En Famaillá hubo choferes que se alquilaron hasta a tres candidatos

En Famaillá hubo choferes que se alquilaron hasta a tres candidatos

Por la mañana, la ciudad de los mellizos Orellana parecía un pueblo fantasma salvo por un detalle: la gran movilización de autos.

UNO DE LOS MELLIZOS. José Orellana conversa con correligionarios en la puerta de su sede partidista. la gaceta / fotos de josé nazaro UNO DE LOS MELLIZOS. José Orellana conversa con correligionarios en la puerta de su sede partidista. la gaceta / fotos de josé nazaro
Veredas desiertas, persianas bajas, bares abiertos pero con mesas vacías. Ayer, a las 8.30, Famaillá parecía un pueblo fantasma. Salvo por un detalle: los miles de autos y hasta colectivos identificados con los rostros y con los nombres de distintos candidatos iban y venían por las calles. No es arriesgado decir que el 90% de los conductores que manejaban a esa hora estaban trabajando para algún político.

Es que la ciudad se encontraba dividida: el oficialismo que no responde a José y Enrique Orellana (apoyado por La Cámpora) aspiraba a llegar a la Intendencia que desde hace años ocupan los “Mellizos”. El mejor ejemplo de esta polarización aparecía en la zona céntrica: había un promedio de una sede de acople por cuadra y, en algunos casos, más.

La magnitud de la movilización se manifestó en la esquina de Mitre y Sarmiento, frente a la plaza principal. Desde las 8, y a lo largo de toda la mañana, allí se produjo un embotellamiento que disparó una paradoja: a pesar de ser domingo, era tan intenso que los agentes a las órdenes del comisario Roque González lograban a duras penas hacer avanzar los vehículos, pero de a ratos ¿La causa? Allí se levanta la Escuela Secundaria Famaillá.

En el interior de esa institución casi no se podía caminar. Las colas que se habían formado frente a las 14 mesas eran tan largas que viboreaban por el patio techado y la impaciencia de los votantes amontonados crecía de manera proporcional a la espera que había que hacer para sufragar. Cerca de las 11 era necesario aguardar alrededor de una hora para meter el voto en la urna.

Mariela Cecilia Costilla, veedora de la Junta Electoral Provincial en esa escuela, explicó que al entrar al cuarto oscuro los electores se encontraban con más de 160 boletas. En este contexto, las demoras se volvieron casi lógicas.

Dirigentes de distintos espacios coincidieron en que el poder de movilización iba a ser determinante para definir al próximo intendente. De hecho, la demanda de autos para trasladar votantes fue tan grande durante estos últimos días que algunos choferes se comprometieron con más de un candidato. “Hubo algunos que se hicieron contratar por dos o tres candidatos”, renegó un dirigente oficialista. En promedio, se pagó entre $ 1.000 y $ 1.300 por auto. Patricia Lizárraga (esposa del mellizo Enrique y acoplada a la lista de Juan Manzur y Osvaldo Jaldo) y Alcides Salomón, del FpV y aliado de La Cámpora, eran los candidatos con más posibilidades de ganar.

El saludo del mellizo

“Hola, líder”, repetía José Orellana mientras daba besos a diestra y siniestra. Estaba en la puerta del local en el que funciona la sede de su espacio político, a dos cuadras de la plaza principal. Abrigado con una campera de cuero marrón y equipado con un celular blanco conectado a una batería portátil daba órdenes, saludaba a vecinos y respondía llamadas, casi todo al mismo tiempo. Adentro del local, lleno de mesas cubiertas por boletas, Enrique organizaba la logística. Se percibía optimismo, pero también se escuchaban algunas quejas, principalmente por el apoyo que le brindó el Gobierno provincial a Salomón.

En la sede de este último candidato había menos movimiento, pero también se percibía esperanza. “La gente de Famaillá va a elegir a aquellos que fueron coherentes. Por eso creo que el Frente para la Victoria va a ganar en todas las categorías”, argumentó Salomón, en clara referencia al paso de los Orellana por el massismo.

Cerca del mediodía el pueblo empezó a sacudirse la modorra: aparecieron los “parripollos” de aromas tentadores y las ferias de ropa en las veredas. Delia Cabrera había hecho valer sus 85 años para no esperar en las colas eternas de la Escuela Secundaria. “No tengo obligación de votar, pero lo voy a seguir haciendo mientras pueda. Acompañé a los mellizos desde el principio; José y Enrique son muy cercanos a la gente, pero creo que ahora se viene un cambio”, pronosticó esta madre de seis hijos y abuela de nietos “incontables”. Ya había votado y descansaba al sol en la plaza principal.

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