“El fútbol es como una vida a pequeña escala”

“El fútbol es como una vida a pequeña escala”

Autor de algunos de los libros argentinos más leídos de los últimos años, inspirador y guionista de la ganadora del Oscar El secreto de sus ojos, creador de inolvidables textos que abordan la pasión por el fútbol reunidos en títulos como Esperándolo a Tito, Aráoz y la verdad, Papeles en el viento o el recientemente editado Las llaves del reino. En esta entrevista explora a fondo la relación de los argentinos con ese deporte. “El fútbol es un juego donde cada uno pone lo que es”, reflexiona.

02 Agosto 2015

Por Ezequiel Mario Martínez
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

- ¿Por qué el fútbol ocupa un lugar dominante en la identidad de los argentinos?

- Tiene que ver con el derrumbe de otras identidades colectivas. El fútbol emerge como ganador entre esos múltiples derrumbes. Las identidades religiosas, barriales, sindicales, laborales, políticas se han erosionado, han perdido sustancia como elementos de cohesión social. Y no es un fenómeno exclusivamente argentino. En paralelo al proceso de mercantilización, mediatización y farandulización que vive el fútbol, resulta también depositario de expectativas muy profundas. El fútbol logra esto, además, porque vos como espectador no te identificas como jugador. Tiene que ver con la sociedad del espectáculo, con el rol del espectador. Estoy afuera y miro, pero me apropio de algo que es externo a mí. Son otros los que juegan, los que protagonizan, y yo contemplo. Es una forma de identidad muy moderna. La violencia en el fútbol es una respuesta –torcida, patológica- a esa contradicción. Esto es mío, me pertenece, pero son otros los que ejecutan, entonces ¿de qué manera me lo apropio? Con la violencia.

- ¿Crees que el negocio del fútbol se está comiendo al juego?

- El deporte profesional y el fútbol profesional en particular -el más popular y el más global de todos- en su base misma tiene un deslizamiento hacia zonas oscuras de ilegalidad y corrupción que hacen muy difícil revertir el estado de situación actual. El fútbol profesional nace con esos condimentos. Ahora, cuánto mayor es el negocio y los recursos que mueve este deporte, mayor es la propensión -de los actores involucrados- por extremar esa lógica. Hace 50 años le golpeaban el camerino de la puerta del árbitro y le pasaban un paquete con plata. Ahora la diferencia es que se hace vía transferencia bancaria. Son elementos ya presentes en el inicio del profesionalismo y el fútbol creció con esa lógica… no a pesar de ella. No lo veo como una fuerza disolvente, sino como una fuerza concurrente. Ojo, no me parece una buena noticia, pero me da la impresión de que es así.

- ¿Tus relatos son una manera de “conjurar” este fútbol hiperprofesionalizado?

- El fútbol es como un enorme iceberg en donde lo que está sumergido es justamente lo bueno y no lo malo. Chicos jugándolo en la calle, viejos con el recuerdo de un pasado futbolero que los une, chicas en un montón de países que se animan a jugar por primera vez. El fútbol es un juego donde cada uno pone lo que es. Si vos lo que tenés es mugre, va la mugre. Ahora, si vos tenés una vida mínimamente coherente y más o menos honesta, entra eso. Creo que la mayor parte de la gente pone justamente eso en juego, el tema es que no tiene visibilidad. A mí el fútbol que me interesa contar es ese enorme depósito de ingenuidad que es “ser hincha de”, no pretendo enarbolar una suerte de resistencia al fútbol hiperprofesionalizado. Puedo hacerte un análisis frío y racional sobre el fútbol, las mafias y la corrupción que lo rodean, pero cuando juega mi equipo yo quiero que gane. Cuanto más inocente te aproximas el fútbol más se transforma en un juego. Está bueno tener instancias de juego, gratuitas, inútiles. ¿Para qué sirve hinchar por un equipo? Para nada. Y está muy bien que en tu vida existan cosas que hacés… para nada. Cosas que querés por nada, sin afán de lucro.

- Hay una frase en una de las crónicas del libro que dice “A veces el fútbol se parece tanto a la vida que da miedo” ¿En qué cosas se parecen?

