Quedaron huérfanos
Los más irónicos cuentan que, cuando se lo veía deambulando por la cancha, con su andar algo lento y pesado, sin resolver nada, y aferrado al celular, Roger Bello, veedor boliviano de la Conmebol, buscaba en realidad si alguien podía facilitarle el nuevo teléfono de Julio Grondona. Cuando tenía suerte y funcionaba el wi-fi dentro del campo de la Bombonera, Google le confirmaba que Grondona había muerto apenas terminado el Mundial de Brasil. Pero Bello insistía e insistía. “En algún lugar tiene que estar”, decía desesperado. Su compatriota Roger Osuna, tesorero eterno de la Conmebol, jamás había vivido una situación así. Bello lo sucedió ahora en esos viajes dorados como veedor de la Conmebol, que incluyen viáticos, buenos hoteles y buenas comidas. Pero le tocó el superclásico. En Bolivia, los clubes crearon una Liga para achicar el poder de la Federación. Una Liga que, solo meses atrás, llegó a tener dos presidentes al mismo tiempo por una disputa y luego quedó vacía. En Argentina, en cambio, el poder de la pelota siempre tuvo nombre y apellido: “Don Julio” había manejado todo durante 35 años.

“¿Dónde estás Grondona?”, parecía decir entonces Bello desesperado en sus horas inolvidables, en las que, como se burlaron en las redes sociales, lucía “más inútil que cenicero de moto”. Bello buscaba a Grondona “porque con papá vivo -como dijo días atrás “Julito” Grondona, presidente de Arsenal-, el partido se completaba a las 48 horas”.

Seguramente hay algo de exagerado en esa expresión que ahora, ya muerto, adjudica a Grondona y a su mítico “Todo Pasa” dotes todopoderosos. Es una exageración que, paradójicamente, desliga a Grondona del resto, como si él no hubiese tenido nada que ver con la inflación barra que sufre hoy el fútbol argentino. Lo que sí puede ser cierto -me dice en voz baja un viejo dirigente con oficio sudamericano- es que la Conmebol equivocó la estrategia en los minutos de la espera que se hacía eterna después del gas pimienta. Porque su insistencia hasta último segundo para que el superclásico se reanudara chocó con la dura postura de Marcelo Gallardo, acaso el más lúcido durante la histeria, no casualmente el único, o uno de los pocos, que hablaba sin necesidad de taparse la boca. Sabía seguramente que la razón estaba de su lado. Que no había modo de que el partido se reanudara. Bastante estaba haciendo River, que luego contra Cruzeiro confirmó que no es el mismo de 2014, jugando mejor que un Boca más poderoso, en el Monumental y en La Bombonera. No tenía por qué dar ventajas. Por eso, si hubo negociación secreta (siempre la hay), la gestión de la Conmebol, me dice la fuente, debería haber apuntado no a reanudar allí mismo un partido imposible, sino acordar sobre cómo, cuándo y dónde se jugaban los 45 minutos faltantes. Acaso hubo algo de eso, cuando desde la TV que trasmite la Libertadores, especulaban en pleno desastre que el partido podía seguir al sábado siguiente.

El mundo Boca, fanatismos al margen, se enoja cuando la prensa afirma que la sanción de la Conmebol fue leve. “Es la segunda vez en este siglo” que la Conmebol determina el ganador de un partido cuando quedan 45 minutos por delante, pero la primera en toda su historia que, con esa decisión, deja al perdedor directamente eliminado de un torneo. Sanción económica más alta posible (200.000 dólares). Y prohibición de ingreso de público más importante (ocho partidos sumando local y visitante). Sumando los tres puntos, es la sanción más dura en la historia de la Conmebol. Lo dice el periodista y abogado Leandro Vila.

