Roca y Pellegrini rompen la yunta imbatible

Roca y Pellegrini rompen la yunta imbatible

Después de haber manejado durante 20 años la política argentina, en 1901 los dos líderes se distanciaron para siempre y pasaron a ser adversarios.

Carlos Pellegrini (izquierda): Un hombre acostumbrado a atropellar los obstáculos. Julio Argentino Roca (derecha): Nunca obraba sin meditar con cuidado en las consecuencias. Carlos Pellegrini (izquierda): Un hombre acostumbrado a atropellar los obstáculos. Julio Argentino Roca (derecha): Nunca obraba sin meditar con cuidado en las consecuencias.
Winston Churchill, en las agudas páginas biográficas que dedica a Lord Asquith, apunta que el célebre “premier” británico tenía, para los negocios políticos, “ese lado insensible sin el cual no pueden manejarse los grandes asuntos”. Consideraba, como Gladstone, que ser “un buen carnicero” era fundamental. Por eso, aunque “leal siempre con sus colegas, nunca vaciló, si el tiempo y la necesidad lo requerían, en prescindir de ellos, de una vez y para siempre”. Esto porque, pensaba, “¿de qué otro modo puede gobernarse un Estado?”.


CUATRO PRESIDENTES. Desde la izquierda, los ex presidentes José Evaristo Uriburu y Bartolomé Mitre; el almirante Jorge Montt; el presidente Julio Argentino Roca; el embajador Carlos Concha Subercaseaux, Luis María Drago y el ex presidente Pellegrini. 

Mirando la historia argentina de fines del siglo XIX y comienzos del XX, puede apreciarse que el presidente Julio Argentino Roca, a la hora de la verdad, aplicaba sin misericordia aquel principio de Gladstone. Al tucumano no le temblaba el pulso si había que optar entre la conveniencia política y la amistad. La ruptura de su largo y fructífero consorcio con Carlos Pellegrini, fue simbólica de ese estilo. Lo que sigue, es la historia.

La guerra y la política

Carlos Pellegrini (1846-1906) y Julio Argentino Roca (1843-1914) deben haberse conocido luchando en la guerra del Paraguay. En esa contienda actuó Pellegrini, primero como alférez y luego como capitán, interrumpiendo sus estudios de abogado. De su lado, Roca ya estaba metido de lleno en la carrera militar: la guerra le significó condecoraciones y el ascenso a sargento mayor.

Poco a poco los fue acercando la política. Pellegrini militaba en el Partido Autonomista Nacional, y por lo tanto sostuvo al electo presidente Nicolás Avellaneda contra los revolucionarios de 1874, a cuya facción principal Roca derrotó en la batalla de Santa Rosa.

Seis años después, en 1880, al estallar la revolución porteñista contra Avellaneda y contra la elección de Roca, el doctor Pellegrini sucedió a este último en la cartera de Guerra. Su decisión y su energía resultaron fundamentales para sofocar el movimiento.

“Yunta imbatible”

El haber pujado juntos en tan graves sucesos, fortaleció la relación entre Roca y Pellegrini. Nunca llegaron a ser íntimos amigos: en realidad, hasta son muy contadas las fotografías en que aparecen juntos. Pero cada uno sabía lo que valía el otro y estaba seguro de que podían confiar mutuamente a la hora de encarar asuntos delicados.

Eran muy distintos. Pellegrini era un porteñazo, de gustos aristocráticos, corajudo y capaz de atropellar cualquier obstáculo. En carta a José Posse de 1880, Roca comentaba el “atropellamiento irreflexivo de Pellegrini”.

En cuanto al tucumano, jamás obraba sin calcular fríamente las consecuencias. Desplegaba una impar astucia para manejar hombres y situaciones: la vida militar mucho le había enseñado en ese terreno. Pero, como decía Miguel Cané, “cuando Roca se asusta, no tiene miedo a nada”.

Para Félix Luna, podría decirse que la relación Roca-Pellegrini fue “un matrimonio de conveniencia” y, juntos, constituyeron “una yunta imbatible”.

El Noventa

Por propia gravitación, los dos pasaron a ejercer la jefatura del Partido Autonomista Nacional, que manejó la vida política del país desde 1880 en adelante.

En 1885, durante su primera presidencia, Roca confió a Pellegrini la cartera de Guerra y Marina de su gabinete. Fue Pellegrini quien impidió, con su decisión y su fuerza hercúlea, que Ignacio Monge (el hombre que agredió con una piedra a Roca el 10 de mayo de 1886, cuando ingresaba al Congreso con su comitiva), repitiera su ataque, que hubiera sido mortal.