- No creo que la calidad moral de las personas se pueda advertir si es buen o mal jugador de fútbol. Espero, si no es así estoy condenado al infierno (risas). Sí creo que en nuestro modo de jugar exhibimos modos de ser. El fútbol es como una vida a pequeña escala, que se presta muy bien a las metáforas fáciles y definitivas: ganar, vivir, perder, morir, el éxito y el fracaso, ser o no ser. El problema es creer que la vida y el fútbol son sinónimos. A mi preocupa mucho cuando veo a gente reaccionando con el fútbol como si fuera la vida. Entonces, ¿para qué tenés al fútbol? Está bueno tener juegos donde uno exorcice, en su ligereza, en su liviandad, en su carácter efímero en relación a otro montón de cosas que no son ligeras, ni livianas, ni efímeras. Ahora, si vamos a tomar las cosas del fútbol al igual que las cuestiones que atraviesan las vidas… estamos en problemas. Deja de tener sentido el juego y de hecho deja de ser un juego. Flaco favor se hace uno mismo cuando no es capaz de establecer esa distinción.

- ¿Por qué el fútbol es una excusa, un pretexto, para hablar de otras cosas? ¿Es una puerta de entrada hacia los grandes temas?

- Toda la literatura, en algún sentido, busca hablar de lo mismo. O bien se interroga sobre lo mismo: la vida, la muerte, el dolor, la tragedia, la esperanza, la soledad, el deseo. Hay autores que les interesa apuntar directamente ahí, a esos temas. A mí me encanta como lector que me narren una historia y sentirme viviendo en un doble plano en donde transcurre una trama pero, al mismo tiempo, el relato me invita a la interrogación, al pensamiento y a la reflexión con cuestiones que van más allá de la historia. Uno como escritor intenta suscitar cosas parecidas en lo que escribe.

© LA GACETA


Fragmento de Las llaves del reino

Por Eduardo Sacheri


Y de nuevo acá estoy yo, mezclando cosas que no debería mezclar. Recordé a mi abuela en su cama del Centro Gallego, el domingo que anochece, y las cosas importantes que pudimos decirnos. Pero para llegar a eso, primero pensé en River–San Lorenzo, el uno a uno, el mensaje de texto que me envía mi hijo, cuando afuera ya es de noche. “Empataron. El gol de San Lorenzo se lo comió Carrizo”. 

Esté bien o mal, el fútbol para mí es, también, eso. Una llave que conduce a lugares más profundos. Más importantes. Probablemente yo sería un hombre más profundo, más digno, más cabal, si pudiese entrarle a los temas importantes de la vida y de la muerte sin mediaciones, sin rodeos y sin antecámaras. Aunque, si quiero ser benévolo conmigo mismo, puedo conformarme y agradecerle al fútbol actuar como una puerta, un territorio conocido, una zona feliz de mi vida en la que puedo sentirme en casa. Y una vez allí, en esa casa segura y conocida sí, abrir esas puertas necesarias donde habitan, a veces, el dolor y la tragedia.

Así son las cosas. Me hace bien recordar la última conversación que tuve con mi abuela en el Centro Gallego, en mayo de 2011, cuando ella estaba a punto de cumplir los ciento cuatro. Y el modo de entrarle a esa tarde es el empate de River-San Lorenzo, y el gol pavo que se comió Carrizo. Y yo no lo puedo evitar. 

Y casi como un corolario que no busco, pero encuentro, en esta mañana de Castelar en octubre, mientras le busco la última oración a esta columna, me interrumpe un mensaje de mi hijo. A cuento de nada, me pide que mueva mis supuestas influencias para que le consiga entrar al césped de la cancha del Rojo, el domingo, cuando nos toque jugar contra Rafaela. Sonrío mientras me dispongo a sacarlo carpiendo. Lo único que falta es que este mocoso me ponga a pedir favores y a pasar vergüenza. Pero sonrío mientras tecleo la respuesta en el teléfono. El mismo fútbol que me llevó a ese hospital, ahora me trae de vuelta. Al centro de la vida.

* Alfaguara, 2015

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