Longeva de 176 años en la colonia

Longeva de 176 años en la colonia

El caso fue documentado en una larga información levantada por el Cabildo de Córdoba, que mandó interrogar a la anciana en la estancia de Alta Gracia.

LA UNIVERSIDAD. Estatua del fundador Trejo, en el patio de la casa de estudios que instaló LA UNIVERSIDAD. Estatua del fundador Trejo, en el patio de la casa de estudios que instaló
Hace pocos días, un cable de Detroit publicado en LA GACETA informó el fallecimiento, a los 116 años, de Jeralean Talley, “la mujer más longeva del mundo” hasta la fecha. La información apuntaba que, desde que Guinness empezó a registrar los récords, la máxima longevidad había sido alcanzada por la francesa Jeanne Calment, fallecida en 1997, a los 122 años.

Vale la pena rescatar cierto caso muy anterior –y superior por lejos- acaecido en la actual Argentina, cuando era “Virreinato del Río de la Plata”. Está perfectamente documentado. Se trata de la esclava Lucía Trejo, quien murió a los 176 años, por lo menos. Como extraordinario suceso, no solamente consta en el “Ensayo de historia civil” del Deán Funes (1816) y en la “Descripción geográfica y estadística de la Confederación Argentina” de Martín de Moussy (1860-64).

También se publicó en “La Gaceta de Madrid” de la época, y en antiguas obras francesas de referencia, como el “Almanaque de la ancianidad”, de Laffon; la “Galería de centenarios antiguos y modernos” de Lejoncourt, o el “Diccionario de las maravillas de la Naturaleza”, de Sigaud de Lafon.

Lo interesante es que todo fue investigado y establecido en una minuciosa actuación oficial de 1779, cuyo contenido publicó en 1915 el historiador cordobés, Monseñor Pablo Cabrera.

Misión en Alta Gracia

En la ciudad de Córdoba, el 29 de abril de 1779, el Procurador General, don Felipe Antonio González, elevó un petitorio al Cabildo. Solicitaba que se levantase una información sobre la esclava negra Lucía Trejo, que según “tradición común”, figuraba entre “los bienes” que el obispo Hernando de Trejo y Sanabria entregó para la fundación de la Universidad de Córdoba.

Como este prelado murió en 1614, llamaba la atención la supervivencia de Lucía. El Procurador pedía, entonces, que “se certifique el estado en que se halla, si está en su cabal y es capaz de algún ministerio; de qué se ocupa; si ve, oye o si come por su mano, o por si tiene o no dientes y muelas, y demás particularidades que sean de notarse”.

Esto, “a fin de quede memoria en estos anales y se haga pública la noticia”, como manera de evitar “la desconfianza” sobre un hecho tan singular.

El 30 de abril, el Cabildo ordenó realizar la diligencia, y la confió al Alguacil Mayor, don Nicolás García Gilledo. Así, el 15 de mayo, éste se presentó en “la estancia de Alta Gracia, a siete leguas de la ciudad de Córdoba”, acompañado por su propietario, el Maestre de Campo don Joseph Rodríguez y una comitiva de vecinos, todos funcionarios del Cabildo, militares o magistrados, y un fraile franciscano.

El interrogatorio

Según el acta, Rodríguez hizo conducir a Lucía a “un aposento de bastante comodidad” desde la “ranchería de su habitación”. Llegó sostenida “por los brazos de dos negros de esta hacienda”, y se inició entonces su interrogatorio, luego de que jurase “por Dios Nuestro Señor y una señal de la Cruz, decir verdad de lo que supiere y le fuere preguntado”.

Le preguntaron sobre su edad y dijo no saberla; pero afirmó que su primer amo fue el obispo Trejo y Sanabria. Que se acordaba cuando éste falleció (o sea en 1614). No podía precisar su edad de entonces, pero señalando “a dos negritas de diez o doce años”, dijo que “sería de la edad de ellas cuando murió su amo”.

La interrogaron sobre el aspecto del obispo Trejo, y dijo que “era alto, no muy grueso y que sería de más de setenta años cuando murió”. No recordaba a todos los obispos que vinieron luego, por “haberse criado en esta estancia y estar continuamente en ella”.

