Así no se hace política
De entre las penumbras surgirá el próximo gobernador de Tucumán. No estará iluminado por una personalidad avasallante ni por un plan de gobierno revolucionario ni por un grupo de trabajo prometedor. Poco se conoce sobre qué piensan hacer con el Estado los que apelan a millones de pesos propios y prestados para empapelar la ciudad y barnizar a los punteros con promesas de fondos y bolsones para los votantes cautivos. Sí se sabe que están dispuestos a llegar a como dé lugar al máximo cargo del Poder Ejecutivo.

Juan Manzur y José Cano (o, en todo caso, sus respectivos adláteres) ensayan estrategias novedosas y en algunos casos inéditas para acumular votos. Un ejemplo es la difusión de las encuestas encargadas por el oficialismo. Pocas veces, en 12 años de gestión, el alperovichismo había hecho públicos -nunca en forma completa- los números que el gurú Hugo Haime supo acercar periódica y religiosamente a Alperovich. Ese ritual de ocultamiento se rompió hace 10 días, cuando salió a exhibir que, según el consultor, el vicegobernador se impondría al diputado nacional por unos ocho puntos. Los opositores salieron rápidamente a negar esos guarismos. Pero, ¿cuál es el motivo de fondo de esta jugada? Con el justicialismo partido en dos, los contendientes saben que los “compañeros” son como los tiburones con la sangre: apenas la huelen, se lanzan tras la presa. Los peronistas seguirán al que emane aromas de ganador y esos votos serán decisivos en la reñida compulsa. Por ello no es casual que se haya divulgado la encuesta de Haime, esa que todos siempre querían ver, pero observaban sólo los niños mimados del mandatario. Por ello de un bando y del otro insisten con la campaña de instalar en el colectivo imaginario una idea: “yo seré el vencedor”.

Con esa estrategia como base, los operadores travesean a dirigentes con la promesa de que alcanzarán la zanahoria al final del camino. ¿Qué les ofrecen? Los opositores les garantizan un trato amable e igualitario a los popes del interior ante una eventual victoria radical-peronista. Los oficialistas ofrecen millones para la campaña y la continuidad en el poder. La de ellos o las de sus familiares directos. El problema, en este caso, es que hay más postulantes -“de peso”- por las listas oficialistas que cargos disponibles. “A río revuelto, ganancia de pescadores”, se escucha en las trincheras de campaña.

Todos nerviosos, menos uno

- Así no se hace política. No te di $ 10.000 para que los gasten en asado y vino.

-(Del otro lado, silencio y rostro de hijo a punto de quedar sin permiso para ir al baile el sábado)

-Te dije que vayan barrio por barrio, casa por casa y que pregunten a la gente qué necesita. Si necesitan un calefón, se les compra. Si piden una chapa, se la compra. Así se hace política. Así se ganan votos.

A la escena la vieron decenas de personas que cafeteaban en un bar céntrico días atrás. El protagonista era un legislador con apodo de ave doméstica. El reto hacia el puntero era a los gritos. Es que la dura batalla por los votos mantiene en vilo a la clase política y los contendientes se tiran con todo. Parecen barrabravas en pugna, de esos que se arrojan hasta con sus calzados, enardecidos, por tan solo el hecho de simpatizar con colores diferentes. Lo más sucio y bajo del ser humano aflora en la antesala de los comicios, porque aquí no están en juego los puntos por el campeonato, sino dinero. Mucho dinero. Unos y otros pagan por información que comprometa o deje mal parados en lo público a los candidatos. Nadie apuesta a las ideas. Ni siquiera los votantes, más divertidos con el WhatsApp que preocupados en conocer a quienes podrían gobernarlos. Estos mercenarios de la política creen que todo lo malo que hagan quedará en el olvido cuando logren tocar el cielo de un cargo con las manos.

Por estos días, el único dirigente de fuste que ganó sin que hayan comenzando las tres fechas “eliminatorias” electorales es José Alperovich. El gobernador ya tiene asegurada su continuidad, sus fueros y su futuro político. De mínima, se sentará en el Senado de la Nación, desde donde podrá vizcachear con tranquilidad qué pasa en Tucumán y decidir si encara o no un operativo regreso. De máxima, estará cerca de un Daniel Scioli presidente, en algún cargo nacional. Ubicado en ese palco preferencial, ni Manzur ni Cano podrán evitar su mirada. Alperovich sería decisivo para la llegada de fondos u obras.

Ni el vicegobernador ni el diputado ni la mayoría de los funcionarios ni gran parte de los dirigentes con cargos electivos tienen por estos días esa tranquilidad del mandatario. Y el nerviosismo se traduce en error. Y en deslealtad. Y en deshonestidad. Y en violencia.

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