Tito, el hombre que impregna de fragancias un semáforo

Tito, el hombre que impregna de fragancias un semáforo

Vende perfumes artesanales para autos. Hay quienes se sorprenden al ver que, a su edad, sigue trabajando. Otros le hacen regalos. La mayoría no sabe su nombre. Sufre parestesia, se le adormecen las manos, pero sigue su lucha cotidiana. Video.

Tito tiene su propia clientela en Yerba Buena. LA GACETA / FOTO DE OSCAR FERRONATO. Tito tiene su propia clientela en Yerba Buena. LA GACETA / FOTO DE OSCAR FERRONATO.
No es el único. En el semáforo del Cristo, en Yerba Buena, aparecen entre cuatro y seis vendedores, que comparten ese espacio y el tiempo del semáforo. Hay quienes venden diarios; algunos, limones, y otros, loterías. A veces, también llegan limpiavidrios, que piden monedas, y malabaristas, que pasan la gorra. Al frente, sobre avenida Aconquija hay un puesto de flores, donde dos jóvenes cargan agua en baldes. A un costado, sentado sobre una piedra de cemento, un canillita acomoda los diarios. Ellos conocen al vendedor de fragancias, pero no saben su nombre, ni su apodo. Le tienen respeto y un poco de admiración, por ser un hombre mayor. Ellos le dicen Jefe. 

 
Camina lento, pero firme. De lejos parece un hombre frágil. Los sábados y domingos, el hombre de pelo blanco, con gorra y anteojos de sol, está plantado en el semáforo del Cristo, en Yerba Buena. No importa si llovizna o hace calor. A las 9.30, como si alguien le tomara asistencia, llega con su caja de cartón repleta de perfumeros para vender. Toda su vida fue comerciante, vendedor y viajante. Antonio Villegas tiene 84 años y sigue trabajando. Es un vendedor especial, distinto, no sólo por su edad, sino porque no tiene competencia. No hay, en cientos de kilómetros a la redonda, otro vendedor de fragancias artesanales para autos y placares. 

En 2006 fue la primera vez que se instaló en el Cristo y, a esa esquina, no la dejó más. Antes había probado suerte en el semáforo de Casal, en avenida Mitre y Mate de Luna. Pero era una parada complicada, tensa, con más vendedores y limpiavidrios que pugnaban desesperados por un cliente. 

Hay que estar parado en un semáforo por más de cinco horas bajo el sol. El calor del mediodía pega fuerte, pero Tito -como lo llaman en su familia-, avanza entre los autos para ofrecer sus productos. Sabe que tiene tres minutos entre ida y vuelta antes de que la luz pase a verde para subir a la platabanda y volver a empezar.



En el semáforo, nadie lo conoce por su nombre. Nació en Rosario, provincia de Santa Fe, y todavía mantiene la tonada rosarina. 

Soy Antonio Villegas; jubifusilado… porque con la jubilación a mí me fusilaron. 

La jubilación no le alcanza para vivir y por eso sigue con la venta callejera. Lleva los productos en una pequeña caja de cartón, en la que pintó carteles con letras coloridas. Perfumeros para autos / para placares / para roperos / $20.  

El semáforo en verde lo obliga a subir a la platabanda. Dos preguntas más; dos respuestas cortas. Semáforo en rojo y, otra vez, la interrupción. Es que Tito está trabajando y no hay nada que pueda frenarlo. Baja al asfalto por enésima vez, camina entre los autos, va con la mano izquierda en alto ofreciendo sus perfumeros. Viste pantalón marrón y camisa azul a cuadros con mangas cortas. Los automovilistas llegan al semáforo con las ventanillas bajas. Me pregunto si escucharán su saludo. 

-Buenos días! -le dice a un automovilista-. Fragancias?... pregunta con insistencia.

En un cálculo rápido diría que, en cada semáforo rojo, camina unos sesenta metros, entre ida y vuelta, hasta volver a subir a la platabanda. Otra vez, el semáforo en verde. Sube a la platabanda. Dos preguntas más; dos respuestas cortas. Y así seguimos la charla.  

-Hay días que no pasa nada. Por más que empujés no pasa nada. 

