Primero la esposa, después el hijo y por último... otro familiar

Primero la esposa, después el hijo y por último... otro familiar

“Las costumbres y las leyes pueden establecer derechos y deberes comunes a todos los hombres; pero éstos serán siempre tan desiguales como las olas que erizan la superficie de un océano”.



Si se googlea la frase “poder heredado” aparecen 1,8 millón de resultados en 0,4 segundos. Los datos que resultan de la búsqueda son interesantes. Revelan que el nepotismo es un patrimonio universal y no exclusivo de la clase dirigente de la Argentina y de Tucumán. Se menciona, por ejemplo, que en las elecciones de Tailandia (2011) el 42% de los diputados salientes fueron reemplazados por familiares, siguiéndoles en esta nómina de herencia parlamentaria México (40%), Filipinas (37%), Japón (33%), Argentina (10%) y EEUU (6%). Una investigación de El Universal señala que en el país azteca 88 familias han controlado 455 bancas legislativas en los últimos 81 años. Precisa que se trata de 230 legisladores que han tenido acceso al cargo no por su popularidad política sino por una cuestión de cuna: el linaje. En nuestro país y en la provincia aparecen casos, tal vez aislados -pero cada vez menos-, de políticos que promueven a familiares para puestos ejecutivos o legislativos, nacionales, provinciales o municipales. Y también para la Justicia. Ejemplos sobre apellidos comunes en los tres poderes sobran.

Ya es tendencia. ¿Por qué? Las respuestas habría que buscarlas en la devaluación de los partidos políticos -provocada por la propia dirigencia- que termina beneficiando la ascendencia de los personalismos, en el clientelismo institucionalizado a partir de manejar los recursos del Estado -para hacer favores, y para recibirlos- y también, por qué no, en el desinterés ciudadano por la política (358.000 personas afiliadas a un partido político, de un padrón electoral de 1 millón en Tucumán, según la Cámara Electoral Nacional). El cóctel facilita cada vez más la existencia en la gestión pública de clanes políticos unidos por lazos de sangre. La política, para algunos, se transformó en un negocio familiar, o en una salida laboral. Pero hereditario. ¿Será que la resignación por elegir el mal menor es mayoría en la democracia y que, por ende, hay unos pocos que se sirven de esa flaqueza?



“Los hombres sin ideales desempeñan en la historia humana el mismo papel que la herencia en la evolución biológica: conservan y transmiten las variaciones útiles para la continuidad del grupo social”.



Si bien la primera mirada sobre este “fenómeno” en Tucumán es de desconfianza sobre los verdaderos móviles de los políticos al priorizar a sus familiares para los empleos públicos y para integrar las listas de candidatos, no se puede descartar que haya dirigentes valiosos para la vida pública entre aquellos que están unidos por un mismo apellido u otro tipo de parentesco. Sin embargo, ¿por qué se llegó a esta instancia? Los otros no se meten, respondió un dirigente capitalino ante la pregunta, ensayando una justificación a esta creciente tendencia político-familiera. Los otros, en esta visión, serían aquellos que en el 2001 gritaban en las calles “¡que se vayan todos!” y que ahora dicen “¡nos fuimos nosotros!”. Esos otros serían también políticos -principalmente aquellos que dicen que no pueden dar una pelea partidaria porque no cuentan con los recursos suficientes y tienen que mirar de afuera como los aparatean- o bien los ciudadanos comunes despolitizados, o no partidizados (7 de cada 10). Esos otros “sucumbirían” ante la ambición de esta minoría que gana espacios a fuerza de codazos, de un poco de ideología, de un lugar de poder en el Estado para hacer y deshacer, de mucha astucia y de un tremendo amor por la familia.



“Épocas hay en que el equilibrio social se rompe en su favor. El ambiente tórnase refractario a todo afán de perfección; los ideales se agostan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los Estados conviértense en mediocracias; la falta de aspiraciones que mantengan alto el nivel de moral y de cultura, ahonda la ciénaga constantemente”.



Un trabajo reciente de LA GACETA exponía que por cuestiones de parentesco en la listas de candidatos de las dos principales propuestas políticas para agosto había esposas e hijos de legisladores que ya no podían, por razones constitucionales, presentarse para otro mandato: once casos en el Frente para la Victoria y nueve por el radicalismo. ¿Tan grande es la desconfianza en eventuales socios políticos no consanguíneos que se prefiere a los parientes? Se dice que en política no hay amistades, sólo conveniencias. O bien que la política le cierra la puerta a la amistad. “No es verdadera la amistad que no se acompaña con lealtad”, decía Cicerón. Y la lealtad es lo primero que flaquea cuando se trata de poder. La traición está a la vuelta de la esquina. Muy difícilmente se encuentren amistades en aquellos que se consagren a los cargos y a los asuntos públicos, acotaba el pensador romano. Para reforzar esta conducta alimentada por la desconfianza, un referente justicialista del sur mencionó en un diálogo de pasillo un caso real (con reserva de los apellidos) y sentenció: lo puso a su hijo porque su socio lo traicionó en la intendencia.

