Los vándalos ganan siempre
“Le doy tres días antes de que ensuecien todo y se roben los plantines -dice el taxista, un canto al escepticismo ciudadano-. Salvo que pongan una guardia policial. Pero que vigilen, no que se la pasen jugando con el celular”. Entonces, superado el puente de 24 de Septiembre, gira hacia Marco Avellaneda y señala una curiosa construcción sobre la plazoleta “José Télfener”. Son cinco asientos de cemento, pintados de refulgente violeta, apuntando en distintas direcciones. “¿Y eso qué será?, inquiere el taxista-guía. Y sigue viaje, listo para opinar sobre los túneles que se adivinan algunos metros más adelante.

La revalorización de 24 de Septiembre entre Marco Avellaneda y Suipacha incluye desagües más amplios, nuevas veredas e iluminación, arreglo y pintura de los muros y del puente. Los paneles acanalados constituyen una estrategia para combatir la pegatina de afiches, aunque sólo abarcan una porción del espacio. Pintaron combinando colores y para la ornamentación se apeló a estructuras de metal que simulan follaje. Hay canteros renovados, extendidos y enriquecidos con plantas. El sembrado de flores es el próximo paso. El resultado está a la vista de los miles de ciudadanos que circulan a diario por la zona.

La 24 es un bocado de cardenal para la propaganda política. A los candidatos no les interesa en lo más mínimo el cuidado por el espacio público, al contrario de lo que ocurre en muchísimas ciudades. Acá se pintarrajea y se calzan afiches de prepo. Lo hacen oficialistas y opositores, la derecha bussista y la izquierda socialista; legisladores y concejales. Todo un oxímoron de la más pura tucumanidad: los ediles que deben velar por el interés de los vecinos agreden a esos vecinos ensuciando fachadas. No se salvan ni los murales: LAGACETA.com dio cuenta de cómo los compañeros Deiana y Mamaní arruinaron el recuerdo de Pamela Laime en Ayacucho y General Paz.

Por otra autopista circulan los grafiteros, a caballo de la apropiación del espacio urbano. Criticar a un grafitero es políticamente incorrecto y suele asociarse con la represión. El fenómeno se discute desde hace décadas, porque el hecho de encapsular las expresiones artísticas espontáneas en lugares predeterminados quita la razón de ser de cualquier intervención. Deja de ser libre y se convierte en otra cosa. Pero no es cierto que toda pintada implique un brochazo cultural. No todos son punks prisioneros del sistema ni anarquistas del siglo XXI ni pichones de Banksy. Hay quienes enchastran por el solo placer de hacerlo.

Lo cierto es que a los municipios el vandalismo les cuesta millones de pesos al año. Es mucha plata destinada a reparar luminarias destrozadas a cascotazos, mobiliario urbano maltratado, señalización arrancada, basura desparramada, monumentos arruinados y podríamos seguir así durante largo rato. “Es una cuestión de educación, pura falta de cultura”, se explica desde los atriles. Sí, por supuesto. Pero algo más debe subyacer, algún trauma netamente tucumano, tan potente como para conducir a una sociedad a pisotear las flores del añorado “Jardín de la República”. Vándalos hay de todas las clases (también sociales).

Vivir en ciudades sucias y malolientes refleja un peligroso autoboicot y mucho de eso se percibe en el día a día tucumano. Como si castigar el ambiente que compartimos (calles, parques, plazas, museos, hasta los “no lugares” de los que habla Marc Augé, como puentes, aeropuertos y terminales) fuera una manera de purgar alguna condena colectiva.

Una vez habilitados los túneles y el parquizado que los rodeará, el eje Bernabé Aráoz-24 de Septiembre-Marco Avellaneda, de avenida Roca a San Juan, constituirá un corredor revitalizado y vistoso. Cuadras que cambian gris por colores, penumbra por luminosidad. La pelota quedará en el campo de la ciudadanía, de su capacidad para ocupar y disfrutar el espacio público. Eso significa cuidar y respetar lo que se tiene. Difícil por estos pagos. ¿Imposible?

Entre las luces y sombras de una extensa administración, el municipio capitalino se enorgullece de la puesta en valor de los espacios públicos que viene desarrollando. Es muy cierto y plausible. El enemigo número uno es el vandalismo. La vieja y querida figura del placero poco puede hacer ante una pandilla, esa es tarea de la Policía. El tema es que la política de seguridad del alperovichismo fue un contundente, absoluto e irreversible fracaso. Sobre este mapa de la realidad deberán hacer pie las gestiones que vienen.

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