Villanos
¿Y si Lionel Messi decidía seguir él con la pelota en ese contragolpe final del tiempo reglamentario que tenía puro olor a gol? ¿Y si Ezequiel Lavezzi hubiese sido algo más preciso en su centro rasante? ¿O si hubiese disparado al arco? ¿Y si Gonzalo Higuaín hubiese sido un poco más veloz cuando se tiró al piso para definir, ya sin ángulo, en el palo opuesto? ¿O si en lugar de tirar al arco hubiese devuelto hacia atrás que estaba Messi con el arco libre? Son detalles. Que, muchas veces, terminan siendo claves en una final. Porque las finales suelen definirse en los detalles. Pero siguen siendo detalles. Porque Argentina, hay que decirlo, no jugó bien. Es más, jugó mal. Chile, en cambio, fue más fiel a sí mismo. Fue un campeón justo.

Escribo mientras veo en la TV a los jugadores argentinos que suben a recibir la medalla del subcampeón. Se la quitan casi de inmediato y algunos hasta la guardan en el bolsillo. Es una medalla que, como sucedió un año atrás en Brasil, no quieren recibir. En Brasil, eso sí, la selección de Sabella jugó su mejor partido del Mundial. En Chile, en cambio, la Argentina de Martino jugó su peor partido de la Copa América en la final. Tan pocas ganas parecían tener los jugadores argentinos de subir a ese podio que el primero que subió fue Carlos Tevez, que no jugó siquiera un minuto. ¿Qué habrá llevado a Martino a decidir que el primer suplente del “Kun” Agüero debía ser Higuaín y no Tevez? ¿Jerarquías de vestuario? ¿Que Higuaín puede tener más peso que Tevez dentro del área? Tevez fue, a no dudarlo, el segundo mejor jugador argentino de toda esta última temporada. Parece estar inclusive en el mejor momento de su carrera. Higuaín venía en cambio de una temporada mucho más irregular, líder goleador de un equipo (Napoli) que, a diferencia de Juventus, terminó sin cumplir ninguno de sus principales objetivos.

Tevez, sabemos, suele trasmitir una energía especial. Una energía que parecía precisar un equipo que estaba siendo superado por su rival. Una energía que contagiara a los más apagados. Más complicado aún, Higuaín, la elección por la que Tevez quedó en el banco, fue, justamente el que, también como en Brasil, no pudo anotar en la ocasión casi más clara que tuvo Argentina. Y el que, en la ruleta final, falló además su penal. Pero los cambios desde la banca fue uno de los puntos acaso más polémicos de Martino en esta Copa, comenzando en el mismo debut contra Paraguay cuando ordenó el sorpresivo doble ingreso de Higuaín-Tevez. Porque también fue polémica la decisión de que Lavezzi debía ser el reemplazante tras la baja de Di María. Lavezzi, el jugador que tiró casi una masita en la que pareció la otra ocasión más clara de Argentina.

Si la lesión de Di María, otra vez afuera de una final, fue una mala señal, más preocupante fue ver luego el llanto de Javier Mascherano apenas antes de que se ejecutaran los penales. El “Jefe” había jugado el alargue en una pierna. No podía con su alma. Había sido acaso el mejor del equipo, un dato poco alentador cuando Argentina, supuestamente, sobresale por sus atacantes. ¿Lloraría sólo por dolor físico Mascherano? ¿O lloraría acaso consciente de que la Selección había jugado su peor partido y, aún si ganaba los penales, no hubiese sido un campeón a la altura de sus pergaminos? Tan mal se sintió Mascherano tras la derrota que, casi el único que aceptó hablar con la prensa, recordó que era su tercera final de Copa América con derrota y se preguntó resignado si no sería él la causa de la frustración. El sabe que no es así. Pero, así lo dijo, y aún dentro de un escenario como el Estadio Nacional de Santiago, estaba viviendo una “tortura”. Por tercera vez los cronistas de vestuario le preguntaban si acaso pensaba retirarse de la Selección. Los cronistas que lo escucharon en estudio lo describieron con énfasis: “el verdadero capitán de la selección argentina”.

