Azaroso destino de Cornelio Saavedra

Azaroso destino de Cornelio Saavedra

El presidente de la Primera Junta fue perseguido tenazmente por el Triunvirato, la Asamblea del XIII y el primer Directorio. Entre 1812 y 1818, soportó calumnias y exilios.

LA PRIMERA JUNTA. En una plaqueta del Centenario, se ve el rostro del presidente Cornelio Saavedra al centro, junto al de los miembros de la Junta de 1810 LA PRIMERA JUNTA. En una plaqueta del Centenario, se ve el rostro del presidente Cornelio Saavedra al centro, junto al de los miembros de la Junta de 1810
Muchas veces se ha confirmado aquella clásica sentencia de que “toda revolución termina devorando a sus hijos”. Un caso muy ilustrativo al respecto, es el del brigadier Cornelio Saavedra. Revolucionario de la primera hora, se lo ha considerado el “primer jefe de Estado argentino”, por haber presidido la Primera Junta formada en 1810. Sin embargo, apenas transcurridos dos años desde aquel movimiento, fue tenazmente perseguido por las autoridades patriotas, lo que le deparó un largo calvario.

Saavedra venía de una muy antigua familia de Buenos Aires, llegada a esa ciudad a comienzos del siglo XVII. Su padre, el porteño Felipe Antonio de Saavedra, se trasladó al Alto Perú. Adquirió en Potosí la hacienda “La Fombera” y se casó con una potosina, María Teresa Rodríguez. Su hijo Cornelio Judas Tadeo nació en la estancia, el 15 de setiembre de 1759.

La carrera militar

Vino a Buenos Aires siendo niño de ocho años, y se educó en el Real Colegio de San Carlos. Egresó en 1776, tras distinguirse en las disciplinas filosóficas, y pasó a ayudar a su padre en las tareas rurales y del comercio. Se casó con su prima Francisca de Cabrera, viuda de Mateo de Álzaga, y al enviudar, reincidiría en el matrimonio con Saturnina de Otálora, en 1801. Tuvo descendencia de ambas nupcias.

Desde 1797, en diversas épocas fue miembro del Cabildo, en su condición de vecino destacado y de buena posición. La tranquila existencia de Cornelio Saavedra se interrumpió en las Invasiones Inglesas. Fue puesto al frente del Regimiento de Patricios, que tuvo brillante desempeño en la reconquista de 1806 y en la defensa de Buenos Aires de 1807: logró rendir a la columna británica del coronel Dennis Pack en la llamada Casa de la Virreina Vieja.

La Primera Junta

Desde entonces, tomó el gusto a la carrera militar. Y también política: impidió enérgicamente la renuncia del virrey Santiago de Liniers, que le quiso arrancar la asonada de los cabildantes capitaneada por Martín de Álzaga, en 1809.

Como es de sobra conocido, participó en primera línea en las actividades conspirativas de los patriotas de 1810, y la presión que ejercieron sus “Patricios” tendría fuerte influencia en el resultado final. En el “cabildo abierto” del 22 de mayo, votó por la cesación del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, postulando que el poder pasara al Cabildo y que “no quede duda que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando”.

Aceptó integrar la junta que armó el Cabildo el día 24, con Cisneros presidente, pero renunció a ella a las pocas horas. Y sabemos que el famoso 25 de mayo, al producirse el cese de Cisneros y su reemplazo por la Junta Superior Gubernativa, fue elegido para desempeñar la presidencia.

Choques con Moreno

Es igualmente conocido que, a poco andar, se hizo clara su desinteligencia profunda con el secretario Mariano Moreno. Chocaban el temperamento conservador y cauteloso del presidente, con el más radicalizado y dinámico del vocal secretario. Esto hizo crisis cuando Saavedra avaló la incorporación de los diputados del interior al organismo directivo, que se transformó así en “Junta Grande”. En cuanto a Moreno, fue enviado en misión diplomática a Europa, y falleció durante el viaje.

