Nadie tiene derecho a sonreír
Resulta imposible no comparar el resultado -aún provisorio- del domingo con el veredicto de las urnas de hace dos semanas. Lo primero que salta a la vista es que una y otra elección fueron totalmente diferentes, pero tuvieron el mismo desenlace: el alperovichismo sonriente. La oposición, en uno y en otro domingo, probó con dos estrategias disímiles, pero obtuvo, con otros matices y variables, idéntico resultado: la derrota. Entonces, vale preguntarse si la victoria de la Casa de Gobierno en las PASO y en las provinciales -aún en discusión- obedece más a méritos oficialistas que a errores de sus contrincantes. O viceversa.

Nadie puede discutir que el radical José Cano y el peronista Domingo Amaya hicieron todo lo que tenían a su alcance para erradicar todo vestigio de José Alperovich del Palacio Gubernamental. Pero no lo lograron, aparentemente. Y si el conteo definitivo confirma el provisorio, se habrán convertido en los dos grandes perdedores del año electoral. Hasta principios de año, Cano y Amaya no tenían más diálogo que algunas charlas ocasionales compartidas a través de una organización de capacitación política. En común sólo tenían la aspiración de gobernar la provincia; sin embargo se presumieron, se comprometieron como en aquellos matrimonios pactados por las familias y avanzaron de la mano. Los dos principales referentes opositores tucumanos hicieron todo, pero absolutamente todo, lo que sus colaboradores les pedían. No obstante, ellos acabaron por ser los únicos infelices tras el bochornoso último test electoral. Hoy, aparentemente, se quedaron con las manos vacías.

Quizá por eso Amaya haya estado ayer en su despacho de la Municipalidad menos verborrágico que de costumbre. Quizá por eso Cano haya optado ayer por un abrupto silencio, pese a la eléctrica postura política que lo caracteriza. Ayer, un día después de la provisoria derrota electoral, se mostraron juntos. Una de las últimas imágenes públicas de ambos los muestra solos, junto a Germán Alfaro, en los fríos pasillos del Correo Argentino durante la madrugada del lunes. ¿Funcionó la alianza formada? ¿Ganó el radicalismo? ¿Perdió el canismo? ¿Triunfó el alfarismo? ¿Se estrelló el amayismo? Un sondeo ligero muestra que la UCR, a costa de Cano, se revitalizó. Será gobierno en Concepción y en Yerba Buena y duplicó el número de bancas legislativas: de cuatro, pasará a nueve (tres por el Oeste, cinco por Capital y uno por el Este) si es que Silvia Elías de Pérez no renuncia para continuar en el Senado de la Nación. Pero perdió Simoca y una chance inigualable de reimprimir ese sello partidario en la Municipalidad de la Capital. De igual manera, un repaso somero constata que, a costa de Amaya, un sector del peronismo refractario al alperovichismo recuperó ímpetu: son al menos cuatro los escaños de dirigentes justicialistas, contra los dos actuales. Amaya podría haber sido postulante en las PASO del 9 de agosto a diputado o senador, o hasta completar la fórmula del alperovichismo. No hizo nada de eso por no librar a su suerte a los dirigentes que lo rodean, muchos de ellos enemistados con el alperovichismo más duro.

Si el escrutinio definitivo no modifica el estado de situación, Cano y Amaya enfrentan el desafío de evitar que la conducción que ostentan en sus respectivos espacios cambie de manos. El intendente puede apostar a convertirse en la figura del peronismo opositor a Manzur, pero esa posición crítica puede acarrearle problemas a su sucesor, o al menos incomodar a Alfaro en la relación institucional y financiera que este deberá sostener con la Casa de Gobierno. El diputado enfrenta desde hace semanas cuestionamientos internos en el partido por su conducción unipersonal y, se sabe, los radicales no tienen pruritos en desconocer a sus líderes ante cualquier eventualidad. La contracara de Cano y de Amaya acabaron siendo sus principales aliados: Elías de Pérez y Alfaro, los grandes ganadores del último domingo. La radical puede retener la banca en el Senado en octubre y lideró, por lejos, el acople más votado de la Capital. En tanto el peronista, que no tenía cabida en el alperovichismo, fue volteando rivales y forjando la alianza con el radicalismo para meterse en el electorado de clase media e independiente, lo que le permitió heredar la Intendencia.

El bochorno

Esta vez Manzur sonríe a medias. Probablemente se convertirá en el sucesor de Alperovich, pero su eventual triunfo será recordado por las urnas incineradas, por el escandaloso clientelismo que desplegó el oficialismo para captar votantes y por los miles de tucumanos que salieron a las calles a repudiar esos métodos y fueron apaleados en la plaza Independencia.

Los rostros de preocupación en la noche del domingo fueron la confirmación de que, la elección del 9, no tuvo nada que ver con la del 23. Principalmente en el distrito electoral de San Miguel de Tucumán. En la Capital, Alperovich triunfó hace dos semanas, pero Manzur perdió por casi 20 puntos hace dos días, según el escrutinio provisorio inconcluso. En su entorno admiten que el vicegobernador quedó dolido con los referentes territoriales de esa sección. Siente el ex ministro de Salud de la Nación que los acoples más importantes de la capital priorizaron su futuro legislativo antes que la fórmula gubernamental y la postulación de su hijo pródigo, Pablo Yedlin. Hay un detalle que pasó casi inadvertido en la muchedumbre del domingo en el primer piso de la Casa de Gobierno: casi no hubo referentes alperovichistas de la Capital, y los que aparecieron se fueron rápidamente.

La victoria de Manzur, de confirmarse, debería ser la última obtenida mediante un sistema electoral viciado, que fomenta la cartelización de la política y que asusta a los ciudadanos independientes. El domingo no hubo un acto cívico transparente ni mucho menos honesto y democrático. Hubo, en su lugar, una kermés repleta de puestitos de dirigentes desocupados, usados por poderosos que se timbearon su futuro. Esta vez le tocó sonreir a Manzur. Pero a medias, y ¿por cuánto tiempo?

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