Las barreras urbanas y la discapacidad

Las barreras urbanas y la discapacidad

Sin ellos, probablemente todo sería más sencillo, aunque en algún sentido, se aprendería menos porque estos implican desafíos y se los supere o no, siempre dejan una enseñanza en la medida que haya una reflexión posterior. Están también aquellos, fabricados por las propias personas y que le generan un inconveniente al prójimo. Ello sucede con los obstáculos urbanos que afectan a la comunidad. Sus principales víctimas son los ancianos y las personas afectadas por una discapacidad.

En la sección Cartas de nuestra edición de ayer, un lector se quejaba del mal estado de las veredas de la ciudad, especialmente para los ciegos. “Las baldosas flojas o la ausencia de estas, veredas que suben y bajan de acuerdo con el gusto del arquitecto, vehículos estacionados en las mismas y mucho más… las barricadas que ponen los bares al inundar estos espacios de tránsito con sus mesas, sillas y sombrillas”, escribió Javier Flores. Señaló que, como consecuencia de disponer este mobiliario del lado de la pared y del cordón surgen dos problemas para una persona ciega: “El primero, el espacio entre mesa y mesa, es menor al espacio de una puerta lo que hace difícil el paso. Segundo, si el bar está ubicado en una esquina, constituye toda una muralla con para encontrar la rampa para cruzar la calle. Y, sumado a este intento de sortear estos obstáculos, uno siempre sale con cortes y magulladuras en rostro y cabezas por las sombrillas bajas. En conclusión, me pregunto si es que alguna vez alguien nos va a considerar como seres humanos que tienen derecho a usar la ciudad como propia”, dijo.

En noviembre de 2008, tuvo lugar en el Centro Cultural Virla, la Primera Jornada de Accesibilidad. En esa ocasión, un experto no vidente afirmó que en nuestra ciudad existían numerosos pozos, baldosas rotas y construcciones que convertían el tránsito peatonal en un suplicio. Señaló que abundaban las veredas angostas obstaculizadas por postes -varios con cajas de electricidad (Muñecas y San Juan, Monteagudo y 24 de Septiembre, Buenos Aires y San Lorenzo)-, tachos de basura y artefactos de aire acondicionado que sobresalían de las paredes. Se refirió también a la inaccesibilidad de los discapacitados al transporte y la imposibilidad de acceder a muchos edificios públicos y privados.

Hace pocos años, estudiantes de un colegio privado se pusieron en el lugar de ciegos y de discapacitados motrices y durante una hora recorrieron los alrededores del establecimiento. Los asaltó el miedo, cuando al cruzar en la esquina de avenida Avellaneda y Marcos Paz, sintieron que las motocicletas casi los rozaban y los automóviles frenaban precipitadamente. Sólo la mitad del grupo pudo cruzar; un varita se dio cuenta de la situación y ayudó a los restantes. Luego de caminar apenas cuatro de las siete cuadras que duró el trayecto, los jóvenes se sintieron mentalmente agotados por la tensión nerviosa.

Sería interesante que una vez al año, por lo menos, los funcionarios provinciales y municipales, así como los legisladores, ediles y los propietarios o concesionarios de bares, recorrieran con los ojos vendados y con bastón o en sillas de rueda varias cuadras e intentaran cruzar las calles céntricas y avenidas, particularmente en las horas pico. Lo mismo podrían hacer docentes y estudiantes de arquitectura. De ese modo, tal vez descubrirían la discriminación que se ejerce a diario con los discapacitados y a la hora de construir edificios públicos y privados, de elaborar leyes y normas, y de controlar su aplicación, se pudiese avanzar hacia una ciudad inclusiva, que brinde a todos iguales beneficios.

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