Pero no se calmaron los seguidores del difunto secretario. Desacreditaban a Saavedra con la imputación calumniosa de que quería entregar el país a la princesa Carlota de Portugal. Los “saavedristas” de los suburbios replicaron organizando la asonada del 5 y 6 de abril de 1811, donde el “morenismo” fue desplazado del gobierno.

Hacia el norte

De todos modos, Saavedra presentó la renuncia a la Junta, que no fue aceptada. Quiso entonces partir al norte, para reorganizar el ejército patriota derrotado en Huaqui. Viajó en compañía del diputado de la Junta por Tucumán, doctor Manuel Felipe Molina.

Apenas se hizo cargo de la tropa en Salta, le llegó la noticia de que la Junta –donde habían vuelto a predominar los “morenistas”- había sido reemplazada por el Triunvirato. Quedaba así fuera del gobierno y fue despojado de la jefatura de los “Patricios”. Entregó entonces el mando del Ejército a Juan Martín de Pueyrredón, y se le ordenó confinarse en Mendoza. Llegó a esa ciudad,tras un azaroso viaje, en mayo de 1812.

Ya por entonces, imperaba en Buenos Aires una corriente de repulsa a su persona que, en los años siguientes, no habría de atenuarse sino todo lo contrario. Bernardo de Monteagudo fue su más feroz detractor en los periódicos.

Exilio en Chile

En octubre, el Directorio lo separó del Ejército y le ordenó quedar confinado en San Juan. Poco después, ordenó que fuera arrestado y remitido a la guardia de Luján.

Saavedra no tuvo más remedio que emprender una presurosa fuga a Chile, en la primera semana de marzo de 1813. Realizó un penoso cruce de la cordillera, guiado por baqueanos, hasta llegar a la estancia de Jorge Miranda, en la zona de Coquimbo. Las autoridades de ese pueblo chileno lo trataron con gran consideración, y Saavedra pidió al Gobierno que le permitiera continuar la marcha hasta la capital. La autorización le fue acordada y llegó a Santiago de Chile en junio de 1814. Fue muy bien recibido y se alojó en la casa del destacado dirigente político Manuel Salas.

Juicio y destierro

A todo esto, ya sesionaba la Soberana Asamblea en Buenos Aires. Su hijo, Diego Saavedra, hizo ante ella una presentación, solicitando que se revisaran las medidas tomadas contra su padre. No fue escuchado. Es más: la Asamblea le planteó un juicio de residencia –que Saavedra tacharía de “simulacro”- donde ningún abogado se animó a defenderlo, y lo condenó a exilio perpetuo.

El cargo sustancial, era haber “puesto en peligro la paz y la libertad” con la asonada de sus seguidores en abril de 1811. De acuerdo a esto, el Director Supremo, Gervasio Posadas, solicitó la extradición de Saavedra para enviarlo a “alguna costa o isla desierta”.

Escapando

Pero el gobierno chileno negó la extradición, gracias a lo cual Saavedra pudo seguir residiendo en Santiago. Cuando los realistas reconquistaron ese país –tras la batalla de Rancagua- Saavedra optó por retirarse prudentemente a Coquimbo. Y poco después, considerando que ese refugio no era seguro y que podía caer en manos de los españoles, resolvió volver a las Provincias Unidas.

Su partida ocasionó la furia del general realista Elorriaga, quien multó con 4.000 pesos a los alcaldes de Coquimbo por haberlo dejado escapar.

Saavedra cruzó otra vez la cordillera, acompañado por su hijo Agustín y por un criado, hasta llegar a territorio sanjuanino. Durante más de un mes, permaneció en el pueblito de Colangüil, aguardando que le permitiesen establecerse en la ciudad. El teniente de gobernador, Manuel Corvalán, desoyó su pedido. Pero su esposa lo planteó en Mendoza ante el gobernador intendente de Cuyo, general José de San Martín.