No obstante, la presencia de tantos familiares permite sugerir que se considera al puesto público temporal como un bien ganancial; un bien que debe quedar en manos de la familia. Votantes de por medio, claro. Al respecto, entre los propios peronistas se estableció una distinción cargada de ironía: cooperativas políticas y cooperativas de trabajo. Las primeras están integradas por el grupo familiar del que tiene un espacio de poder, y al que sólo acceden los que llevan el mismo apellido o grupo sanguíneo. Las segundas son para los que reciben planes sociales de $ 1.500. Es decir, los privilegios son para unos pocos; los míos. Con un familiar “adentro” o heredando la banca, cesa la desconfianza, el miedo a la deslealtad y el temor a la traición. Aplausos para los que han degradado la política y la transformaron en una agencia de colocaciones.



“Aunque aislados no merezcan atención, en conjunto constituyen un régimen, representan un sistema especial de intereses inconmovibles. Subvierten la tabla de los valores morales, falseando nombres, desvirtuando conceptos: pensar es un desvarío, la dignidad es irreverencia, es lirismo la justicia, la sinceridad es tontera, la admiración una imprudencia, la pasión ingenuidad, la virtud una estupidez”.



En suma, se generó un nuevo esquema de distribución y de acaparación de poder, donde para estar hay que ser parte de un clan familiar. ¿Tiene fecha de nacimiento esta tendencia? Se menciona a los 90 y la idea-fuerza que circulaba por entonces respecto de que la ideología había muerto. Ya no se construye poder a partir del debate ideológico tradicional, donde primaban los grupos de pensamiento o corrientes políticas; reflexionó un referente capitalino que aspira a llegar a la Legislatura. Bajo este concepto, los que construían espacios de poder a la antigua cedieron terreno frente a los grupos familiares que se recuestan sobre el puesto público obtenido; ejecutivo o legislativo. Nuevos tipos de caudillajes territoriales, pero por linaje. Los ejemplos le estarían dando la derecha a esta visión. En Tucumán sobran, los hay en el plano de los postulantes a la Legislatura y entre los candidatos a intendentes, donde aparecen varias esposas de los actuales jefes municipales. ¿La experiencia de gestión se transmitirá por contacto?, ¿por ósmosis?

Las charlas en la mesa familiar no pueden ser suficiente condición para justificar la elección de la cónyuge, de la pareja o del hijo. Como no hay reglas al respecto, tampoco puede haber excepciones. Todo se está inventando en este rubro. En ese marco puede ser posible que aparezcan dirigentes de fuste a partir de este nuevo método de selección política. A descubrirlos. Por de pronto, cabe preguntarse si recordarán, por lo menos los oficialistas del Frente para la Victoria -que tiene como eje político al PJ- aquel viejo apotegma peronista de primero la patria, después el movimiento y por último los hombres. ¿Trocó por la familia es lo primero? Tal vez, como lo deslizó a manera de humorada un dirigente vinculado al fútbol local, habría que modificar la carta orgánica del PJ para establecer uno por familia. Válido para el resto de los partidos.



“Ningún idealismo es respetado, las mediocracias tácitamente regimentadas le resisten para encumbrar sus propios arquetipos”.



En algo coinciden todos los consultados respecto de esta nueva tendencia política familiera: la gente lo ve mal. La ciudadanía no lo aprueba, pero no tiene más remedio que votar por alguna de las ofertas electorales; por la que mejor estructura tenga, o por el mal menor. O por el que más ofrezca. No olvidemos que el clientelismo es parte de la conjura para encumbrar a algunos políticos. Eso da ventaja a los que cuentan con recursos, los propios y los disimulados que se aportan desde el Estado para las campañas de los oficialismos circunstanciales. Los dirigentes reconocen que no está bien, que no ayuda a la política, pero los anticuerpos no aparecen. Ni se los busca. La tendencia familiera no genera la suficiente incomodidad como para reaccionar y dar muestras de que la calidad institucional sí preocupa. Dejar hacer, dejar pasar; dicen los franceses. En el absurdo, en lo más extremista de esta tendencia, se podría vislumbrar la existencia de partidos políticos identificados con los apellidos de los clanes. No más siglas políticas. Absurdo, aclaramos.



“En esas crisis, mientras la mediocridad tórnase atrevida y militante, los idealistas viven desorbitados, esperando otro clima”. José Ingenieros, El hombre mediocre.

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