Cuando asumió la presidencia el doctor Miguel Juárez Celman, concuñado de Roca, en 1888, Pellegrini lo acompañó como vice. Pronto, Juárez Celman quiso sacarse de encima a su pariente y tutor, y Pellegrini se alineó junto a Roca para neutralizarlo. Al ocurrir la revolución de 1890, ambos se les arreglaron para que los efectos del golpe se limitaran al desplazamiento del primer magistrado.

Presidente y después

Producido ese resultado, Pellegrini asumió el gobierno fuertemente apoyado por Roca, quien se desempeñó varios meses como ministro del Interior.

En 1891, tras el pacto entre el general Bartolomé Mitre y Roca, el Partido Autonomista Nacional pasó a llamarse Partido Nacional. Al año siguiente, Roca y Pellegrini lograron sofocar en la cuna la candidatura presidencial de Roque Sáenz Peña. Lo hicieron sacando de la galera la nominación de su padre, Luis Sáenz Peña. A cargo del trámite, ejecutado vía Mitre, estuvo Pellegrini.

El caótico mandato de don Luis debió afrontar la revolución radical de 1893, cuyos focos incendiaron varias regiones del país. Roca y Pellegrini sostuvieron con decisión al gobierno: el primero al mando del I Cuerpo de Ejército, y el segundo –senador nacional desde 1892- acompañando al general Francisco M. Bosch a reprimir el alzamiento en Tucumán y en Rosario.

El presidente Luis Sáenz Peña renunció y su vice José Evaristo Uriburu, hombre fiel al Partido Nacional, completaría el período. Roca presidía el Senado y en ese carácter desempeñó por más de tres meses la primera magistratura.

Algunos síntomas

En 1897, al lanzar el Partido Nacional la candidatura de Roca para un segundo período, fue Carlos Pellegrini su promotor más apasionado y entusiasta. El tucumano asumió en 1898. No parecía haber una sola nube en esa relación, donde cada uno cumplía a conciencia su papel. La “máquina” del autonomismo funcionaba con la precisión de un reloj. Nadie podría avizorar la próxima ruptura.

Según el doctor Tomás J. Vallée (sobrino nieto de Pellegrini y poseedor de su archivo personal), al comenzar la segunda presidencia Roca, muchos amigos de Pellegrini notaron que el nuevo gobierno los ignoraba. Uno de ellos se lo reclamó a Roca, afirmando que hasta Pellegrini había percibido esa actitud. “¿Cómo puede decir eso el doctor Pellegrini, si me tiene a mí, su mejor amigo, en la presidencia?”, habría sido la respuesta del tucumano. ¿Se trataba acaso de recelo hacia quien veía como su posible sucesor?

Sea como fuere, las cosas quedaron ahí.

El arreglo de la deuda

Pellegrini regresó de Europa en 1899 y se incorporó a su banca de senador. Ya tenía problemas de salud y, buscando aliviarlos, realizó al año siguiente un nuevo viaje al exterior. Estaba en París, cuando el presidente Roca le encargó que buscara la manera de unificar la deuda externa argentina.

Pellegrini aceptó, se prodigó en interminables reuniones de banqueros y, en marzo de 1901, de vuelta a Buenos Aires, entregó a Roca las bases que había convenido “ad referendum” con los acreedores. El presidente las aprobó y las presentó al Congreso.

Pero la oposición, desde meses atrás y aun antes de conocerla, combatía la propuesta con furor. A juicio de Paul Groussac, era el resultado de los errores anteriores: “esa levadura de desconfianza que quedó en el espíritu público, previniéndole ‘a priori’ contra toda operación financiera por centenares de millones, fueran quienes fuesen los que la manejaban”. Por cierto que el embate opositor arreció cuando el Congreso entró a tratar la operación, que debía garantizarse con las rentas de la aduana.


EL VIEJO CONGRESO. Al retirar Roca el proyecto de unificación de la deuda, Pellegrini se sintió desairado y se apartó para siempre del Partido Nacional. LA GACETA / FOTOS DE ARCHIVO 

La ruptura

El Senado la aprobó con un solo voto en contra. Entretanto, fueron creciendo en intensidad los tumultos callejeros que repudiaban el proyecto. La Plaza de Mayo estaba invadida a diario por multitudes; se apedreaban las casas de Roca y de Pellegrini y la redacción de los diarios oficialistas.