Pero conoció a “un señor Borja”, a “un señor Mercadillo”, a “el señor Serricolea” y “el señor Pozo” (se refería, respectivamente, a los obispos Francisco de Borja, Manuel Mercadillo, Juan de Serricolea y Olea, y Alonso del Pozo y Silva, prelados que estuvieron entre 1671 y 1724). Para recibir a estos últimos, narraba, “fue de cocinera a Calamuchita y a La Candelaria, donde se quebró la mano derecha”.

“Aparenta 70 u 80”

Recordó que cuando vino a Alta Gracia, “estaba esta población dos leguas o más hacia la sierra” y que “después de muchos años de estar en ella, la trasladaron donde hoy se halla”. Y que la primera iglesia era “de tapial”, y que “después hicieron otra de piedra”. Dijo que “el padre Bazán” la casó “con Miguel negro con quien tuvo cinco hijos” y que de estos, tres varones murieron solteros, mientras Joseph y Juana Inés se casaron y tuvieron hijos. Mostró “bastante confusión” para enumerar nietos, bisnietos y tataranietos. Contó que “había padecido varias enfermedades violentas, y que casi todos los años la sangraban, siendo moza”.

Luego, García Gilledo apuntaba largas consideraciones sobre el aspecto físico y las actividades de Lucía, a quien había observado atentamente durante el interrogatorio. El Alguacil Mayor decía que, “mirada con reparo a los diez o doce pasos, sólo representa la edad de setenta, hasta ochenta años”. Más de cerca, se percibe “lo avanzado de su edad por las menudas arrugas y sequedad de su rostro, en el que se le toca la figura de los huesos y el pellejo sin ninguna carnosidad”.

“Muy buena presencia”

Era “de más que mediana estatura”. No podía permanecer de pie, por la debilidad de sus piernas, pero “estando sentada demuestra muy buena presencia” y no se privaba de “hilar, tizar lana y algodón”. Y, según los esclavos de la casa, “aun así se ocupa en el ministerio de partear”: atendía los partos “con fuerza suficiente así sentada, especialmente con el brazo izquierdo, por tener la muñeca del otro lesionada”.

Consignaba el Alguacil Mayor que Lucía tenía “los ojos claros y la vista no muy quebrantada, porque a los diez o doce pasos distingue muy bien al hombre de la mujer, al seglar del eclesiástico”; pero “a más distancia, se le confunden los cuerpos”. En la boca notó que sólo le faltaban “las cuatro muelas que salen las últimas, con un diente; todo lo demás lo tiene cabal, pero tan gastados que se hallan parejos con las encías”.

Para hacerse oír, había que “acercarse al oído, y entonces, aunque no se levante la voz, percibe muy bien cuanto se le dice”. Si se le preguntan dos o tres cosas, se confunde; pero “examinada con sosiego, responde muy bien a lo que se le pregunta”. Decía el Alguacil que, por esa razón, “la hice estar todo el día en el aposento, dejándola sosegar y haciéndole las preguntas de tiempos en tiempos, y volviéndole a preguntar lo que ya le tenía preguntado; porque además de confundirse con las repetidas preguntas, se deja bien conocer que la memoria no la tiene muy fija”.

“176 o 178 quizás”

El Alguacil observaba que tenía “el pulso tan fijo, que habiéndole servido con una taza sopas y caldo, de más de media porción, teniendo la taza en el suelo las acabó por su mano con una cuchara, sin derramar una sola gota”.

A pesar de que, en su declaración, dijo que era “nacida en la ciudad de Córdoba”, su amo actual Rodríguez la oyó decir alguna vez que era oriunda de Santiago del Estero. Sugiere el historiador Cabrera, en su comentario a los documentos, que acaso era verdad, porque Santiago fue la primera sede del obispo Trejo.

La larguísima vida de Lucía Trejo concluyó un año después de la información levantada por el Cabildo de Córdoba. Falleció en Alta Gracia el 28 de marzo de 1780. Fue inhumada allí por el Cura y Vicario Juan Justo Rodríguez, acompañado por los frailes mercedarios Rospigliosi y Oliva.

Su partida de defunción expresa que “murió con todos los sacramentos y según declaraciones jurídicas que por orden de Su Majestad se tomasen, de edad de 176 años o de 178 quizás”.

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