Chicos y libros en la era de las pantallas

Chicos y libros en la era de las pantallas

El día del niño nos ofrece una buena oportunidad para analizar una faceta clave para el desarrollo y el futuro de nuestros chicos. 15 miradas de escritores, docentes, periodistas, críticos, libreros, editores y especialistas en literatura infantil y en promoción de la lectura nos ayudan a pensar cómo -y por qué- debemos conectarlos con la lectura

16 Agosto 2015

Herramientas interiores

Por Marcos Rosenzvaig

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

Las penas del mundo desaparecen en los artificios de una historia infantil. Kafka se encuentra con una niña en una plaza. La niña llora porque ha perdido una muñeca. Él dice que no se perdió, sólo que se fue de viaje. Lo sabe porque recibió una carta de ella contándole las travesuras del traslado. La niña no le cree pero Kafka promete llevarle la carta al día siguiente. Llega a su casa y la escribe y continúa escribiendo cartas de la muñeca durante tres semanas. Todos los días encuentra a la niña en la plaza y se las lee. Hacia el final, la muñeca le cuenta que ella se casó y que vive con su marido. La niña ya no sufre con la despedida de la muñeca, y la razón es que la historia sigue su curso y la realidad deja de existir.

Gestada desde la niñez, la relación con la lectura constituye, junto con los libros leídos, buena parte de la identidad de una persona, a la vez que una búsqueda interminable en esos archivos de la memoria. Mi padre nos contaba a mi hermano y a mí cuentos que él inventaba todas las noches. Esos cuentos son los que aún me habitan. Imposible olvidarlos porque los tres estábamos posesionados por el relato y por el hechizo que mi padre producía en nosotros al contarlo. Al niño no se le explica, se lo hechiza, pero para hacerlo se hace necesario que nosotros, los hombres, no hayamos perdido la capacidad de soñar con un elefante verde o con una varita que crea caballos y una elegante carroza para transformar a una niña humilde en una doncella dorada, aunque más no sea hasta las doce de la noche.

El caso inverso de la mirada de la lectura infantil es la película israelí “La institutriz”. Allí hay un niño que dice bellos poemas. Le llegan a él, no se sabe cómo, tampoco hay una explicación, son sonidos y palabras que viajan y que se estacionan en su alma como si fuese un mero receptor y enunciador de la belleza de la forma. El mundo adulto busca una explicación y reduce la poesía a la esclavitud de la realidad política, a las miserias humanas, un insensato intento de llegar al nombre de Dios. Los niños leen para salvarse. Ellos lo ignoran pero mientras lo hacen están construyendo herramientas interiores para “defenderse de las ofensas de la vida”, como pensaba Cesare Pavese, e incluso para luchar en pos de una humanidad distinta.

(C) LA GACETA
Marcos Rosenzvaig - Dramaturgo y novelista.

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Redescubrir lo leído

Por Willy Bouillon

Para LA GACETA - BUENOS AIRES


Reflotemos conceptos antiguos, pero no carentes de verdad: la atracción por la lectura, en la infancia, deriva de un temprano contacto con los libros. O sea que sólo se puede leer si hay qué leer. Para que se concrete la lectura hay que avanzar en ese aspecto formal que integran los tres componentes de un texto: comienzo, desarrollo y final. Un niño cumple con ese ritual por lo mismo que mueve a un adulto a hacerlo: el interés en lo que lee. Interés, claro, vinculado con su edad. Pero antes de la irrupción del libro está el relato oral a cargo de una persona mayor. Desempeño básico clave. Ese primer “agente inductor” tendrá la función de narrarle un cuento capaz de entusiasmar al niño, estimulando imágenes y expectativas. La transmisión verbal fue el inicio de la literatura, porque precedió a la creación del libro. Cuando el pequeño lector accede a él y descubre que lo que le relataban antes de dormir está en un objeto que puede recorrer por sí mismo, se convierte en un explorador del universo. Como dijimos, hemos reiterado ideas tradicionales sobre el tema, una forma de ponerle insistencia a lo valioso, que hoy languidece frente a la hipnosis tecnológica. Los niños actuales prefieren jugar con la tablet o la play. Pueden suspender la lectura para dedicarse a un juego electrónico; resulta cada vez más raro que ocurra lo opuesto. “Un niño lector es un potencial hombre que se desarrollará atento a la condición humana y sensible a la belleza”, señala Albert Camus.

(c) LA GACETA
Willy G. Bouillon - Periodista y escritor.

