Al fin fútbol para disfrutar

Al fin fútbol para disfrutar

Los goles son un espaldarazo para la idea de juego.

Al fin fútbol para disfrutar

A veces dan ganas de gritar ¡sáquenla de una vez! Pero no. La Selección contrajo matrimonio con un estilo y no comete infidelidades. Entonces toca y toca desde el fondo, construye juego tomando riesgos. De repente, con el partido bajo control, Otamendi busca a Pastore con un pase largo, aparece un anticipo y Barrios descuenta. El error no cambia la idea; al contrario, el credo sostiene mantener y profundizar el amoroso respeto por la pelota. Argentina juega a la posesión eterna y prolija, traducida la semana pasada en un insólito 0-0 con Colombia y replicada anoche en un 6-1 fundacional. Cuando la eficacia acompaña, la belleza se aprecia de otra manera.

Los goles estaban escondidos hasta que Rojo cantó piedra libre y ya no hubo forma de ocultarlos. Aparecieron en tropel, empujándose, quejosos porque las proezas de Ospina los habían condenado a la penumbra. Seis goles, una lección de contundencia a cargo de un equipo que había recorrido la Copa América sediento de celebraciones. Si las conquistas son consecuencia de un dominio nítido, por momentos abrumador, a algún rival debía tocarle la catarsis. Fue al rocoso Paraguay de Ramón, el mismo que había dejado en la cuneta a Brasil.

Pospartido, frente al micrófono, Martino sostuvo que la Selección no presionó en la medida que le hubiera gustado. Es cierto que Paraguay disfrutó de más libertades que Colombia y hasta gozó de cinco minutos de gracia: tras el gol de Barrios, Argentina sufrió un breve desconcierto y Bobadilla asustó con una gambeta en el área. Son contingencias de los partidos. La lectura general advierte que la Selección fue más veloz y vertical para atacar; que jugó más y mejor.

Lo plenamente disfrutable en la noche de Concepción fue la riqueza técnica que regaló Argentina. La precisión en velocidad, las pequeñas sociedades menottianas, la capacidad para resolver a un toque, esos mínimos y a la vez gigantescos gestos -matar un pelotazo, filtrar un pase con tres dedos- que le proporcionan al fútbol la belleza que tanto se reclama al pagar una entrada.

Pastore es un abanderado de esta tendencia y simboliza el ABC que predica Martino. Ayer definió con clase y brindó una asistencia magnífica, puntos salientes de un repertorio extenso, que también incluyó uno que otro desliz. Cuando Pastore y Messi se encuentran el fútbol adquiere una dimensión diferente a la acostumbrada. Dan ganas de pedir que jueguen juntos para siempre.

La sonrisa de Di María vale tanto como mil adjetivos, porque a las incansables cabalgatas por la izquierda le agregó -al fin- justeza con la pelota. Dos goles y un centro de manual para la cabeza de Agüero hablan del Di María rendidor e imprescindible que Argentina se acostumbró a acunar.

Es cierto que el gol de Rojo a los 15’ abrió el partido, pero de ningún modo lo resolvió. Eso fue obra del equipo y de sus convicciones. Certezas para jugar y para sostener, con la concentración tan propia de Zabaleta, Otamendi, Biglia y Mascherano, en el duelo del sábado con los chilenos. Ahí será necesario que las virtudes subrayadas ayer se mantengan en el escalón al que subió la Selección. Será a cara de perro.

Promediando el segundo tiempo, Messi se internó en el área a pura gambeta, tras desquiciar a los paraguayos, y ensayó una definición exquisita, de zurda, con nulo recorrido. Tapó Villar, milagrosamente. El Messi que se pasea por Chile ofrece la máxima pureza de su genio futbolero. ¿No marcó todavía? Paciencia.

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