Sólo para la primera vuelta
El combustible sólo alcanza para la primera vuelta. La carrera electoral se largó con escasez de nafta, en una competencia en la que el oficialismo quiere retener el poder, sea como fuere. Los dólares son cada vez más difíciles de conseguir. La industria lleva 23 meses consecutivos con signo negativo y la economía, cuanto menos, luce estancada.

El Gobierno nacional sabe de esto. La distribución de recursos discrecionales a las provincias es tal vez la más baja en la década; hay cada vez más entenados y menos hijos. La campaña se ha focalizado en Buenos Aires, el distrito en el que se cosecha poco más del 45% de los votos de la Argentina. Ya nada es lo que parecía ser. Daniel Scioli debe cabalgar con la mochila que le deja Cristina Fernández. Aun así, Mauricio Macri no logra consolidarse como la opción opositora. La actual gestión ha tirado un salvavidas al ex motonauta con un incremento en la tasa de interés para los plazos fijos. Un poco tarde; la mayor parte de los grandes jugadores de dólares ha cubierto sus portafolios con el billete verde. Los pequeños ahorristas tratan de seguir esa gimnasia, pero la operación se torna dificultosa: o por demoras en la aprobación por parte del fisco o porque las entidades financieras no tienen el físico suficiente para atender la demanda.

La huida hacia el dólar había arrancado antes de que se diera la señal de largada. El Banco Central dispuso un alza de 1 punto en las tasas de interés reguladas para los depósitos a plazo fijo minoristas, llevando, por caso, el rendimiento de los depósitos de 30 a 44 días (por lejos el segmento más representativo, con una participación del 70%) desde un 22,6% hasta 23,58%. Este incremento en las tasas reguladas se dio, en paralelo, con una ampliación del universo de depósitos alcanzados por la normativa, la cual pasó a abarcar a los depósitos realizados por personas jurídicas (empresas) y llevó el tope máximo desde los $350.000 considerados originalmente hasta $1 millón, observa el último reporte del Banco Ciudad de Buenos Aires.

El proceso electoral, a su vez, alimenta la necesidad de emisión de pesos por parte de la autoridad monetaria nacional. Llegar a octubre con los dólares necesarios es la ambición oficial. Justo ese mes requerirá U$S 6.300 millones para abonar vencimientos de la deuda, particularmente, de los Boden 2015. Las tensiones cambiarias continuarán en la medida que no haya otras señales oficiales de mayor normalidad en la plaza. El escenario de balotaje no es el esperado. Todo se haría cuesta arriba si el oficialismo tuviera que revalidar votos en una segunda vuelta.

Para colmo, el principal socio comercial del continente –Brasil- ha registrado la peor devaluación en 12 años y China ha estornudado y ha puesto al mundo patas para arriba.

En Tucumán, el efecto de estos desequilibrios macroeconómicos es dispar.

El sector privado siente con mayor peso las consecuencias de un dólar atrasado que no ha hecho más que restarle competitividad a gran parte de las actividades empresariales e industriales. No se trabaja a pérdida, pero sí con un ínfimo margen de rentabilidad, tan precario que pone en riesgo la próxima cosecha, de no mediar medidas serias desde la Casa Rosada, advierten los productores.

En el sector público, en tanto, no debería haber tantos inconvenientes financieros. Al Poder Ejecutivo, si bien no le sobra la plata, tiene una situación fiscal –cuanto menos- equilibrada que le permite al gobierno de José Alperovich cerrar el ciclo de 12 años de administración sin contratiempos. Sin embargo, siempre hay ruidos electorales entre dirigentes y funcionarios que ponen los pelos de punta a los tucumanos. No sirve una disputa entre la Casa de Gobierno y la Municipalidad de San Miguel de Tucumán, por más que estén enfrentados políticamente en una pelea por la parada.

Ni Alperovich ni Domingo Amaya (compañero de fórmula del radical José Cano) son los mismos de hace una década. Al gobernador le está cayendo la ficha de que muy pronto deberá dejar la marquesina del poder y cimentar su liderazgo desde un lugar incómodo, fuera de la Casa de Gobierno. El intendente capitalino, a su vez, siente que se juega todo su futuro político en las elecciones del 23 de agosto. Es por la gloria o el olvido. No tiene términos medios.

Entre el cambio y la continuidad con cambio sólo hay matices. Todo parece indicar que lo que más importa es llegar al poder. El gran problema es que no hay un programa claro –no aislado- que diga cómo será el futuro que proyectan para el 1,5 millón de tucumanos. Esa es la gran deuda que aún no paga la dirigencia política.

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