Un duende del arte y la bohemia

Un duende del arte y la bohemia

La vidala respira sentimientos. “Aquí estoy porque hei venido, porque hei venido aquí estoy, cantando alegre no hay que llorar… mové chinita, mové tu pollera cómo sabías moverla cuando eras linda y soltera… En la Rioja tengo penas, en Catamarca, ilusión…” La harina le carnavalea las cejas. Quirquincheros. Domadores. Gauchos. Campesinos moliendo algarroba, patay… brincan en sus pupilas. En Aimogasta, ese pueblo sin luz en los ‘40, los miedos, las leyendas, los duendes le erizan el alma changuita.

En el vino conversador, bailan recuerdos, imágenes, colores, atmósferas: “La temática era naturalista o folclórica, con músicos ambulantes, con triángulos, con tambores, con acordeón, payadores de a caballo, todo aquello que La Rioja fue perdiendo, pero quedan resabios, por suerte. Luego trato de incursionar en el cubismo, geometrizar la forma, lo cromático más calculado, con un cierto ordenamiento, algunos dicen que el orden es la belleza, puede ser, y entro en un mundo donde comienzo a abstractizar”.

La brújula de la bohemia trae sus sueños pictóricos a Tucumán, donde Pompeyo Audivert le abre las ventanas del grabado: “En esa época hice una serie, tanto en dibujo como en grabado, sobre los misterios de la noche: el alma mula, la Pachamama, la viuda, seres que más que dar terror, conmocionan, porque el monstruo lo lleva uno adentro, no está afuera. Esa época de amor y odio a Tucumán, fue fundamental en mi formación y he tocado ciertas teclas de autenticidad…” En el Conservatorio del Libro de Barcelona, se zambulle en la litografía y en la Real Academia de San Fernando de Madrid, en el grabado calcográfico.

Los caminos se bifurcan en sus dedos. Pinturas, grabados, litografías recorren salones de Ibiza, Barcelona, Valencia, Madrid, Toledo, Vigo, La Paz, Oruro, Santa Cruz de la Sierra, Acapulco, Puebla, Distrito Federal de México, París, Damasco, San Francisco (EE.UU.), Buenos Aires y varias ciudades argentinas. Su obsesión creadora no sabe de treguas. Produce hasta en el insomnio. El canto se le hace agua en el repiqueteo de la caja: “Es un canto melancólico que algunos confunden con tristeza. Lo que se llama vidala, que viene del yaraví, es una música profunda, se va alivianando y se convierte en vidalita chayera. Porque chaya significa bendición en quichua… Todo eso me influenció, cantaba con ellos en los pueblos, siempre tuve contacto con los músicos”.

Los bodegones lo abrazan. Los amigos le abrochan la risa del bienbec en el corazón. La Rioja natal silba en sus poros. El domingo 2 de agosto, seres mitológicos se han escapado de la salamanca para rezarle: “Tomate este ramo de albahaca, tomalo y no me olvidés, ya me voy lejos, muy lejos, palomita, adiós… Los cerros están de luto, llorando está el manantial… ya me voy lejos, muy lejos, palomita, adiós… Tomate este ramo de albahaca, yo te lo doy al partir, ya me voy lejos, muy lejos, palomita, adiós…” Los ojos de 80 años se han apagado. Quizás el buril de Pedro “El Macho” Molina andará ya grabando la vidala de su vida en la eternidad.

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