“Penny Dreadful” lo hizo: se superó a sí misma

“Penny Dreadful” lo hizo: se superó a sí misma

DUELO DE FRANKENSTEINS. Monstruo y creador, sin intermediarios. DUELO DE FRANKENSTEINS. Monstruo y creador, sin intermediarios.
La primera temporada de “Penny Dreadful” parecía insuperable. Moraleja: al diablo con los preconceptos. Los 10 capítulos de la segunda parte superaron al original y no sólo por la potencia de la historia y de los arcos argumentales paralelos. “Penny Dreadful”, un festival intertextual como pocas veces alcanzó la TV, se cerró sobre sí misma con una perfección asombrosa.

Dorian Grey, el doctor Frankenstein, el hombre lobo, una médium decimonónica, vampiros, brujas. Todos bajo la mirada de un aventurero millonario (Timothy Dalton) inspirado en Allan Quatermain y su enigmático sirviente. Podía ser una gigantesca caricatura, un pastiche, una indigestión. Y no. “Penny Dreadful” equilibró ese universo desquiciado, lo dotó de humanidad y se permitió -con la mayor altura- hablar de la soledad, del dolor, del amor y de la ambición. De la fe y de la perversidad. Hay muchísima poesía en “Penny Dreadful”, un carrusel emocional que no olvida su deber ser: la implacable indagación en nuestros miedos.

Hay un capítulo de la segunda temporada excepcional por donde se lo mire. Es la educación de una bruja. Vanessa Ives (Eva Green) se instala en un páramo para aprender de la hechicera que encarna Patti LuPone. Vanessa ensaya un viaje interior decisivo y es capaz de comprenderse gracias a la aparente insensibilidad de su mentora. Con el tiempo volverá allí junto a Ethan (Josh Hartnett), a quien su condición de hombre lobo acechado atormenta a más no poder.

El doctor Frankenstein (Harry Treadaway) ha creado una nueva criatura. Resucitó a la bellísima Brona (Billie Piper), decidido a darle una compañera al monstruo (Rory Kinnear). Pero Frankenstein, cegado por la pulsión sexual, no adivina que fue su mayor pecado. Renacida Lily, Brona es una fuerza maligna, capaz de enloquecer al monstruo en una escena de antología y de aliarse con Dorian (Reeve Carney). Tal para cual.

La temporada es, cómo no, una batalla entre el bien y el mal, encarnado por un aquellarre al servicio del mismísimo Satán. Vanessa es su objetivo, claro. Eva Green, sencillamente increíble, baila en un salón sobre el que llueve sangre, un pasaje sobrecogedor. Tentada por el Demonio, como Cristo en el desierto, sacará la bruja interior en un final alucinante. Acto seguido quemará un crucifijo. Todo sigue, porque en 2016 habrá una tercera temporada de nueve capítulos. El cierre, tres barcos navegando en distintas direcciones, es pura melancolía.

Joyas: el gran Doug Stamper

Cuenta Michael Kelley que se veía muerto y enterrado al final de la segunda temporada de “House of cards”. Pero en una serie que les saca brillo a los personajes secundarios, ¿cómo deshacerse del más profundo e irresistible de todos? Beau Willimon, uno de los cerebros detrás del suceso, le explicó a Kelly qué sería de Doug Stamper durante los 13 capítulos de la tercera parte. Un via crucis en el que se cruzaron la lenta y dolorosa recuperación física, el redescubrimiento del amor familiar, un amague de cambio de camiseta política y dos obesiones: el alcohol y Rachel Posner. Tiempos tortuosos para el inescrutable Doug, resumidos en el más terrible de los desenlances. Porque Doug nunca se permitiría perdonar. Frank Underwood necesitará al más leal de sus hombres, teniendo en cuenta las batallas que vienen. Ahí estará Doug, silencioso, eficaz, pragmático a más no poder. Un enigma con mirada de hielo, a la altura de “House of cards”.

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