Por Carlos Páez de la Torre H
06 Agosto 2015
JULIO ARGENTINO ROCA. Una fotografía de la época en que estuvo destacado en Tucumán, con el regimiento 7° de línea. LA GACETA / ARCHIVO
En 1870, el comandante Julio Argentino Roca (1843-1914), al frente del regimiento 7° de línea, estuvo un año y medio destacado en su provincia natal de Tucumán. Lo había enviado el presidente Domingo Faustino Sarmiento, para que su presencia neutralizara la actividad de los mitristas santiagueños Taboada en la región.
El 12 de marzo, estando Roca en Catamarca, en gira con el gobernador, estalló un motín en el regimiento, lo que lo obligó a regresar a toda prisa. Aunque el intento ya había sido sofocado, Roca tuvo un gesto teatral. Entró al galope al cuartel, mandó sacar del calabozo a los amotinados y devolverles las armas, y llamó a formación. Ante la tropa, recriminó ásperamente el motín y los desafió a que lo mataran, puesto que lo tenían al frente. Todo terminó con estrepitosas vivas al jefe.
En carta a su hermano Ataliva, narraba Roca el “disgusto y pesar” que le aparejó el suceso. A su juicio, la culpa final era del Gobierno. Este creía que bastaba ordenar que se forme un batallón, para que “como por encanto se forme, y tenga la disciplina y el espíritu de los cuerpos veteranos, en quienes las campañas, las tradiciones gloriosas, las fatigas y los sufrimientos comunes, forman una personalidad colectiva que tiene orgullo de su existencia”.
Los suyos estaban mal uniformados, impagos y acuartelados en un corralón, “y así han de querer exigir de un cuerpo moralidad y ejemplar conducta”. Pensaba que al 7° debían “tratarlo como a una dama”, porque “está garantizando la paz y la tranquilidad en todo el norte de la república”. En fin, deploraba que “los bandidos Taboada, los verdaderos autores del motín del 7°”, hayan logrado “hacerme gustar hiel”.
El 12 de marzo, estando Roca en Catamarca, en gira con el gobernador, estalló un motín en el regimiento, lo que lo obligó a regresar a toda prisa. Aunque el intento ya había sido sofocado, Roca tuvo un gesto teatral. Entró al galope al cuartel, mandó sacar del calabozo a los amotinados y devolverles las armas, y llamó a formación. Ante la tropa, recriminó ásperamente el motín y los desafió a que lo mataran, puesto que lo tenían al frente. Todo terminó con estrepitosas vivas al jefe.
En carta a su hermano Ataliva, narraba Roca el “disgusto y pesar” que le aparejó el suceso. A su juicio, la culpa final era del Gobierno. Este creía que bastaba ordenar que se forme un batallón, para que “como por encanto se forme, y tenga la disciplina y el espíritu de los cuerpos veteranos, en quienes las campañas, las tradiciones gloriosas, las fatigas y los sufrimientos comunes, forman una personalidad colectiva que tiene orgullo de su existencia”.
Los suyos estaban mal uniformados, impagos y acuartelados en un corralón, “y así han de querer exigir de un cuerpo moralidad y ejemplar conducta”. Pensaba que al 7° debían “tratarlo como a una dama”, porque “está garantizando la paz y la tranquilidad en todo el norte de la república”. En fin, deploraba que “los bandidos Taboada, los verdaderos autores del motín del 7°”, hayan logrado “hacerme gustar hiel”.
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