Juana María Villegas murió hace una década. Era su hermana. Ella armaba los perfumeros, con mano experta. Desde que murió la hermana, Tito se encarga de todo, de inyectar la fragancia y, después, venderlos. En su casa, cerca de la plazoleta Mitre, a veces se queda de noche a pegar las cintas y las telas en cada pieza. Adentro de cada pieza agrega viruta de madera para retener el aroma por más tiempo. Durante la semana puede llegar a fabricar un total de 80 perfumeros para ofrecerlos el fin de semana. En su casa, de día, dedica el tiempo a cuidar de su esposa y, de noche, trabaja en sus productos.  

Baja la cabeza y busca en la caja. Saca un perfumero de color azul y amarillo. Me quedaron estos. Pero ahora no los quiere nadie, dice sonriente y en tono de broma por los colores de Boca Juniors. Semáforo en rojo y otra vez se interrumpe la charla. Baja al asfalto, camina entre los autos, siempre con la mano izquierda en alto ofreciendo sus productos. Regresa a la platabanda. 

-Ahora tengo una rachita negativa. No estoy vendiendo nada.



En el Cristo, de Yerba Buena, ya tiene su propia clientela. La gente tiene distintas reacciones. Algunos lo ignoran; otros, se admiran de verlo tan mayor. Hubo quienes le hicieron regalos. Una vez le regalaron un jamón. En otra ocasión le obsequiaron quesos de Tafí del Valle. También hay quienes le dan plata o aquellos que le compran dos o tres perfumeros, todos de una sola vez. 

Tito es fanático de los autos. En los buenos tiempos supo tener su Ford Taunus nuevo, impecable. Dos años después lo vendió y compró otro Taunus 0KM. Y dos años después se compró el tercero. Hoy en día, sale de su casa en un Suzuki gris claro, modelo 2006. Estaciona el auto en la playa de una estación de servicio, y baja con su caja de cartón para vender perfumeros. 

-Cuando mi hijo cumplió 18 años, le compré un escarabajo blanco. Un autazo!... Le puse un moño azul gigante en el techo y le dije: Andá a ver que hay para vos en la puerta. 

Fue el primer regalo para su hijo varón, que ni siquiera sabía manejar. Pero después aprendió. Cada vez que lo menciona, ese recuerdo le atora un nudo en la garganta. La emoción y la memoria pelean en el pecho por ese hijo que murió joven; a los 45 años. Era marino mercante y le dejó dos nietos en Mar Chiquita, Córdoba. Su segunda hija, de 54 años, vive en Tucumán, le regaló tres nietos; el mayor está a punto de recibirse de arquitecto y el menor tiene 12 años. Ella se casó con un tucumano y ahí cambió el destino de la familia Villegas. Vendieron todas sus pertenencias y dejaron Rosario para instalarse en Tucumán en 1995. 

Tito ya conocía la provincia por su oficio de comerciante, vendedor, y viajante. En Tucumán tenía un tío que administraba con éxito un local llamado El hogar de las balanzas. Ese vínculo le sirvió para aprender a reparar balanzas y abrió su propio local en Salta. Más tarde comenzó a recorrer el norte y el litoral; en especial Chaco, donde vivía su abuela, en Charata. A los 18 años, llegó en tren -por primera vez- a Chaco, con una mano adelante y la otra atrás. Tenía que rebuscárselas para sobrevivir. Entonces alquiló un auto con chofer y cargó sus productos. En aquel tiempo compró elementos de cocina (platos, vasos, recipientes, todos de plástico) para salir a vender y con eso tenía que comer y pagar la pensión donde paraba. En un viejo Chevrolet 30, con el chofer al volante, entraron al campo chaqueño. Cada vez que veían una plaza bajaban para que Tito se luciera con las ofertas.

 
-Abría las puertas del auto. Sacaba mis cosas. Llamaba a la gente y, cuando tenía un círculo alrededor, empezaba la venta. Mirá hijo: la clave de la venta es el verso. Tiraba los platos al aire. Caían en el piso. Ven, decía yo, ven que es irrompible; esto dura para siempre, les decía. Así aprendí la vida y te vas haciendo y haciendo. 

Aquella vez, había tenido tanto éxito, a los 18 años, que se metió de lleno en el comercio. En el semáforo pasa de todo. No sólo aquellos que le hacen regalos. 

