incomodarán: un anecdotario extenso indica que la pretensión de un gobierno independiente de las corporaciones y virtuoso en materia de derechos humanos es una exageración, cuando no una estafa.
Otros lectores interesados en la temática reconocen que el mundo demanda abundantes proteínas, papel, metales y energía; y consideran que para encontrar el complejo balance entre producción y costos socio-ambientales podrían aprovecharse algunas cualidades de las tecnologías de punta, la economía de escala y capitalismo global. Ellos se sentirán frustrados por el reduccionismo ideológico, la renuncia a la objetividad y el desbalance informativo.
© LA GACETA
RICARDO GRAU
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