La historia que queremos escuchar

La historia que queremos escuchar

Mucha literatura pensada y escrita para los pequeños sufrirá el desinterés de sus presuntos destinatarios; tal vez sea eso lo que empuje la visión comercial de los editores, y pergeñen adaptaciones de clásicos que habían sido escritos con otro fin

La historia que queremos escuchar
09 Agosto 2015

Por Rogelio Ramos Signes - Para LA GACETA - Tucumán

Debo decirlo de entrada. No tengo respuesta a esta pregunta: ¿Por qué algunos libros que no estaban pensados para niños, fueron considerados a lo largo de la historia como literatura infantil?

Hay muchos. Pensemos en la sucesión de cuentos anónimos de Las mil y una noches, o en algunas de sus partes (el árbol que canta, el pájaro que habla, Aladino; Alí Babá, el agua de oro, el caballo encantado), o en Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, despiadada sátira de la sociedad inglesa del siglo XVIII, que apunta sus dardos a los desvaríos de la condición humana.

Si bien la literatura infantil es para mí una presunción, no siempre bien resuelta (¿cómo podemos saber de antemano qué es aquello que habrá de interesarle a los niños?), también lo es la adaptación infantil de algunos clásicos universales; incluyendo a Alicia en el País de las Maravillas, por supuesto.

Tal vez tendríamos que diferenciar los textos para ser leídos por niños, de los textos que los adultos leerán a esos niños. La lectura que le hace el adulto a los pequeños aún no alfabetizados, suele estar cargada de sus apreciaciones personales, por lo general para despertarles interés. Entonces abundarán las explicaciones, las reiteraciones y el entusiasmo que se ponga en esa tarea; todo acentuado por lo gestual. Los textos que leerán los pequeños por sí mismos son muy diferentes; desde la extensión de las narraciones hasta la simpleza de las historias, pasando por gran cantidad de ilustraciones, generalmente en llamativos colores, que de alguna manera completarán la idea original. Aquí el pequeño lector deberá valerse por sí mismo, a partir de los elementos que el libro le proponga. Tengamos en cuenta que en el adulto que le lee a un niño, hay un niño agazapado que quiere que le cuenten la historia que él está leyendo.

Mucha literatura pensada y escrita para los pequeños sufrirá el desinterés de sus presuntos destinatarios; tal vez sea eso lo que empuje la visión comercial de los editores, y pergeñen adaptaciones de clásicos que habían sido escritos con otro fin.

A esta altura de lo dicho, y de la pregunta inicial no respondida, tal vez debamos hacernos otras preguntas. ¿Los relatos, a veces inventados y a veces compilados por Anderson o los hermanos Grimm, fueron puestos en palabras para ser leídos o para ser escuchados? ¿Qué marca la apropiación de un texto, desde el punto de vista del lector: lo que ve o lo que escucha? ¿Puede ser considerado por igual un texto ya sea para alguien que recién está alfabetizándose como para un niño a punto de ingresar a la adolescencia?

Mientras tanto, Pinocho (de Collodi), Matilda (de Roald Dahl), Momo (de Michael Ende), las Crónicas de Narnia, Dumbo y algunas adaptaciones de leyendas bíblicas, aguardan en el mismo anaquel su momento para entrar en juego.

© LA GACETA

Rogelio Ramos Signes - Novelista, cuentista y poeta.

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