-Hay unos mocosos que vienen en moto y te quieren meter billetes falsos. Ya los conozco. No tengo cambio, les digo directamente para no decirles: me estás queriendo cagar. Yo los conozco de vista. Sabés cómo es la mano?... te explico. Un tipo que viene en una moto no te puede comprar cinco perfumeros. Si viene así, seguro te quiere meter el perro. Quiere que vos les des los perfumeros y el vuelto. A mí me quieren cagar con la guita y los perfumeros; a mí me quieren cagar. Son muchos años encima. Mucha calle. Yo empecé a los 16 años a andar en la calle y me vine al norte. Iba a Jujuy. Alquilaba una pensión y me iba al mercado. Entraba en cada puesto y decía: señor soy del hogar de las balanzas de Tucumán si quiere le hago la limpieza de las balanzas. Hago la limpieza, le cambiamos el aceite. La llevaban a la pensión, a la noche, las reparaba y al día siguiente temprano las devolvía y me pagaban. Era un rebusque

Esta semana cambió el clima. La llovizna que empezó el sábado no pudo frenarlo. Llegó con su caja de perfumeros y abrigado hasta el cuello, con gorra y una campera de lana gruesa. Tenía barro en los zapatos y la botamanga de los pantalones húmeda por los charcos de agua. Estaba feliz, mientras el fotógrafo disparaba sus flashes. 

-Esto me hace acordar a una vez que me hicieron una entrevista en el diario La Capital, de Rosario. Vendía los perfumeros, mientras cuidaba a mi hermana. Siete años estuve al lado de ella hasta que se murió. Yo vendía en el semáforo –dice-. Pero no puedo encontrar esa foto. 



Baja al asfalto, ofrece sus perfumeros. Por la llovizna, la mayoría de los automovilistas llega con las ventanillas cerradas. Igual, Tito se da maña para avanzar entre los vehículos y pasar su oferta. Un recorrido de tres minutos y vuelve a la platabanda. Dice que de salud va bien. Tiene los achaques de la edad, pero se mantiene bien. Hace un mes dejó el cigarrillo. En su época de viajante compraba tres paquetes por día. En abril pasado, el médico le dijo que tenía que dejar el cigarrillo. 

-Mire doctor. Hagamos una cosa, le decía. Usted me hace una radiografía y si sale bien, ahí nomás, yo dejo de fumar. Pero si la radiografía sale mal, no dejo nada. Para qué si total me voy a morir. Y salió bien. Entonces dejé el cigarrillo. El secreto para que a mi edad salga bien la radiografía era que yo no fumaba como fuma todo el mundo. Yo hacía pitadas. Nunca tragaba el humo; por eso los pulmones salieron bien.

Los pulmones están bien, pero le aparecieron otros dolores. Es un problema serio en las manos. El médico le advirtió que sufre de parestesia. Tito ya se grabó el nombre y lo repite como deletreando: pa-res-te-sia. El síntoma es complicado. Se paralizan las manos, se siente una especia de hormigueo y se adormecen, primero los dedos, y después toda la mano. 

-Por esa porquería, a veces, ni siquiera me puede peinar.

A pesar de la parestesia, el hombre de pelo blanco no piensa bajar los brazos. Por nada del mundo pretende dejar su venta callejera en el semáforo. Dice que ya está habituado, más allá de los calores o de las lluvias. 

-Esto para mí es como un entretenimiento y aparte me ayuda económicamente. La venta me ayuda a sobrellevar los grandes impuestos, porque tengo una casa grande y, con mi mujer, somos dos solitos y la casa quedó grande. Ella tiene 84 años, igual que yo. Esa casa es grande, pero vieja. Lo único que vale ahí es el terreno. Ni me caliento por hacer ningún laburo más. Yo hago esto para divertirme, porque tengo la semana la milonga de mi mujer; que el médico esto, que el médico aquello, que tengo que cocinar, lavar, planchar, atenderla a ella, pedir los turnos de los médicos. A veces, ella quiere venir al semáforo, pero para qué, le digo yo, si vas a estar sentada ahí; le digo quédate a ver televisión. Esto es mi distracción. De noche estoy hasta las tres de la matina haciendo esto. Ya hemos cumplido todas las cosas. Llega una edad en la que uno espera el viaje eterno y nada más, pero mientras podamos ir tirando, le damos duro… 

Tito habla sonriente, se acomoda la gorra, y saluda al fotógrafo, mientras baja al asfalto, por enésima vez, con la mano izquierda en alto mostrando sus perfumeros…

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