Y acepta la gravedad de lo sucedido, pero recuerda que ya jugadores de otros equipos y autoridades arbitrales fueron agredidos y, en algunos casos, debieron dejar el campo, pero el partido sí siguió. Que las agresiones comenzaron en algún caso al llegar al aeropuerto y siguieron en cancha con bengalas, monedazos y cantos xenófobos. Que hubo grescas masivas, invasiones de fanáticos al campo y equipos con jugadores mal inscriptos. Policías golpeando a jugadores visitantes en el entretiempo en el vestuario. Y que hasta murieron aficionados en las tribunas. Y que nunca se tomó una triple sanción tan dura como la que recibió Boca.

Hay algo de cierto. Pero es difícil comparar los tiempos. La Libertadores de antes era pura batalla campal. Tiene un historial de doping masivos, jugadores que ingresaban a la cancha con alfileres y piedras en la mano. Y hasta un recordadísimo partido (Santos-Peñarol en 1963) en el que árbitro y jugadores visitantes acordaron dejarse perder para salir vivos de la cancha y, recién una vez seguros, denunciar las amenazas de muerte y cárcel que habían lanzado en pleno partido dirigentes políticos y deportivos. Hoy todo es distinto. Por muy graves que sean, algunos episodios son anécdotas de jardín de infantes comparado con lo que sucedía antes. La televisión por un lado, mayores controles por otro y los tiempos de mayor corrección política que imponen hasta los patrocinadores obligaron a dirigentes a tomar conciencia. A cuidar el negocio. A ello se sumó una nueva conducción de la Conmebol. Se fue el paraguayo Nicolás Leoz después de 27 años, seis períodos consecutivos, y asumió su compatriota Juan Angel Napout.

Siempre Paraguay para equilibrar entre los dos poderosos, la Argentina que no tiene más a Grondona y el Brasil que tampoco tiene más a Ricardo Teixeira. Una Sudamérica débil que, en plena elección el 29 de mayo en la FIFA, posiblemente pierda medio cupo para los Mundiales. Y no por Boca, como dijeron algunos medios, sino porque la amenaza de la quita llevaba ya muchos años. La muerte de Grondona, con quien tenía viejas deudas, facilitó la decisión Joseph Blatter, otro eterno, porque también él será reelegido esta semana en la FIFA.

Hoy contra Aldosivi, rival modesto, y sin público en la cancha, porque la sanción llegó también al orden local, Boca sale a La Bombonera con objetivo redimensionado, ganar el torneo que lidera y que, en los papeles, estaba detrás del premio mayor, que, sabemos, era la Libertadores. El estreno de una marca de tecnología, publicidad inédita para Boca en sus pantaloncitos, es apenas una gota comparado con el dinero que perderá el club por su temprana eliminación en la Libertadores. La pérdida, se sabe, incluye a la política, porque Boca es uno de los clubes con mayor vínculo político, el Pro de Mauricio Macri. Ex y actual presidente, vicepresidente, otros miembros de la comisión, gerentes de áreas técnicas y más están cerca de una u otra manera al partido que, con otras alianzas, buscará ser gobierno en las elecciones presidenciales de octubre próximo. Esto, más las elecciones en el propio Boca y en la Ciudad de Buenos Aires, provocaron en estos días un sinfín de especulaciones y condicionaron también informes en algunos medios, según el color que se defienda.

Acaso Boca, que pactó en año electoral con su barra más poderosa, pudo haber sido perjudicado de modo intencional, y la agresión no fue un simple acto de fanatismo ciego o puja interna de barras, como dicen algunos. Pero Boca, aún sabiendo que el clima iba a ser más caliente, no supo o no quiso controlar lo que sucedía en su propia casa. Y ahí está hoy su presidente, Daniel Angelici, buscando culpas ajenas, recién ahora cansado de sus pares y renunciando con denuncias algo tardías a la vicepresidencia de la AFA. “Lo que nos faltaba, hacer la gran Daniel Passarella que terminó descendiendo a River, ahora solo nos falta tirarnos en contra de la AFA y que nos perjudiquen también en el campeonato”, dicen hinchas preocupados. Pueden estar tranquilos. Así como no lo pudo encontrar Bello la noche de La Bombonera, Grondona está muerto. Hay que aprender a arreglarse solitos.

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