El ejemplo solidario de los comedores comunitarios

El ejemplo solidario de los comedores comunitarios

La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad, en cambio es horizontal e implica respeto mutuo. Esta maravillosa frase de Eduardo Galeano parece ser la brújula que guía a los responsables de la cocina comunitaria “Nuevo Amanecer” que funciona en el barrio ATE. Allí no sólo comen a diario una gran cantidad de vecinos, sino que también se cocinaron varios proyectos que beneficiaron al barrio.

Nació hace 14 años como una suerte de olla popular, en tiempos en que un mate cocido con pan era lo único que los chicos del lugar se llevaban a la boca. Empezaron trabajando ocho mujeres y, con el tiempo, llegaron a 22 voluntarias que no sólo cocina, sino que también dictan talleres. La cocina fue construida por la comunidad educativa del colegio San Pablo Apóstol y, desde hace dos años, recibe alimentos secos del Ministerio de Políticas Sociales, que transformó los viejos comedores en cocinas comunitarias. Hace cinco años, el programa “Habilidades para la vida de la UNT” llegó al barrio ATE para enseñar a los vecinos a gestionar sus propios proyectos y, desde entonces, los proyectos se multiplicaron. Hoy la cocina del barrio es todo. Es el lugar de reunión, donde cada una cuenta sus problemas, plantea sus inquietudes, piensa alternativas, se discute, se grita y se llora. Es también el centro cultural de donde salen los talleres de murga, de títeres, de teatro, de apoyo escolar, de baile y de canto. Es el lugar donde se organizan los campeonatos de bolilla y de rayuela para demostrarles a los más chicos que no son imprescindibles los juguetes. Es la oficina donde van a averiguar sobre los programas de la Anses, los planes sociales y las jubilaciones. Es un verdadero polo de desarrollo e inclusión, según lo definen los mismos vecinos. Y aunque también han aprendido a escuchar a los políticos, no se casan con ninguno. “Hemos aprendido a hilar fino, a saber que lo que muchos nos ofrecen como un favor es en realidad un derecho”, afirma Fátima Domínguez, líder y alma del grupo.

Lo mismo sucede en otras cocinas comunitarias de barrios vecinos que conforman una red. Son ocho y están en los barrios Nueva Vida, Elena White y Ampliación, Néstor Kirchner, Ampliación Néstor Kirchner, San Miguel y El Manantial. Entre todas se ayudan con alimentos, capacitación para emprendedoras e información. Se reúnen cada 15 días y organizan acciones juntas.

Estas iniciativas que nacen en lugares con el estigma de la pobreza y el desempleo sacan a la luz la capacidad de las personas para sobreponerse a adversidades de todo tipo y trabajar en función de los niños y jóvenes menos afortunados, haciendo realidad aquello tan declamado de que “la solidaridad es la fuerza de la gente débil”. Como señalamos en alguna otra oportunidad, el Estado debería brindarles a estos centros comunitarios no sólo apoyo económico, sino también contención social. Podría desarrollar programas de salud, así como actividades culturales y deportivas que puedan coordinarse con las que ellos mismos están implementando en sus barrios.

Claro que, la existencia de estos comedores comunitarios -anacrónica para una provincia tan rica como la nuestra- hablan de la necesidad de contención que tienen muchos sectores de nuestra sociedad. Apoyarlos en todo sentido no sólo es una obligación política y social, sino también moral y humana.

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