Años de San Juan

Este permitió a Saavedra que se trasladara a la capital sanjuanina, hasta que el Directorio resolviese sobre su persona. Desde allí, el perseguido resolvió liquidar los bienes que tenía en Buenos Aires, e instruyó en ese sentido a su apoderado.

Hubo otro contratiempo. Quedó envuelto en un juicio por venta de tabaco y yerba de contrabando, pero varios amigos de San Juan le salieron de fiadores. Recordaría siempre las atenciones que recibió de ese “noble y honrado vecindario”. Su esposa había tenido allí otro hijo, al que bautizó Pedro Cornelio. En febrero de 1815, el Director Supremo, general Carlos de Alvear, lo llamó a Buenos Aires. Partió con ese rumbo en un viejo coche que le facilitó el vecino José Ignacio Maradona, con encargo de venderlo al llegar. El carruaje se rompió en el viaje, el comprador previsto no tenía dinero, y finalmente Saavedra tuvo que pagarlo.

La rehabilitación

A poco de llegar a la capital, fue derrocado Alvear. Cuando se reunió el Congreso de Tucumán, dispuso rehabilitar a Saavedra; pero esa decisión fue revocada por el Director Supremo interino, Ignacio Álvarez Thomas. Finalmente, el Congreso encargó al nuevo Director Supremo Pueyrredón, que se resolvieran sus reiteradas peticiones.

Una comisión nombrada por el Director declaró, el 6 de abril de 1818, “nulos y de ningún valor” los procesos en su contra, medida que el Congreso ratificó. Entonces, fueron devueltos a Saavedra sus grados y sus honores, y el 24 de octubre de 1818 se lo reincorporó al Ejército, con grado de brigadier general. Terminaba así el calvario iniciado seis años atrás, cuando el Triunvirato empezó la ofensiva en su contra.

Actuó en el Ejército de Operaciones sobre Santa Fe, con residencia en Luján. En 1819, por un breve tiempo, fue jefe del Estado Mayor, pero los sucesos de 1820 lo obligaron a trasladarse a Montevideo por varios meses. En 1822, se retiró definitivamente de la fuerza. Al estallar la guerra con el Brasil, ofreció sus servicios al Gobierno, “mientras me lo permitan 65 años de edad y males consiguientes que me oprimen”, manifestó. Su propuesta fue declinada y agradecida.

Homenaje de Rosas

Desde entonces, los días de Saavedra transcurrieron en su estancia de Rincón de Cabrera, en Zárate. Allí redactó un minucioso testamento que, en más de cuarenta páginas, relataba todas sus desventuras, y demostraba en detalle la honestidad de sus procedimientos. Dejó escritas también unas “Memorias”.

El brigadier Cornelio Saavedra falleció en su estancia, el 29 de marzo de 1829. Dispuso que vistieran su cadáver “con un hábito de San Francisco o una túnica de lana”, y que lo llevaran al cementerio en “un carro de última clase” sin más acompañamiento que el de sus hijos.

El 13 de enero del año siguiente, se realizaron, en la Catedral de Buenos Aires, sus solemnes funerales. A ellos asistió el general Juan Manuel de Rosas, con sus ministros Tomás Guido y Juan Ramón Balcarce. Ese día dispuso que se volviera a designar “Regimiento de Patricios” a los batallones cívicos de la ciudad. Rosas hizo erigir un mausoleo en La Recoleta, donde se hallan los restos del prócer hasta hoy.

Los investigadores se han ocupado largamente de Saavedra. Para esta nota, hemos usado las síntesis de Jacinto Yaben y de Vicente Cutolo. El historiador Enrique de Gandía, que examinó críticamente su figura, piensa que fue uno de los personajes más perseguidos. Expresa que “en el alma de Saavedra cabía la indignación, pero nunca la maldad”, y que “no puede decirse de él que haya sido deshonesto, ni cruel ni sanguinario”.

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