¿En qué momento de la historia nos convertimos en perdedores?

¿En qué momento de la historia nos convertimos en perdedores?

Las camadas de futbolistas van de buenas a muy buenas, pero siempre son otros los que celebran. Por Guillermo Monti | LA GACETA.

FRUSTRADO. Messi sigue sin poder conseguir un título con la Selección mayor. REUTERS FRUSTRADO. Messi sigue sin poder conseguir un título con la Selección mayor. REUTERS
Ni la patada de Medel, ni el penal a Rojo ignorado por el pito, ni la lesión de Di María, ni el calambre de Mascherano. Los manuales de excusas son de llorones y de malos perdedores. Mejor averiguar por qué una Selección históricamente insaciable acaba de cumplir 22 años con la panza vacía. En algún momento pasamos de ganadores a víctimas de cada final que nos toca afrontar, y no fueron pocas. Las camadas de futbolistas van de buenas a muy buenas, pero siempre son otros los que celebran. Ayer lo hicieron los chilenos y con absoluto merecimiento, por cierto.

Chile arrastró la definición de la Copa al terreno que más le convenía y ahí empezó a sacar ventaja. En el juego de la presión, la intensidad, la concentración y la prolijidad para morder en toda la cancha el anfitrión fue superior. Hizo lo que le convenía con inteligencia, lo que constituye una virtud. Argentina nunca pudo disputar su partido por más que el gol se le negó tres veces, como Pedro a Cristo. Dos veces la pelota fue al cuerpo de Bravo (cabezazo de Agüero y disparo de Lavezzi) y la restante quedó en ese toque agónico de Higuaín a los 90’. Afuera. Para ser campeón también es imprescindible una cuotita de suerte.

Se extrañó algo más de rebeldía. La actuación de Pastore resultó flojísima, a excepción de un gran enganche en el área que derivó en el apuntado zapatazo recto de Lavezzi. Tal vez se esperaba otra actitud de Pastore ante la adversidad. No es su característica y Martino lo sacó porque el partido quemaba y el cordobés se dejó puesto el antiflama. ¿Será titular inamovible en las Eliminatorias? Hay muy poco para reprocharle a la Selección de mitad de cancha para atrás. Chile sólo llegó dos veces, en ambos casos con remates apenas desviados de Alexis Sánchez. Otamendi, con destino de Real Madrid o algún grande por el estilo, es el nuevo líder de una zaga que venía reclamando un puntal desde hace rato. Es de lo mejor que se lleva Argentina de la Copa América. Romero, Zabaleta, Rojo, Garay, Demichelis y Biglia tampoco tienen demasiados motivos para flagelarse.

Quedó dicho que fue una final confusa y atropellada, carente de buen fútbol. Una pista de baile para Gary Medel, tremendo para anular a Agüero. Un Mascherano de camiseta roja que tuvo su revancha: había enfrentando a Brasil en los octavos de final del Mundial en una pierna.

Hablando de Mascherano y de todo lo que significa para la Selección, derrotas como la de ayer se sufren especialmente por tipos como él. Algún imbécil se permitía descalificar a Zanetti -una institución en el fútbol de aquí y de allá- por su carencia de títulos con la albiceleste mayor. Simbología barata y resentida. Mascherano no quiere bajarse del tren del alto rendimiento en la misma estación que les tocó a varios compatriotas del primer mundo futbolero. Definitivamente no lo merece. Di María, acosado por alguna maldición física, cabe en la misma bolsa.

Entre lo curioso de esta Copa América es que Argentina disputó seis partidos, de los que ganó tres y empató los restantes. En los penales fue blanco y negro. No perdió y regresa triste y frustrada. En estos casos siempre dependerá de cómo se mire el vaso. Si la propuesta de juego plasmada contra colombianos y paraguayos convence a todos o si se impondrá un cambio de rumbo. No parece sensato ni conveniente porque el equipo se impregnó de un estilo y se lo vio convencido de esa idea. Mucha posesión, toque, paciencia, aceleración en los últimos metros. Control del juego con la pelota. El problema es que en el más importante de los partidos la Selección lució desconectada, partida al medio y superada en algunos pasajes. Sin plan B. ¿Y el juego?

Para el juego se esperaba al mejor Messi y ayer los chilenos lo enjaularon con dobles y triples marcas. Casi no le dieron oportunidad de arrancar ni de subir la velocidad en carrera. A ese mérito de la defensa lo acompañó la soledad en la que Messi se movió durante gran parte de la tarde. Ni Pastore ni Agüero ni Banega fueron interlocutores a la altura. Con esas cartas sobre la mesa Messi hizo lo que pudo, y ayer fue poco, tratándose del partido que era. No faltará quien haga leña del Messi ¿caído? Ya estamos acostumbrados. Lo que no hizo Messi hasta aquí en la Selección es agarrar la pelota, gambetear seis rivales, meter el gol y levantar la Copa. Es de suponer que quienes afirman que le falta fuego (¿?) se refieren a eso. Tal vez Messi marque ese gol de dibujos animados con la albiceleste algún día, tal vez no.

Que de las derrotas se aprende venimos hablando desde hace 22 años. Mascherano barrió la elegancia bajo la alfombra hace un tiempo cuando exclamó “estoy cansado de comer mierda”. A la vuelta de la vida lo esperaba otra caída en una final a cara de perro. Una más.

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