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Una competencia desigual

Por Juan José Fernández

Para LA GACETA - CÓRDOBA


La mitad de los adolescentes argentinos no comprende el significado de un texto. Esta es la primera alarma que los adultos debemos atender si nos preocupa el futuro. Para que los chicos lleguen a la adolescencia con cierto capital generado por la gimnasia lectora debemos plantearnos posibles caminos para inducirlos en esa práctica en una era con una competencia inédita por la atención.

Nunca, como ahora, el cerebro humano estuvo bombardeado por una multiplicidad tan extraordinaria de estímulos. ¿Cómo podemos convencer a un adolescente que se sumerja durante media hora en la historia de un libro y que deje de lado, en ese lapso, los mensajes de sus grupos de whatsapp, el chequeo de su página de Facebook, las novedades de su cuenta de Twitter, las nuevas fotos subidas por sus amigos a Instagram, la última entrega de su youtuber favorito, el capítulo estreno de su serie de Netflix o la transmisión en directo del show de una estrella musical? Demasiados canales y dispositivos con infinitos contenidos pujan entre sí para retener nuestra mirada segundo a segundo. Una lógica de un un mercado sobreofertado que reduce la tolerancia a un grado mínimo. Por eso, si queremos que los adolescentes del mañana lean, hay que despertarles el interés por los libros en la infancia.

El desafío pasa por mostrarles cómo los libros pueden ayudarnos a comprender mejor al mundo y a movernos con más soltura dentro de él, la manera en que las ficciones nos preparan para situaciones complejas y nos ayudan a procesar nuestras emociones, las ventajas competitivas que tiene quien puede expresarse de manera más amplia, el placer que sentimos cuando la imaginación se despliega, las profundidades que podemos alcanzar si salimos de las distracciones superficiales que nos acosan, la forma en que se enriquece nuestro cerebro con el entrenamiento neurológico que implica la lectura. Y esos beneficios, como el movimiento, se demuestran andando. Leyéndoles primero, exhibiendo las transformaciones que la lectura produjo en nosotros, acompañándolos en sus primeras incursiones.

(c) LA GACETA
Juan José Fernández - Crítico literario y cinematográfico.


Ejemplos como enseñanza

Por Jorge Estrella

Para LA GACETA - TUCUMÁN


Como padre he sido testigo de la siguiente experiencia con mi hijo mayor, de sólo tres años en ese momento. Mientras tecleaba mi vieja máquina de escribir, el niño jugaba sobre la alfombra con sus autitos y los pequeños sonidos que producía eran para mí una estimulante compañía. Aunque ambos estábamos atentos a asuntos distintos, un vínculo de afectos nos unía y ocasionalmente deteníamos nuestras tareas para expresarnos cariño y atención. En uno de esos momentos, él se acercó a mi escritorio y estuvo allí silencioso mientras yo escribía un texto en la máquina. Lo sabía atento, cercano, pero seguí con mi trabajo. Hasta que él me tocó en el hombre y hubo el siguiente diálogo:

-Papá, ya sé cómo hacés para escribir en tu máquina.

-¿Sí? –le contesté.

-Mirá, cuando apretás una tecla salta un palito. Ese palito tiene una letra con pintura en la punta.

-Ajá.

-Pega fuerte en el papel y deja la marca pintada de la letra. Luego apretás otra tecla, que tiene otro palito con otra letra pintada. Y con varias letras armás palabras. Y con varias palabras contás una historia.

Quedé asombrado por la penetración que había en su descripción. Una oleada de admiración y cariño me hizo abrazarlo fuerte un largo rato. Él no parecía entender y menos imaginarse que su descripción implicaba el conocimiento básico de la escritura y la lectura. Le pedí que buscara una caja de fósforos en la cocina, con ellos formé sobre el suelo el dibujo de una vocal y dos consonantes. Las aprendió rápidamente y pudo en seguida formar con esas letras las palabras ‘mamá’ y ‘papá’.

Saco dos conclusiones muy simples de esta historia real. La primera es que el comportamiento de los mayores con que convive el niño se convierte fácilmente en ejemplo: los niños hacen más lo que ven hacer que lo que les decimos que hagan. Por otro lado el hacer mismo (leer, escribir, dibujar, por ejemplo) se afianza y crece con su propia realización.

La moraleja es simple: si queremos que nuestros niños lean, hagámoslo nosotros mismos, leámosles relatos, apoyemos ese disfrute que viene de la ficción literaria, estimulemos su ejercicio. La cosa de fondo, claro, es si efectivamente nuestra cultura está interesada en que nuestros niños lean.

(C) LA GACETA
Jorge Estrella - Filósofo y escritor.

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