¿Y dónde están los candidatos?
No tendrá el grotesco de la escena que protagonizó la vedette Vicky Xipolitakis el martes, al despegar un avión en las narices de dos pilotos presumidos, pero el oficialismo atraviesa días igual de disparatados. La comedia comenzó con las amenazas del legislador José “Gallito” Gutiérrez a los vecinos de Garmendia, cautivó al público con las acusaciones de corrupción y narcotráfico entre un intendente y un parlamentario y se ganó los aplausos con las denuncias de un candidato acerca de los aprietes de un jefe municipal a comerciantes y empleados. La secuencia, risueña en el caso de que se trate de una ficción y trágica en el supuesto de que sea real, podría tranquilamente ser presentada bajo el título “¿Y dónde está el candidato?”.

A menos de dos meses de los comicios, Juan Manzur sigue siendo el hombre que sólo ríe. Y nada más que eso. En parte, porque ese papel es el que le impuso el gobernador, José Alperovich, y también porque es el rol en el que se siente más cómodo. El mandatario lo eligió como sucesor, pero no le heredó aún el poder. Ese vacío se percibe en la dirigencia oficialista, que se encarga de exteriorizarlo: el respeto por Alperovich se acaba cuando entran en pánico por su futuro. Ahí se olvidan de los pedidos del saliente gobernador por cuidar las formas y se dicen de todo, sin importar las órdenes. Así, el mandatario constata que le quedan pocas horas al frente del Poder Ejecutivo y que es poco lo que puede controlar. Y Manzur, su elegido, se escuda en la debilidad de su posición por la injerencia permanente de su creador. Es el cóctel perfecto para eludir responsabilidades sobre las barbaridades que se dicen y se hacen los suyos. Porque el ex ministro de Salud es el presidente de la Legislatura, y uno de sus vicepresidentes -Manuel Fernández- dijo en público que sabe quién vende drogas en Bella Vista. De mínima, podría instarlo a que se presente en la Justicia y aporte el nombre para ayudar a combatir al narcotráfico.

En 2003, Julio Miranda se hizo a un costado cuando el propio Alperovich asumió la campaña para la Gobernación. Hoy, este se niega a darle el espacio a la persona que él eligió. Manzur no tiene ni poder de decisión para atender a ninguno de los reclamos que se le multiplican en cada mitin ni fondos para armar una estructura propia. Todos los interesados terminan hablando con Alperovich o yendo al despacho del ministro del Interior y candidato a vice, Osvaldo Jaldo.

La oposición también terminó una semana cómica. Porque no hay otro calificativo para resumir los enredos en el armado de las listas para diputados y senadores, cuyos nombres variaron incluso días después de vencido el plazo que marcaba el cronograma. Y José Cano, que había asumido un protagonismo central en la estrategia electoral, en los últimos días quedó desdibujado por decisiones propias y ajenas. Él mismo se encargó de hacerse a un costado cuando se bajó de las PASO y postergó la pelea de fondo. Domingo Amaya, su compañero de fórmula, es otro que siente el frío de haber relegado el primer lugar y constata en carne propia cómo los flashes de las cámaras ya no lo enfocan. Ambos candidatos quedaron eclipsados por Germán Alfaro, su postulante a intendente de Capital.

Ni Cano ni Amaya lograron hasta aquí sacar del libreto a Alperovich o a Manzur, pero el secretario de Gobierno, con una promesa de campaña, sí lo hizo. Alfaro, el “Pepe Grillo” del peronista, primero, y del radical, después, puso al oficialismo en fila con su propuesta de boleto estudiantil gratuito. El alperovichismo venía reaccionando bien hasta que Pablo Yedlin, justo el único que no debía, cayó en la trampa para osos que le había puesto su rival. El postulante a intendente del PE hizo lo que en campaña nunca se debe hacer: decir a la gente que no se hará lo que otros le prometen. Es sencillo: si Boca anuncia el regreso de Carlos Tevez, a River no le queda otra que firmar la vuelta de Javier Saviola. Para el hincha, o para el votante, no hay argumentos técnicos o financieros válidos cuando de medidas populistas se trata.

Como los pilotos de la polémica, estos primeros días de campaña mostraron a Manzur y a Cano en modo automático. Para uno, no tomar el timón le significó cargar con el bochorno de acusaciones delictivas. Para el otro, salir de la cabina le significó ver cómo otro, al regresar, ya había ocupado su silla.

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