Hay que decirlo. Ya había una sensación de decepción instalada aún cuando todavía quedaban por ejecutarse los penales. Argentina comenzó cediendo pelota y campo. Puede aceptarse como una elección. Pero, a diferencia de partidos anteriores, fue muy desprolija en la salida. Casi puro pelotazo. Para un pobre y solitario “Kun” que jamás pudo contra sus marcadores. Que Argentina eligió más luchar que jugar pareció aceptarlo el propio Martino en la conferencia de prensa, cuando explicó por qué entró Higuaín y no Tevez. “Por su envergadura física”, dijo. Toda una definición. Curioso, aún después de algún triunfo, Martino parecía excesivamente autocrítico. No lo fue ayer. Dijo inclusive que Argentina mereció ganar, acaso porque, y esto es cierto, las ocasiones más claras fueron de la Selección. Pero no explicó, tampoco se lo preguntaron, por qué Argentina no arriesgó a jugar como en partidos anteriores.

El DT había reabierto un debate interesante en estos últimos días para el fútbol argentino. La necesidad de aceptar al fútbol como un juego. Batalla, negocio, política, pasión, ganar y perder. Pero también juego. Y que, como todo juego, tiene un componente de riesgo. Especialistas de radio y TV apuntaron contra ese factor. Gritaban inclusive nerviosos en pleno relato cuando el equipo salía jugando desde abajo. Arriesgando, decían, más de lo necesario. El 6-1 en semifinales contra Paraguay calmó la polémica. Es cierto, Nicolás Otamendi tuvo una mala salida y así descontó Paraguay. Pero fue tan brillante el juego asociado en ataque (eso sí, cuando Paraguay dejó espacios), que no hubo chance de polémica. Más aún, algunos de esos goles llegaron justamente por esa decisión de arriesgar saliendo jugando desde abajo. ¿Por qué no se animó Argentina a volver a arriesgar en la final? Y, si no arriesgó por la presión asfixiante de Chile, por qué atacó con pelotazos y no arriesgando?

Chile estuvo lejos de aplastar a Argentina. Y acaso la vi jugar mejor en Brasil un año atrás que ahora en su casa. Pero sí fue mucho más fiel a su idea. Arriesgó más. Se animó a tener la pelota. Y a plantarse en campo argentino. Frenó mucho con faltas, lo que era previsible, y sufrió para crear juego porque su jugador más talentoso, Jorge Valdivia, tuvo la obligación de correr a Mascherano. Salió reemplazado insultando supuestamente a Jorge Sampaoli, que, a diferencia de Martino, sí acertó con el ingreso de Matías Fernández, autor además con un disparo impecable del decisivo primer penal que inició la serie.

Sampaoli, quién lo hubiese dicho, terminó superando definitivamente a su maestro, a Marcelo Bielsa. Lo había hecho avanzando a cuartos de final del Mundial. Pero lo confirma ahora dándole a Chile el primer título grande de su historia. Justicia absoluta para un técnico trabajador como pocos. Criticado días atrás por buena parte del país por no haber separado del plantel a Arturo Vidal por sus copas de más y el accidente con su Ferrari. “Todo Chile te da las gracias”, decía al propio Vidal la cronista de TV apenas terminado el partido.

¿Y Messi? Lo dejamos deliberadamente para el final. Algo le volvió a suceder para que se reabra la polémica de su vínculo siempre más complejo con la Selección. Como si la maldición fuera eterna. Como si precisara a la Selección para confirmar que, como todos, él también es un ser humano. Es cierto, lo frenaron casi siempre con falta. Pero le costó otra vez reaccionar ante la adversidad. El vínculo venía en subida. Había evolución en una relación que siempre, hay que decirlo, fue complejo. Pero ayer volvió a dar un paso atrás. Como aferrado para siempre al tango que le recuerda que “primero hay que saber sufrir”.

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