En fin, reinaba un clima peligroso de caos que determinó a Roca a declarar el estado de sitio y ordenar a la Policía una enérgica represión. Esto costó algunos muertos, además de decenas de arrestos. Se dice que Roca consultó entonces al general Bartolomé Mitre. Y que éste, lacónicamente, le recordó una frase de Mirabeau: “Cuando todo el mundo se equivoca, todo el mundo tiene razón”…

Hombre pragmático siempre, Roca lo pensó un rato y tomó la decisión. El 8 de julio de 1901, resolvió retirar el proyecto, a pesar de la media sanción del Senado, sin avisar a Pellegrini. Obviamente, Pellegrini lo tomó como una ofensa irreparable y, escribe Groussac, “rompió para siempre con el que le había fallado en la hora de prueba”. Algunos se preguntan si, con ese paso, Roca quiso apartar definitivamente a Pellegrini.

La andanada

El ofendido hizo algo más que ofenderse. En la sesión del Senado, Pellegrini soltó toda su furia. Recordó que había colaborado con la presidencia, “aun cuando muchas veces no estuve conforme con su política ni con sus actos”. Dijo que Roca, el día en que declaró el estado de sitio, le parecía lleno de energía.

Pero, agregó, “al día siguiente, alguien le insinuó que sacrificando el proyecto de unificación podía salvar su prestigio y autoridad; y el presidente de la República, olvidándose de los deberes que impone el alto cargo que inviste; sabiendo que hay pensamientos de gobierno con los que se levantan o caen los hombres públicos, no tuvo inconveniente, en un momento de incalificable cobardía, de retirarle su firma y apoyo, y arrojar la responsabilidad de una idea que era propia de su gobierno, sobre aquellos que habían colaborado con ella. Ante este acto de inconsecuencia, yo sentí que se habían roto todos los vínculos que me ligaban con ese gobierno”.

En la oposición

En su libro “Soy Roca”, Félix Luna escribe que el tucumano aseguró a los amigos: “No se preocupen; el ‘Gringo’ volverá”. Pero nunca volvió. En setiembre del año siguiente (1902), ambos asistieron a la comida de despedida de Noberto Quirno Costa, quien esperaba que allí se reconciliaran. No lo logró. Se sentaron a la mesa a corta distancia y ni se miraron.

“Con este rompimiento –escribe Luna- se disolvió el núcleo de poder político más poderoso del país; la fuerza estabilizadora que desde 1880 venía equilibrando la marcha de los gobiernos, ayudando a robustecer el poder del Estado, apagando los incendios que estallaban aquí y allá, y dando continuidad a algunas líneas fundamentales de la acción gubernativa”.

Pellegrini se retiró del Partido Nacional y fundó su propia agrupación. Le dio el antiguo nombre de Partido Autonomista, y se convirtió en opositor feroz del núcleo que había conducido tantos años con Roca.

Recursos de Roca

A su vez, Roca se había endurecido. Usó su influencia, junto con la del gobernador bonaerense Marcelino Ugarte, para que Pellegrini perdiera la elección de senador de 1904.

Ese año pareció que Pellegrini podía ser presidente, designado por la Convención de Notables. Pero Roca y Ugarte movieron eficazmente los hilos, los pellegrinistas se retiraron de la Convención, y quedó consagrada la fórmula Manuel Quintana-José Figueroa Alcorta. Apunta Ezequiel Gallo que “la fórmula elegida, demostraba nítidamente la debilidad política de Roca”. Había neutralizado a Pellegrini, pero ninguno de los electos era hombre de su elenco: Quintana era un viejo mitrista que se cortaba solo, y Figueroa Alcorta un ex juarista que no tenía simpatía por Roca.

El fracaso no amilanó a Pellegrini, quien se presentó a las elecciones de diputados nacionales de 1904, encabezando una coalición de ex roquistas, ex cívicos y radicales partidarios de Bernardo de Yrigoyen. Logró volver al Congreso, donde no perdió ocasión de enjuiciar la “máquina” roquista.

Últimos tiempos

Una anécdota familiar sostiene que Pellegrini, en 1905, oyendo a su esposa Carolina Lagos criticar a Roca, la interrumpió: “No digas eso, Carolina: si el interés del país lo exigiera, no vacilaría en tender la mano al general Roca”. Carlos Pellegrini murió a los 59 años, el 17 de julio de 1906. Roca viviría, ya retirado de la política, hasta el 19 de octubre de 1914.

Desde Londres, telegrafió a la viuda de su ex amigo, “profundamente impresionado por la muerte del doctor Pellegrini, que es una gran pérdida para el país”. Meses después, desembolsó 1.000 francos, de los muy fuertes de entonces, para aportar a la suscripción que erigió la magnífica estatua de Pellegrini en 1914.

Modelada en mármol y bronce por Felix Coutan, esta se alza hoy en la plazoleta de su nombre, sobre la avenida Alvear entre Libertad y Cerrito. Es decir, comenta Groussac, justo “en el sitio que Pellegrini, tan mundano y amigo de todas las elegancias, hubiera elegido con preferencia a cualquier otro punto de la ciudad natal”

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