Sin memoria, sin chimeneas
NO ES PHOTOSHOP. Lo que se ve en ambas fotos es el efecto de una irreparable demolición. NO ES PHOTOSHOP. Lo que se ve en ambas fotos es el efecto de una irreparable demolición.
01 Agosto 2015
Sebastián Rosso - Archivo LA GACETA

Las dos fotos que publicamos con esta nota fueron tomadas desde el pasaje Mármol y Avenida Jujuy, mirando hacia el este. La de la izquierda en julio del 2014 y, la de la derecha, un año después, hace pocos días. Como se puede ver, la demolición ha consumido casi por completo a la última chimenea del ingenio Amalia. 

Lentamente van desapareciendo las chimeneas, fábricas y balanzas de nuestro paisaje. Los vestigios materiales del “Tucumán es azúcar” se van borrando de todos lados. Se van terminando las largas fumarolas que, entre junio y octubre, se levantaban al cielo en un humo espeso, hasta terminar las tardes en una irreal lluvia de cenizas negras.

Hasta mañana domingo se puede ver un dibujo, con un gracioso efecto de movimiento, que reproduce en una pared del Salón de Arte Contemporáneo del MUNT, esa sensación de cañaveral y lluvia negra. Pero es sólo un coletazo de nostalgia individual. También hace unos años se hablaba de un emprendimiento turístico llamado pomposamente “La Ruta del Azúcar”. Pero quedó en excitación momentánea. La idea de Patrimonio Industrial que en varios países, Inglaterra y España entre ellos, les permitió preservar sus fábricas abandonadas y generar focos de atracción turística, son conceptos vacíos para nuestras urgencias. Todo parece en vano. Los vecinos depredan los edificios abandonados; y las autoridades esperan generar riquezas sobre un pueblo sin memoria.

El Amalia

Las chimeneas eran parte de la fábrica, y la fábrica era parte de un conjunto de edificios que, en muchas ocasiones, llegaron a ser pueblos enteros. La arquitecta Olga Paterlini de Koch afirma que “eran 34 ingenios tecnificados, que armaron pueblos alrededor. No todos con la misma calidad de servicios, pero todos eran dignísimos”. 

El ingenio Amalia era uno de ellos. Había sido fundado en 1870 por El señor Ezequiel Molina, quién lo bautizó con el nombre de su esposa. Pasó por las manos de Delfín Jijena y luego, por la Sociedad Griet Hermanos. En 1944, cuando todavía estaba en las afueras de la ciudad, Emilio Schleh, historiador de la industria azucarera, escribía: “El ingenio Amalia es la fábrica azucarera más próxima a la ciudad de Tucumán, de la que le separa una distancia de dos kilómetros solamente; está situada en un lugar denominado “Los Vásquez”, en el departamento de la Capital”.  Éste, como otros ingenios, significó un tremendo salto hacia adelante para mucha gente. Paterlini de Koch dice que los pueblos “se organizaban en un sector de fábrica, uno de para el dueño con su chalet, uno para los empleados jerarquizados, otro para los obreros y un sector para los golondrinas que llegaban con sus familias. Tenían servicios comunitarios, una pileta de natación, un club social, un club de obreros y otro de empleados; algunos tenían cine”. Schleh especificaba en 1944 que, en Amalia  “La obra social ha sido y es la constante preocupación del Directorio de esa empresa. Todos los obreros y empleados tienen viviendas cómodas y confortables, con agua corriente, luz eléctrica, asistencia médica y remedios gratuitos. El ingenio cuenta con una enfermería montada con las últimas exigencias, realiza el reparto de leche a niños y enfermos y tiene el salario familiar desde 1937, que beneficia a todos los hijos de obreros de la fábrica y la colonia, a demás ha establecido la jubilación personal”.

El patrimonio

Se perdió la chimenea del Amalia. Era una señal en la zona sur de la ciudad, con ella podíamos ubicarnos como con un GPS material y comunitario. También se perdió la memoria de sus habitantes. Volviendo a la entrevista a la arquitecta, publicada en este diario el 11-07-2010, afirmaba que “de los pueblos azucareros de Tucumán apenas quedan huellas, en parte porque la vida en esos centros ha cambiado, movida por los nuevos tiempos, pero más porque la desidia y las faltas de políticas de patrimonio los han dejado morir”. Podríamos responsabilizar a los vecinos, al Estado, y a un saber académico que desarrolla conocimientos que se pliegan sobre sí mismos y casi nunca generan políticas efectivas.

Lo que hoy se demuele no es una chimenea más, es el recuerdo de la modernidad tucumana, la que se construyó sobre la industria del azúcar. Se cae a pedazos, se desmorona a golpe de martillo.

Patrimonio se refiere a lo que nos deja la historia y a lo que vamos a dejar en ella. Son los mojones desde los que las historias vuelven a nosotros. Identificamos patrimonio con recuerdo y belleza. El recuerdo es, en ínfima parte, lo que contamos arriba, pero ¿hay belleza? Hay que buscar en los enormes tinglados, en la articulación de hierro y ladrillo, en las casas repetidas con decoraciones geométricas. Al final, en las chimeneas, la parte más impresionante de los ingenios. Para quienes las estudian, las chimeneas, tienen segmentos diferenciales. Como las columnas griegas tienen una base ancha, un fuste que se eleva mas o menos espigado, y una cabeza o boquilla donde se puede rematar con una decoración. “la chimenea es el elemento simbólico más representativo de un hecho industrial. De gran potencia visual, desafiando la verticalidad. Antorchas laicas y proletarias, por ellas aparece el humo, imagen volátil del progreso industrial”, definía Iñaki Uriarte, defensor del patrimonio industrial español. La que se acaba de tirar en Amalia, era, con sus suaves curvas, sus fajas de metal y su cabeza anillada, una de las más hermosas.



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